sábado, 22 de diciembre de 2018

Brasil YO LE HICE EL JUEGO A BOLSONARO

Tomado de: http://contratapapopular.blogspot.com/2018/10/yo-le-hice-el-juego-bolsonaro.html

domingo, 21 de octubre de 2018


Hay quienes sostienen que criticar a un gobierno de izquierda es lisa y llanamente hacerle el juego a la derecha. No admiten ningún tipo de crítica, y defienden a quienes consideran “los suyos” tal como defiende la mafia a “la familia”.
Pues lo confieso: me cuento entre quienes han venido criticando desde hace ya mucho tiempo al gobierno del PT y a Lula. Y como es sabido que la gran mayoría de los brasileños me leen, el resultado está a la vista: Bolsonaro será el próximo presidente del Brasil.
Algunos pastos que di a las fieras
En abril de 2010 escribía lo siguiente: 
 
El nuevo presidente del PT, Eduardo José Dutra (ex senador y ex presidente de Petrobrás) fue elegido por el voto directo de unos 500 mil afiliados. No es poca cosa, pero hay que recordar que en 1989, cuando Lula disputó por primera vez la presidencia del Brasil, el PT tenía unos 800 mil afiliados, sobre una población de 150 millones (hoy son más de 190 millones)”.
Es decir, hace ya ocho años se me ocurrió observar que el PT, luego de 8 años de gobierno estaba perdiendo apoyo dentro mismo de su propia base. En 8 años había bajado sus afiliados a la mitad en proporción a la población. Y por otra parte estaba perdiendo a muchos de sus principales líderes, fundadores del PT.
En comparación, el Partido Socialista Unido de Venezuela, contaba en ese entonces con más de siete millones de afiliados (Venezuela tiene unos 28 millones de habitantes), y un casco permanente de alrededor de un millón y medio de militantes. 
 
Mencionaba hace 8 años lo que decía Luis Bilbao (otro que le hacía el juego a la derecha): “Dos períodos de gobierno petista en Brasil significaron un salto adelante en la historia de los de abajo. Sus logros sólo pueden ser desconocidos por ideólogos de la reacción. No obstante, al cabo de ocho años, aparte de no haber resuelto innumerables problemas básicos, el PT no fortaleció la estructura partidaria, no desarrolló un proceso de organización de masas con ejercicio concreto del poder, no ganó más espacio social en capas explotadas y oprimidas y, en consecuencia, no cuenta seguro siquiera el voto de la masa beneficiada por su gobierno”.
Escribía yo por esos días, luego de destacar los indudables logros de los gobiernos del PT: “como contracara, entre otras cosas, luego de 30 años de vida del PT, ya no se percibe en su seno la abrumadora presencia obrera, sindical y juvenil de sus comienzos. Hoy en día, casi todas las empresas consultoras señalan algo que resulta impactante para todo el mundo: más del 80% de la población brasileña respalda a Lula. Algunos señalan que hasta ahora, en el mundo Brasil era sinónimo de Pelé; ahora el símbolo nacional es Lula. Pero la misma opinión pública (sin distinción de clases) que pone por el cielo la figura de Lula, denuesta al PT, lo cual constituye una carga demasiado peligrosa y pesada en la próxima campaña electoral. De hecho, la candidata del PT, Dilma Rouseff (una ex militante del socialdemócrata PDT de Leonel Brizola) cuenta con el 25% de aceptación, según las encuestas, 10 puntos por debajo de José Serra, el candidato del PSDB. No estamos diciendo que las elecciones estén perdidas”.
Por cierto, Dilma ganó las elecciones gracias a su alianza con la derecha de Temer y cía. Y así le fue.
Esa ha sido otra característica de los gobiernos progresistas, el lavantamiento de liderazgos personales, más allá de programas o proyectos. 
 
Señalaba por ese entonces:
Michelle Bachelet entregó el mando a Sebastián Piñera con una popularidad de 84%. Pero luego de 20 años de gobierno progresista, la inmensa mayoría de los chilenos (46%) no simpatiza con ningún partido: un 26% simpatizaba con la Concertación, un 18% con la Alianza, y un 7% con la izquierda extraparlamentaria. Uno de cada cuatro chilenos no se identifica ideológicamente (38%): es decir, no sabe si es de derecha, centro o izquierda. Pero eso no es lo más grave. Las cifras de participación dicen mucho más. Chile es una democracia peculiar: si no te registras en el censo, no votas. De algo más de doce millones de potenciales votantes, sólo se inscribieron 7.145.485; menos que los inscritos para el plebiscito de 1988 (7.251.930). El censo lleva estancado veinte años. Si miramos a la juventud: ¡sólo un 19% de jóvenes hasta los 34 años se registró para votar!”
Lo mismo decía de Tabaré Vázquez: “Al finalizar el mandato de Tabaré Vázquez, su popularidad ascendió al 80%, la mayor con la que culmina su gestión un gobernante uruguayo desde que existen estudios estadísticos. Y sin embargo, a pesar de esos avances y de la popularidad del presidente, el Frente Amplio no pudo obtener el triunfo en primera vuelta, y descendió su votación con respecto al 2005”.
Y traía a colación lo que decía otra que le hace el juego a la derecha, María Luisa Battegazzore: “Lo que aquí interesa es que el peso del elemento personal aumenta en razón directa a la devaluación de lo colectivo y de lo programático. Quién lo hará importa más en la medida que se percibe menos claro, definido y firme el qué se hará.”
Y hace dos años escribía lo siguiente: 
 
Lo que ha venido ocurriendo desde mediados de 2015 hasta ahora ha mostrado la caída lenta pero sin pausa de los progresismos de la región, presagiando tal vez el fin de una “era progresista”.
Algunos analistas apostaban a la continuidad del gobierno Kirchnerista con una victoria de Scioli en Argentina, un triunfo de los candidatos del PSUV y del Gran Polo Patriótico en las elecciones legislativas venezolanas, y a una consolidación del gobierno de Dilma en Brasil.
Nada de esto sucedió, como es público y notorio, sino todo lo contrario. En Argentina triunfó la derecha macrista, en Venezuela la oposición obtuvo la mayoría, y en Brasil el PT perdió el gobierno al ser destituida Dilma en medio de un gran escándalo de corrupción del que no se salva nadie”.
RESPONSABILIDADES
Y en mi desenfrenado juego a la derecha señalé responsabilidades:
Ahora bien, la derecha hace su juego, y está en todo su derecho. Las responsabilidades por las derrotas electorales o institucionales ya ocurridas y por venir, son de las élites progresistas.
En Brasil, es en donde se ha producido el debate más a fondo sobre los años de gobiernos del PT, encabezados por Lula y por Dilma, y es sin duda el más importante a analizar por su proyección global y porque representa -en términos de población y de producción- más de la mitad de la región.
El PT surgió como producto de ex guerrrilleros, sindicalistas, comunidades eclesiales de base, etc, llegó a ser el mayor partido de izquierda de América Latina e impulsó los foros sociales como el de Sao Paulo.
El filósofo Paulo Arantes, referente de esos debates, sostuvo que el país y la izquierda están exhaustos: “Agotamos por depredación extractivista el inmenso reservorio de energía política y social almacenada a lo largo de todo el proceso de salida de la dictadura”.
Y esa reflexión de Arantes tal vez sea más que válida para muchos de los procesos de los que hablamos, en donde el mayor pecado es haber desperdiciado esa enorme energía social y política que llevó décadas de construcción paciente y permanente.
Como afirma este filósofo brasileño, la energía agotada es de carácter ético, un deterioro social jamás visto, y la resume en «el derecho de los pobres al dinero», lo cual es en su opinión la clave del fin de este ciclo. La izquierda que siempre había priorizado la dignidad de los trabajadores como clase, aparece ahora con una gama de preocupaciones que se centran en administrar en vez de transformar, apostando todo al crecimiento de la economía, a los grandes números, al grado inversor, a los equilibrios macroeconómicos, sin más objetivos.
Un intelectual muy respetado, el sociólogo Francisco de Oliveira (fundador del PT, y cuando el gobierno de Lula puso en práctica reformas neoliberales fundó el PSOL), sostiene algo que también sin dudas es aplicable a los demás procesos de AL; dice que los gobiernos de Lula y Dilma provocaron una gran despolitización de la sociedad, en gran medida porque la política fue sustituida por la administración y porque “se cooptaron centrales sindicales y movimientos sociales”.
De Oliveira habla de una “hegemonía al revés”, para explicar como los ricos aceptan ser políticamente conducidos por los dominados, con la condición de que no cuestionen la explotación capitalista.
El sociólogo brasileño sostiene que “el lulismo es una regresión política”. De hecho, en las elecciones de 2006, cuando Heloísa Helena fue expulsada del PT por negarse a votar la reforma previsional), obtuvo 6,5 millones de votos como candidata del PSOL, casi el 7%.
Finalmente, todos sabemos como terminó la experiencia del PT, envuelto en un escándalo mayúsculo de corrupción, con Dilma destituida y con cientos de procesos judiciales que abarcan a todo el espectro político del Brasil, Lula incluido”.
NO SOLO LA CORRUPCIÓN
Decía también por esos días:
De todas formas, además del fenómeno de la corrupción, otros elementos deben tenerse en cuenta al evaluar si el progresismo fue una regresión o un paso adelante.
Hay quienes sostienen que los progresismos fueron un avance puesto que redujeron la pobreza llevándola a niveles muy bajos en comparación con la historia reciente de todos nuestros países. Esto fue posible por el crecimiento económico (basado fundamentalmente en el valor de las materias primas) que incorporó mas personas al mercado de trabajo, más la aplicación de políticas sociales.
Pero otros, somos de los que evaluamos los avances o retrocesos en términos políticos, además de los económicos. Así como evaluamos las victorias sindicales no por el monto económico de la conquista, sino por el avance en conciencia de los trabajadores a través de la lucha.
En ese sentido, es claro que no hubo cambios significativos en la igualdad (los ricos siguen siendo tanto o más ricos que antes), no hubo reformas estructurales, y en cambio sí se produjo desindustrialización y reprimarización de las economías. Además de una gran extranjerización y concentración de los medios de producción, especialmente de la tierra.
Y desde el punto de vista político, es en donde más se puede sostener -desde mi punto de vista- que los progresismos han significado un retroceso. La política, desde una mirada de izquierda, debe significar el avance en la capacidad de los sectores populares de organizarse y movilizarse para debilitar el poder económico y político de los poderosos, generando las posibilidades de cambio.
En este punto, la energía popular ha sido desgastada por el progresismo. Las críticas a las grandes movilizaciones de 2013 en Brasil por parte del PT porque supuestamente favorecen a la derecha, son un claro ejemplo, pero ya es parte del paisaje progresista la crítica a las movilizaciones de los trabajadores con ese desgastado argumento.
Claro, el problema ahora es como enfrentar a las derechas que vienen por la revancha, con sociedades desmovilizadas y despolitizadas, con una energía social dilapidada por el progresismo”.
Y las derechas vinieron, y encontraron un pueblo desmovilizado. El PT no fue capaz de organizar ni una sola movilización ante el ascenso de Bolsonaro, salvo para alcahuetear a Lula, su líder preso. Las mujeres le dieron en ese sentido un cachetazo al PT con la movilización ELE NAO. 
 
EL AÑO PASADO
El año pasado continué alimentando a las fieras brasileñas (que cada vez me leían más) y dije cosas como estas:
Los hechos están ahí: el PT está mezclado con el PMDB, el PSDB, el PP y otros de la misma calaña, en un enorme proceso de corrupción.
Esa alianza y otras, más o menos coyunturales, que Lula se vio obligado a tejer para garantizarse una gobernabilidad que le permitiese sacar adelante su Presidencia, fue el peaje que los poderes fácticos le impusieron; y no es retórica. Los votos que Lula consiguió durante años para sus propuestas legislativas se obtuvieron a cambio de dinero. En algo así de ‘simple’ consistió el mensalao, el gran escándalo de corrupción que azotó las presidencias de Lula (2003-2010).
No es útil defender a las personas por lo que dicen sino por lo que hacen. Y lo hecho por Lula y el PT deja mucho que desear. Dicen que “el que se acuesta con niños amanece mojado”. Muchos de los corruptos comprobados que están ahora en el gobierno Temer, fueron también parte de los gobiernos del PT, son sus aliados. La dirección del PT traicionó el sueño de la clase obrera brasileña al resolver gobernar el sistema junto con la burguesía y para la burguesía.
La derecha internacional siempre estará coordinando acciones para echar abajo gobiernos progresistas o de izquierda, así como las izquierdas siempre estarán coordinando acciones para luchar contra los gobiernos de derecha (las izquierdas internacionales también coordinan sus acciones, no otra cosa es el Foro de San Pablo, por ejemplo). Pero las caídas de estos gobiernos no necesariamente son el producto de estas coordinaciones. Muchos caen por su propio peso, porque no cumplen con sus promesas, porque se muestran incapaces de transformar lo que se suponía que iban a transformar, porque se corrompen, etc".
Señores que se creen de izquierda: el arma más poderosa que tienen es la autocrítica, para corregir desvíos y errores; los pecados más siniestros que están cometiendo son la autocomplacencia y la arrogancia. Después no se quejen. 
 

sábado, 8 de diciembre de 2018

Cuba debates constitucionales: El socialismo es una transición hacia otra sociedad


El socialismo es una transición hacia otra sociedad, la comunista. Por Germán Sánchez Otero

13-17 minutes

El intelectual y diplomático cubano Germán Sánchez Otero me ha honrado con enviarme sus propuestas de modificaciones al Proyecto de Constitución que por estos días discutimos en Cuba. Por su extensión y mi escaso tiempo aun no he terminado de leerlas, pero con su anuencia reproduzco de entre ellas, por su sólida argumentación, la relacionada con un tema varias veces abordado en este blog y que ha suscitado no pocas intervenciones en el debate: La pertinencia de explicitar en dicho documento “la  transición socialista hacia una sociedad comunista”;
PÁRRAFO ORIGINAL
  1. DECIDIDOS
  1. a llevar adelante la Revolución triunfadora  del  Moncada  y  del  Granma,  de la Sierra y de Girón que, sustentada en la más estrecha unidad de todas las fuerzas revolucionarias y del pueblo, conquistó la plena independencia  nacional,  estableció  el  poder revolucionario, realizó  las  transformaciones  democráticas  e  inició  la construcción del socialismo;
PROPUESTA DE ENMIENDA
  1. a llevar adelante la Revolución triunfadora  del  Moncada  y  del  Granma,  de la Sierra, del llano y de Girón que, sustentada en la más estrecha unidad de todas las fuerzas revolucionarias y del pueblo, conquistó la plena independencia  nacional,  estableció  el  poder revolucionario,  realizó  las  transformaciones  democráticas, antimperialistas y anticapitalistas  e  inició  la  transición socialista hacia una sociedad comunista;
ALGUNAS RAZONES QUE SUSTENTAN ESTA PROPUESTA 
Primera: Añado a “las transformaciones democráticas” los conceptos “antimperialistas y anticapitalistas”, porque son tales cambios    sustantivos realizados de modo ininterrumpido junto a los primeros entre 1959 y 1960, los que permiten crear las condiciones  para el tránsito socialista.
Segunda: Se sustituye “construcción del socialismo” por “transición socialista” y más adelante propongo también el verbo “crear” en vez de “edificar” o “construir”, para  enfatizar que la transición socialista es un proceso  creativo, no predeterminado.
A pesar de que se menciona a menudo  el conocido   alerta de Mariátegui – el socialismo no es calco ni copia sino creación heroica–   predomina en el lenguaje político de Cuba  la metáfora “construcción” o “edificación” del socialismo –importada de los textos soviéticos–, como si este fuese un edificio o un puente, del que ya tenemos el proyecto diseñado en todos sus detalles y solo es necesario erigirlo según un cronograma.
Tampoco es fortuito que Fidel,  a principios de este siglo expresara que nuestro mayor error fue haber creído que alguien sabía cómo se hacía el socialismo.   Su juicio está avalado por las experiencias cubanas de mimetismo  y otros errores propios,  y   por  lo ocurrido en procesos socialistas fenecidos o  existentes.  En el fondo es la misma idea: el socialismo no está escrito en las tablas de Moisés, es una transición hacia otra sociedad, la comunista, y hay que crearlo. Y tal  certeza, basada en la teoría original de Carlos Marx,  implica realizar ensayos, cometer errores, tener éxitos y hacer evaluaciones críticas siempre colectivas y democráticas, nunca complacientes ni burocráticas.
En consecuencia sugiero cambiar   el término “construir”    por el  de “crear” u otro equivalente, y el de “construcción del socialismo”  sería más preciso sustituirlo por “transición socialista”.
Tercera: Además,  recomiendo valorar la conveniencia de definir el concepto de socialismo que se alude en la Constitución. Se conoce la diversidad de variantes   que han existido o existen –socialdemócratas, las del llamado socialismo real, las asiáticas, las del  “socialismo del siglo xxi”… – y entre ellas la de Cuba.
En los  años sesenta del siglo pasado intentamos un curso original, quizás lo que hoy en día se denomina en otros países “socialismo con características propias”; luego nos inscribimos durante  14 años en la tradición del socialismo soviético, aunque sin perder ciertas esencias, entre ellas la política exterior independiente,  y más tarde, cuando fracasa allende el Atlántico y también en Cuba el modelo que copiamos  hemos estado más de 20 años buscando redefinir o afinar nuestros conceptos y políticas socialistas.
En mi opinión, el debate en torno al proyecto de nueva Constitución está generando un bagaje de ideas que puede permitir sustentar con mayor rigor que todos los documentos previos, los conceptos hegemónicos en Cuba, o que debieran serlo, sobre un modelo específico de socialismo. El reto es enorme, la oportunidad histórica también y corresponde al Partido interpretarla y  lograr esa definición, consensuada entre  la abrumadora mayoría de los ciudadanos que apuestan por la alternativa  socialista cubana. Existe una extensa bibliografía al respecto, y en Cuba hay varios autores en el campo de las ciencias sociales y en otras disciplinas, que han realizado excelentes aportes en los últimos años.
Cuarta: En la acepción original de Marx y Engels, como es conocido, el socialismo es un período de transición entre el capitalismo y el comunismo.  Desde entonces llovió mucho y en   varias partes.   Diversas teorías y experiencias históricas –fracasadas la mayoría y otras en curso– se han acumulado en más de un siglo de procesos autodefinidos de tal modo desde 1917. Y aunque ese  “tránsito” ha sido más complejo y difícil de desarrollar que lo imaginado por los dos  fundadores de la teoría,   sigue vigente la idea  original de ese período intermedio de mutaciones y contradicciones para crear la nueva sociedad,  proceso  que hoy sabemos puede ser reversible y girar otra vez hacia el capitalismo, aunque la Constitución de uno u otro país declare irrevocable el socialismo. El peligro de tal fórmula pétrea es que pueda  suponerse  inexorable el decurso socialista, tema sobre el que  alertó Fidel en su memorable discurso de la Universidad de La Habana en noviembre de 2005.
Quinta: Por  todo lo expuesto y mucho más que se podría  añadir, recomiendo mantener la referencia al comunismo donde sea necesario, por ejemplo como  está inscrita en el artículo 5 de la Constitución de 1976, que termina diciendo: “(…) hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”. Esa es nuestra genética teórica y política, y no hay razón para dejar de expresar  tal componente definitorio, que funciona además como la estrella polar en las noches y madrugadas de un mar proceloso,  cuando existen peligros de equivocar el rumbo.
Desde que decidimos declarar en 1961 el carácter socialista de la revolución, asumimos que el objetivo sería el comunismo. Nuestro  pueblo mayoritariamente así lo entendió y por esa aspiración  hemos luchado y han muerto miles de  compatriotas. Debemos expresar el objetivo estratégico más importante y la relación de este con lo que hagamos durante la transición. ¿Transición hacia dónde? El socialismo no termina en una meta o en el piso 9, 23 o 52, como si se construyera un edificio.
No existe tampoco una frontera que se cruza entre el socialismo y el comunismo. La revolución socialista tiene que avanzar de modo ininterrumpido,  y restarle poder de todas las maneras posibles al capitalismo en sus diferentes dimensiones, siempre  basándose en el consenso del pueblo y en la hegemonía del proyecto emancipador. Y la Carta Magna debiera expresar con claridad que el sostén y propulsor primordial  de este es la clase trabajadora en su más amplia acepción, incluidos sus intelectuales orgánicos.
No hay solución de continuidad entre el socialismo y el comunismo: es un proceso histórico cuya naturaleza,  energía y posibilidades de éxito radica en su interconexión y continuidad.
La brújula  durante la transición debiera estar siempre orientada hacia   las máximas aspiraciones, que deben comenzar a conseguirse desde el presente con resultados pequeños y grandes, aunque no sepamos cuánto tiempo demorarán en realizarse plenamente, pues además son impredecibles eventuales retrocesos parciales.  Tales aspiraciones no esperan ya consumadas   en un sitio ideal,  cual  si fuera el Paraíso al que llegaremos algún día si nos portamos bien.
A medio siglo de haber expresado Fidel aquella explosiva idea sobre construir el socialismo y el comunismo en forma paralela, podría ser conveniente analizar su sentido más profundo. Marx concibe el socialismo   como una transición entre el capitalismo y el comunismo no solo en el ámbito económico.    Durante la transición los diferentes procesos forman una totalidad dinámica, interactúan e influyen entre sí, en la perspectiva medular de largo plazo de superar (en un sentido hegeliano) el capitalismo, hasta que en esa larga disputa el universo del trabajo, entendido en todas sus dimensiones –económicas, ideológicas,  políticas y culturales– lo reemplace.  El documento “Conceptualización  del modelo económico y social cubano de desarrollo socialista” lo expresa de este modo:   “constituye un prolongado, heterogéneo, complejo y contradictorio proceso de profundas transformaciones en las estructuras políticas, económicas y sociales”. Útil, aunque genérico.
Sexta: ¿Por qué los adversarios están  de plácemes con que se  haya excluido la mención al comunismo en el proyecto de la nueva  Carta Magna? En las constituciones de los países que hoy se declaran socialistas ha sido  borrada la palabra comunismo. Incluso en Corea del Norte  sucedió   en la reforma de 2009. Pregunto: ¿Por qué Cuba debe hacerlo también?  No creo que debamos seguir  la pauta de las demás constituciones de países que se declaran socialistas,   sino reafirmar y elaborar con el máximo rigor nuestros conceptos sobre el socialismo y el comunismo.  Son suficientes las experiencias negativas de haber copiado varios conceptos  de la Constitución soviética, cuando se elaboró y aprobó la nuestra en 1976.
El argumento de que al mencionarse el socialismo ya incluimos el comunismo, es discutible. Entre otras razones porque existen diferentes modalidades de socialismo, por ejemplo los socialdemócratas siguen llamándose muchas veces de tal modo y la corriente llamada socialismo del siglo xxi tiene algunos  defensores que solo se proponen reformar el capitalismo, o intentar un híbrido capitalista–socialista cuyo destino ha sido o será el fracaso.
Debiéramos transitar nuestro derrotero socialista     consciente y explícitamente hacia el  horizonte comunista.   Lograr que  tal idea sea hegemónica en la  inmensa mayoría de los ciudadanos, o sea la hagan suya porque están convencidos, es una responsabilidad primordial del Partido y su éxito está asociado en primer lugar a que la gente perciba los avances en todos los ámbitos, materiales y espirituales, y a que los ciudadanos y ciudadanas  sean y se sientan actores del proceso.
Sabemos que  Cuba  en solitario o con un grupo de países no podrá alcanzar la sociedad comunista,  pues esta solo podrá existir a escala ecuménica. En eso  los dos alemanes no se equivocaron. Pero debemos recordar que ellos desde su primera proclama arrancan diciendo: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Y  en el párrafo final enfatizan:  “Los  comunistas  no  se  cuidan  de  disimular  sus opiniones  y  sus  proyectos”.
Sin el ánimo de utilizar a Fidel en  nuestra argumentación, me siento obligado a  referir que él defendió con especial vehemencia esta idea, en especial durante la coyuntura de la bancarrota del llamado campo socialista, y en los años posteriores. Por ejemplo,   el 28 de octubre de 1989, cuando se hacía añicos el muro de Berlín expresó: “(…) tenemos que atrincherarnos en las ideas del socialismo y el comunismo más que nunca”.     Y añadió: “¡Pase lo que pase!, seguiremos adelante, ¡pase lo que pase!, seguiremos luchando por el socialismo y por el comunismo; ¡pase lo que pase en el mundo!”.   Y el 3 de junio de 1998  afirmó: “Nosotros sí creemos en las ideas con una firmeza inconmovible, y las defendemos y las defenderemos; y creemos en el socialismo, creemos en el comunismo. Hoy, cuando muchos se asustan de haber hablado alguna vez de comunismo — y los hay por ahí —, nosotros con qué gusto les decimos a periodistas y a estadistas: ‘Nosotros somos socialistas, somos comunistas, y seguimos pensando en el socialismo y en el comunismo’”.
La principal guerra que nos hace el imperio es de índole cultural y por ende no  es casual que nuestros enemigos insistan una y otra vez en el fracaso del “comunismo” y del “socialismo”.  Los adversarios hace mucho tiempo que centran sus ataques en la destrucción de los imaginarios y las prácticas solidarias de los países que se declaran socialistas y de los procesos progresistas y revolucionarios en cualquier lugar del mundo. Es lo que, por ejemplo,   hacen hoy contra la Revolución Bolivariana.
Aunque no se escriba la palabra  comunismo en nuestros documentos, o se mencione en público cada vez menos, nuestros antagonistas  seguirán aludiéndola en relación con el socialismo, porque  pareciera que conocen muy bien el marxismo de Carlos Marx, Engels, Lenin y Fidel.  En sus códigos, no cesan ni dejarán de decir que el socialismo y el comunismo es lo mismo, un infierno que ha fracaso en  todas partes. En el caso de China y Vietnam, reconocen  sus éxitos económicos,  que atribuyen al predominio capitalista, pero señalan que es  autoritario en lo político por no practicar la democracia liberal.
Ejercitar y conocer las ideas sobre el comunismo no es un ejercicio de futurismo o de ciencia ficción, es una necesidad para contribuir a que el metabolismo de la transición socialista nos haga funcionar y desarrollarnos de una manera determinada y no de otra. Por ejemplo en la formación de valores de solidaridad, equidad, justicia social y democracia, donde cada vez más se ejercite el autogobierno del pueblo. Además, con ello estamos contribuyendo desde Cuba a mantener la  vigencia de una utopía de emancipación humana plena,  sometida desde que fue proclamada por el Manifiesto Comunista en 1848 a la  guerra ideológica más completa y  perversa  de todas cuantas  han realizado y seguirán ejecutando las burguesías del mundo. Ahí están ahora Trump y sus compinches reiterándolo cada día y muchos otros en el mundo, como el troglodita Bolsonaro en Brasil y el infame Macri en Argentina, aunque también  son  muy dañinos quienes lo hacen con estilos más refinados. Son  muchísimos, con rostros y modales diversos, y muy poderosos.
Tener plena conciencia de ello nos obliga aún más a crear nuestro socialismo rápido y bien, que es entre todas las formas existentes del internacionalismo la que  apenas se exalta. Y esto es paradójico,  pues  desde nuestras “trincheras”  podemos  suscitar con el éxito del socialismo en la isla efectos de demostración que incentiven a otros pueblos  en sus luchas y búsquedas.