Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández |
Los historiadores del
futuro se pondrán fácilmente de acuerdo en que la Ruta de la Seda del
siglo XXI se inauguró al comercio el 14 de diciembre de 2009. Ese fue el
día en que un tramo crucial de canalizaciones entró en funcionamiento,
uniendo el estado fabulosamente rico en energía de Turkmenistán (a
través de Kazajstán y Uzbekistán) con la provincia de Xinjiang, en el
lejano oeste de China. La hipérbole no impidió que el presidente de
Turkmenistán, que tiene el espectacular nombre de Gurbangulí
Berdimujamédov
,
se jactara: “Este proyecto no sólo tiene valor económico o comercial,
sino también político. China, a través de una acertada política con
visión de futuro, se ha convertido en uno de los garantes clave de la
seguridad global”.

El
resultado final es que, para 2013, Shanghai, Guangzhou y Hong Kong
alcanzarán a velocidad de crucero cada vez mayores alturas económicas de
vértigo por cortesía del gas natural suministrado por el llamado
gasoducto Central, que se extiende a lo largo de 1.833 kilómetros.
El conducto asiático se proyectó, pues, para que operara a plena
capacidad. Y pensar que en pocos años las grandes ciudades de China
estarán sin duda saboreando también las fabulosas reservas apenas
explotadas de Iraq: estimadas de forma conservadora en 115.000 millones
de barriles, aunque es muy posible que se acerquen a los 143.000
millones de barriles, lo que colocaría a ese país por delante de Irán.
Cuando los generales de opereta de la administración de George W Bush
lanzaron su “guerra contra el terror”, no era precisamente eso lo que
tenían en mente.
La economía de China está sedienta y por eso está bebiendo todo lo que
puede y haciendo planes para beber aún más. Ansía el petróleo de Iraq y
el gas natural de Turkmenistán, así como el petróleo de Kazajstán. Pero
en lugar de gastar más de mil billones de dólares en una guerra ilegal
en Iraq o establecer bases militares por todo el Oriente Medio y el Asia
Central, China utilizó sus compañías petroleras estatales para
conseguir algo de la energía que necesitaba apostando simplemente por
ella en una subasta perfectamente legal del petróleo iraquí.
Mientras tanto, en el nuevo Gran Juego en Eurasia, China tuvo el buen
sentido de no enviar ni un soldado a parte alguna ni de empantanarse en
un infinito atolladero en Afganistán. En su lugar, los chinos hicieron
sencillamente un acuerdo comercial directo con Turkmenistán y,
aprovechándose de los desacuerdos de ese país con Moscú, construyeron un
gasoducto que les proporcionará gran parte del gas natural que
necesitan.
No es de extrañar, pues, que el zar de la energía euroasiática de la
administración de Barack Obama, Richard Morningstar, se viera obligado a
admitir en una audiencia en el Congreso que EEUU no puede sencillamente
competir con China en todo lo que se refiere a la riqueza energética de
Asia Central. Si tan sólo hubiera presentado ese mismo mensaje en el
Pentágono…
La ecuación iraní
En Pekín se toman el asunto de diversificar los suministros de petróleo
muy, muy en serio. Cuando el petróleo llegó a 150$ USA el barril en 2008
–antes de que EEUU desatara la debacle financiera global-, los medios
del estado chino solían llamar a las Grandes del Petróleo extranjeras
“los cocodrilos internacionales del petróleo”, lo que implicaba que la
agenda escondida de Occidente era, en última instancia, parar en seco el
desarrollo incesante de China.
Más de una cuarta parte de lo que queda de las probadas reservas
mundiales está en el mundo árabe. China podría fácilmente tragárselas
todas. Puede que pocos conozcan que la misma China es actualmente el
quinto mayor productor de petróleo del mundo, con 3,7 millones de
barriles al día, justo por debajo de Irán y ligeramente por encima de
México. En 1980, China consumía sólo el 3% del petróleo mundial. Ahora
se lleva alrededor del 10%, convirtiéndose en el segundo mayor
consumidor del planeta.
Ha superado ya a Japón en esa categoría, aunque va aún por detrás de
EEUU, que cada año engulle el 27% del petróleo global. Según la Agencia
Internacional de la Energía, China será responsable de alrededor del 40%
del incremento de la demanda global de petróleo hasta 2030. Y eso
asumiendo que China crezca a una tasa anual de “sólo” el 6%, lo cual,
teniendo en cuenta su actual crecimiento, parece improbable.

Arabia
Saudí controla el 13% de la producción mundial de petróleo. Por el
momento, es el único productor oscilante –es decir, que puede mover
arriba y abajo, a voluntad, la cantidad de petróleo bombeado- capaz de
incrementar sustancialmente la producción. No es casualidad, pues, que
bombeando 10,9 millones de barriles al día se haya convertido en uno de
los proveedores de petróleo más importantes de Pekín.
Los tres principales, según el Ministerio de Comercio chino, son Arabia
Saudí, Irán y Angola. Para 2013-2014, si todo va bien, China espera
añadir a Iraq a esa lista y ¡de qué forma!, pero primero tiene que
esperar a que arranque la producción petrolífera del conturbado país.
Mientras tanto, es la parte iraní de la ecuación de la energía
euroasiática la que está realmente destrozándoles los nervios a los
dirigentes chinos.
Las compañías chinas han invertido la asombrosa cifra de 120.000
millones de dólares en el sector energético iraní durante los últimos
cinco años. En estos momentos, Irán es el proveedor de petróleo número
dos de China, alcanzando hasta el 14% de sus importaciones, y el gigante
chino de la energía Sinopec ha comprometido 6.500 millones de dólares
más para construir allí refinerías de petróleo.
Sin embargo, debido a las duras sanciones de EEUU impuestas por Naciones
Unidas y a años de mala gestión, el país carece conocimientos prácticos
y de alta tecnología y su estructura industrial es un desastre. El
director de la Compañía Nacional del Petróleo Iraní, Ahmad Ghalebani, ha
admitido públicamente que tienen que seguir importando de China la
maquinaria y las piezas utilizadas para la producción de petróleo iraní.
Las sanciones pueden actuar de forma asesina, frenando la inversión,
incrementando el coste del comercio en más del 20% y constriñendo
gravemente la capacidad de Teherán para recibir préstamos de los
mercados globales. Sin embargo, el comercio entre China e Irán creció un
35% en 2009, alcanzando la cifra de 27.000 millones de dólares. Por
eso, mientras Occidente ha estado hostigando y atacando con sanciones,
bloqueos y embargos a Irán, este país ha ido evolucionando lentamente
como corredor comercial fundamental para China, así como de Rusia y de
la India escasa en recursos energéticos.
A diferencia de Occidente, están todos invirtiendo como locos allí
porque es fácil conseguir concesiones del gobierno; es fácil y
relativamente barato construir infraestructuras; y es totalmente
necesario estar allí dentro, cuando se trata de las reservas energéticas
de Irán, para cualquier país que quiera ser un actor importante en
Oleductistán,
ese peleado tablero de ajedrez de importantes conductos energéticos a
partir de los cuales se desarrolla gran parte del nuevo Gran Juego en
Eurasia. Sin duda, los dirigentes de esos tres países están dándole las
gracias a cualquiera de los dioses a los que les gusta rezar de que
Washington continúe poniéndoselo tan fácil (y lucrativo).
En Estados Unidos pocos parecen saber que el pasado año Arabia Saudí
–ahora rearmada hasta los dientes por cortesía de Washington y casi con
paranoia respecto al programa nuclear iraní- ofreció suministrar a los
chinos la misma cantidad de petróleo que el país actualmente importa de
Irán a un precio mucho más barato. Pero Pekín, para quien Irán es un
aliado estratégico clave y a largo plazo, no se avino al trato.
Como si los problemas estructurales de Irán no fueran suficientes, el
país ha hecho poco por diversificar su economía más allá de las
exportaciones de gas y petróleo en los últimos treinta años; la
inflación supera ya el 20%; el desempleo también es superior al 20%; y
los jóvenes con buena formación están huyendo al extranjero, una fuga
importante de cerebros para esa tierra asediada. Y no crean que ahí se
acabaría su letanía de problemas.
A Irán le gustaría ser miembro de pleno derecho de la Organización para
la Cooperación de Shanghai (SCO, por sus siglas en inglés) –la unión
para la cooperación económico/militar a múltiples niveles, que es una
especie de respuesta asiática a la Organización del Tratado del
Atlántico Norte-, pero es sólo observador oficial de la SCO porque el
grupo no admite a ningún país bajo sanciones de Naciones Unidas.
Es decir, que a Teherán le gustaría tener cierta protección de alguna
gran potencia contra la posibilidad de un ataque de EEUU o Israel. Por
mucho que Irán pueda estar a punto de convertirse en un actor mucho más
influyente en el juego energético de Asia Central gracias a las
inversiones rusas y chinas, es extremadamente improbable que cualquiera
de estos países se arriesgue actualmente a una guerra contra EEUU para
“salvar” al régimen iraní.
La gran fuga

Desde el punto de vista de Pekín, el título de la versión cinematográfica del inextricable conflicto entre EEUU e
Irán y de la cada vez mayor competición estratégica entre EEUU y China en
Oleductistán seria: “Escapa de Ormuz y Malaca”.
El estrecho de Ormuz es la definición de un potencial cuello de botella
estratégico. Es, después de todo, la única vía de entrada al Golfo
Pérsico y por ella fluye ahora aproximadamente el 20% de las
importaciones chinas de petróleo. En su parte más estrecha tiene sólo 36
kilómetros de ancho, con Irán al norte y Omán al sur. Los dirigentes
chinos están preocupados por la constante presencia de grupos de
portaviones de combate estadounidenses estacionados y patrullando por
las inmediaciones.
Con Singapur al norte e Indonesia al sur, el estrecho de Malaca es otro
cuello de botella potencial como nunca hubo otro, y a través de él fluye
nada menos que el 80% de las importaciones chinas de petróleo. En su
parte más estrecha tiene sólo 54 kilómetros de ancho y, como el estrecho
de Ormuz, su seguridad depende también de la variedad
made-in-USA. En un futuro enfrentamiento con Washington, la marina estadounidense cerraría rápidamente o controlaría ambos estrechos.
De ahí que China esté cada vez más interesada en desarrollar una
estrategia energética terrestre en Asia Central que podría resumirse
como: ¡Adiós, Ormuz!, ¡adiós, Malaca! Y una calurosa bienvenida a una
nueva Ruta de la Seda en forma de conducto desde el mar Caspio al lejano
oeste chino en Xinjiang.
Kazajstán tiene el 3% de las reservas mundiales probadas de petróleo,
pero sus mayores campos petrolíferos no están lejos de la frontera
china. China ve ese país como una alternativa clave al suministro de
petróleo a través de futuros conductos que unirían los campos de
petróleo kazacos con las refinerías de petróleo chinas en su lejano
oeste. En realidad, la primera aventura transnacional china en
Oleductistán está ya en marcha: el proyecto petrolero China-Kazajstán de 2005, financiado por el gigante chino de la energía CNPC.
Mucho más por venir y los dirigentes chinos en espera de grandes riquezas energéticas
Rusia desempeña también un papel importante en los planes chinos de
escapatoria. Estratégicamente, esto representa un papel crucial en la
integración energética regional, fortaleciendo la asociación Rusia-China
dentro de la SCO, así como en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas.
En lo que se refiere al petróleo, el nombre del juego es el inmenso
conducto que va del este de Siberia al Océano Pacífico (ESPO, por sus
siglas en inglés). El pasado agosto se empezó una sección rusa de 4.000
kilómetros de largo desde Taishet, en el este de Siberia, hasta Najodka,
todavía dentro de territorio ruso. El primer ministro ruso Vladímir
Putin saludó el ESPO como “un proyecto realmente amplio que ha reforzado
nuestra cooperación energética”. Y a finales de septiembre, los rusos y
los chinos inauguraron un oleoducto de 999 kilómetros que va de
Skovorodinó, en la región rusa de Amur, hasta el enclave petroquímico de
Daqing, en el noreste de China.

Rusia
está suministrando anualmente hasta 130 millones de toneladas de su
petróleo a Europa. Pronto, no menos de 50 millones de toneladas pueden
estar dirigiéndose también a China y la región del Pacífico.
Sin embargo, hay tensiones ocultas entre los rusos y los chinos en
cuestiones de energía. Es comprensible que los dirigentes rusos se
sientan preocupados por los sorprendentes avances de China en Asia
Central, que fuera el “extranjero cercano” de la antigua Unión
Soviética. Después de todo –como los chinos han estado haciendo en
África en su búsqueda de energía-, en Asia Central los chinos están
construyendo autopistas e introduciendo trenes de alta tecnología, entre
otras maravillas modernas, a cambio de concesiones de gas y petróleo.
A pesar de las crecientes tensiones entre China, Rusia y EEUU, es
demasiado pronto para estar seguros sobre quién puede alzarse con el
triunfo en el nuevo Gran Juego en Asia Central, pero hay una cosa
bastante clara. Los “
estanes” de Asia Central se están
convirtiendo en jugadores de póquer cada vez más potentes en su propio
derecho mientras Rusia intenta no perder su hegemonía allí, Washington
pone todas sus fichas en los conductos que circunvalan Rusia (incluido
el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan –BTC- que bombea petróleo desde
Azerbaiyán a Turquía a través de Georgia) y China eleva sus apuestas por
su futuro en Asia Central. Sea quien sea el que pierda, este es un
juego en del que los “
estanes” no pueden sino beneficiarse.
Recientemente, nuestro hombre Gurbangulí, el líder turcomano, eligió a
China como salida de su país por un crédito extra de 4.180 millones de
dólares para el desarrollo del Sur de Yolotan, el mayor campo de gas del
país. (Los chinos habían soltado ya 3.000 millones de dólares para
ayudar a su desarrollo). Los burócratas de la energía en Bruselas se
quedaron desolados. Con unas reservas estimadas de más de 14.000
billones de metros cúbicos de gas natural, el campo tiene potencial para
inundar de gas a la hambrienta de energía Unión Europea durante más de
veinte años. ¿Adiós a todo eso?
En 2009, las reservas probadas de gas de Turkmenistán se estimaron en la
asombrosa cifra de 8.100 billones de metros cúbicos, las cuartas
mayores del mundo tras Rusia, Irán y Qatar. No es sorprendente que,
desde el punto de vista de Ashgabat, la capital del país, parezca
siempre estar lloviendo gas. Sin embargo, los expertos dudan de que la
idiosincrásica república del Asia Central sin salida al mar tenga
actualmente oro azul suficiente como para abastecer a Rusia (que
absorbía el 70% de los suministros de Turkmenistán antes de que se
abriera el gasoducto hacia China), a China, a Europa Occidental y a
Irán, todo al mismo tiempo.
En la actualidad, Turkmenistán vende su gas a: China, a través del
gasoducto más largo del mundo, con 7.000 kilómetros, y diseñado para una
capacidad de 40.000 millones de metros cúbicos por año; Rusia (10.000
millones de metros cúbicos por año, que descendió de 30.000 millones por
año hasta 2008); e Irán (14.000 millones de metros cúbicos por año). El
Presidente iraní Mahmud Ahmadineyad dispone siempre de una alfombra
roja de bienvenida por parte de Gurbandulí, y el gigante ruso de la
energía Gazprom, gracias a una póliza mejorada de precios, es tratado
como cliente preferente.
Sin embargo, en el momento presente, los chinos están por encima de
todos y, en general, pase lo que pase, hay pocas dudas de que Asia
Central será para China el proveedor exterior más importante de gas
natural. Por otra parte, el hecho de que Turkmenistán haya comprometido
en la práctica todas sus futuras exportaciones de gas a China, Rusia e
Irán, significa la muerte virtual de varios planes de gasoductos a
través del Mar Caspio a favor de Washington y la Unión Europea.
IPI frente aTAPI una y otra vez
En el frente del petróleo, aunque todos los “
estanes” vendieran a
China todos los barriles de petróleo que están bombeando en la
actualidad, alcanzarían a satisfacer sólo la mitad de las necesidades
diarias de importación de China. A la larga, sólo Oriente Medio puede
saciar la sed de petróleo de China. Según la Agencia Internacional de la
Energía, las necesidades globales de petróleo chinas aumentarán a 11,3
millones de barriles por día (bpd) en 2015, incluso si la producción
interior alcanzara un máximo de 4 millones de barriles. Compárese esto
con lo que algunos de los proveedores alternativos de China están
produciendo ahora: Angola: 1,4 millones de bpd; Kazajstán: también 1,4
millones de bpd; y Sudán: 400.000 bpd.
Por otra parte, Arabia Saudí produce 10,9 millones de bpd; Irán
alrededor de 4 millones, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), 3 millones,
Kuwait, 2,7 millones; y después tenemos a Iraq, que en la actualidad
produce 2,5 millones y es probable que alcance los 4 millones en 2015.
Sin embargo, Pekín aún no está completamente convencido de que ese sea
un suministro seguro, teniendo en cuenta sobre todo todos esos “sitios
de operaciones de avanzada” en EAU, Bahrein, Kuwait, Qatar y Omán, más
los grupos de combate navales que pululan por el Golfo Pérsico.
En el frente del gas, China cuenta definitivamente con algo que puede
cambiar el juego en el Sur de Asia. Pekín ha gastado ya 200 millones de
dólares en la primera fase de la construcción de un puerto de aguas
profundas en Gwadar, en la provincia paquistaní de Balochistán. Querían,
y lo consiguieron, que Islamabad les diera “garantías de soberanía para
las instalaciones del puerto”. Gwadar está a sólo 400 kilómetros de
Ormuz. Con Gwadar, la marina china dispondría de una base que le
permitiría controlar fácilmente el tráfico en el estrecho y quizá algún
día incluso frustrar los designios expansionistas de la marina
estadounidense por el océano Indico.
Pero Gwadar tiene otro papel futuro infinitamente más jugoso. Podría
convertirse en el pivote en una competición entre dos conductos desde
hace tiempo muy discutidos: el TAPI y el IPI. El TAPI representa el
conducto que atraviesa Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India, que no
podrá construirse nunca mientras las fuerzas de ocupación
estadounidenses y de la OTAN estén combatiendo contra el paraguas de la
resistencia, convenientemente etiquetado de “talibán”, en Afganistán.
Sin embargo, el IPI es el conducto Irán-Pakistán-India, también conocido
como el “conducto de la paz” (lo que haría que el TAPI fuera el
“conducto de la guerra”). Para inconmensurable disgusto de Washington,
el pasado junio, Irán y Pakistán llegaron finalmente a un acuerdo para
construir la parte “IP” del IPI, con la garantía de Pakistán a Irán de
que tanto la India como China podrían incorporarse al proyecto más
tarde.
Ya sea IP, IPI o IPC, Gwadar va a ser el nudo gordiano. Si, bajo
presiones de Washington, que trata a Teherán como la peste, la India se
ve obligada a salir del proyecto, China ha dejado ya claro que quiere
entrar en él. Los chinos construirían entonces un enlace a
Oleoductistán desde
Gwadar a lo largo de la ruta de la carretera del Karakorum en Pakistán
hasta China a través del paso de Junyerab, otro corredor terrestre que
demostraría ser inmune a las interferencias estadounidenses. Tendría
además el beneficio añadido de cortar radicalmente la ruta de camiones
cisterna de 20.000 kilómetros de longitud alrededor del borde sur de
Asia.
Podría decirse que para los indios sería un movimiento estratégico
alinearse con el IPI, matando con un triunfo una profunda sospecha de
que los chinos moverán pieza para rebasarles en la búsqueda de energía
extranjera con una estrategia de “collar de perlas”: estableciendo una
serie de “puertos-base” a lo largo de sus rutas clave de suministro de
petróleo desde Pakistán a Myanmar. En ese caso, Gwadar no sería ya
simplemente un puerto “chino”.

En cuanto a Washington, todavía cree que si se construye el TAPI ayudará
a contener a la India para que no rompa completamente el embargo
impuesto por EEUU contra Irán. Pakistán, hambriento de energía, prefiere
obviamente a China, su aliado “en todo momento”, que podría
comprometerse a construir todo tipo de infraestructuras energéticas
dentro del país devastado por las inundaciones. En pocas palabras, si la
cooperación energética sin precedentes entre Irán, Pakistán y China
progresa, será una señal de importante derrota para Washington en el
nuevo Gran Juego en Eurasia, con enormes repercusiones geopolíticas y
geoeconómicas.

Por
el momento, la prioridad estratégica de Pekín ha sido desarrollar
cuidadosamente todo un conjunto, notablemente diverso, de proveedores de
energía: un flujo de energía que cubre Rusia, el mar de China
Meridional, Asia Central, el mar de China Oriental, el Oriente Medio,
África y Sudamérica. (Las incursiones de China en África y Sudamérica se
abordarán en una futura entrega de nuestra gira por los lugares
calientes de la energía del planeta.) Si China ha resultado hasta ahora
tan magistral en la forma en que ha jugado sus cartas en su “guerra” de
Oleoductistán,
la mano estadounidense –circunvalar Rusia, quitar de en medio a codazos
a China, aislar a Irán- podría pronto recibir el nombre de lo que
realmente es: un farol.
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalizad World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en:pepeasia@yahoo.com
Fuente:
http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=21431