El anarcosindicalismo frente al reto de su necesaria transformación
Tomás Ibañez – Movimiento libertario
Los importantes cambios acaecidos desde los inicios del siglo XX exigen que el anarcosindicalismo proceda a una profunda renovación para volver a ser un instrumento de lucha tan eficaz como lo fue hasta finales de los años treinta. En un momento en que la expansión del capitalismo en toda la esfera de la vida cotidiana tiende a romper la neta separación entre el campo laboral y las demás actividades sociales es preciso construir formas organizativas que sean transversales en relación con las problemáticas laborales y sociales, fundiéndolas en un mismo entramado. Se trata de avanzar hacia una autentica hibridación donde una misma forma de lucha y de organización abarque indistintamente ambas problemáticas realizando su simbiosis.
Por supuesto, a mí también me gustaría
pensar que las dificultades con las que sigue tropezando el
anarcosindicalismo desde los lejanos años de la transición para
aglutinar e ilusionar a un gran número de trabajadores son meramente
coyunturales y que la entrega y el voluntarismo de la militancia
confederal permitirán superarlas algún día. Sin embargo, son tantos los
factores que mitigan esa esperanza que ya no se puede eludir la pregunta
sobre la actual validez del anarcosindicalismo como instrumento de
lucha para lograr una transformación radical de la sociedad. De la
lucidez con la que seamos capaces de afrontar esa pregunta puede
depender que en su segundo siglo de existencia el anarcosindicalismo se
vea relegado a un papel meramente testimonial y residual, o que se
transforme en un elemento dotado de una real capacidad de incidencia.
En efecto, si consideramos que la
extraordinaria fuerza alcanzada por el anarcosindicalismo durante las
primeras décadas del siglo XX se debió en buena medida a que se fraguó
en el seno mismo de unas luchas directamente enraizadas en las
características y en las exigencias del contexto laboral y político de
esa época, también debemos contemplar que su debilidad actual provenga
de cierto desfase respeto de las condiciones sociales, económicas y
políticas que definen el presente.
El nuevo contexto social.
El contraste entre los cambios
experimentados por un anarcosindicalismo que conserva, en lo esencial,
las formas organizativas y los contenidos sustantivos que lo definían en
los años treinta, y la magnitud de los cambios sociales que se han
producido desde entonces es sencillamente abismal. Aunque los principios
genéricos de la dominación y de la explotación se mantienen férreamente
invariables en una sociedad jerárquica y socialmente injusta, son
tantos los cambios que esta ha experimentado que resulta imposible
relatarlos aquí y me limitaré, por lo tanto, a mencionar solamente dos
de los conjuntos de cambios que dificultan, sin duda, la andadura
anarcosindicalista.
El primero de estos conjuntos afecta a
múltiples aspectos del mundo del trabajo que van desde la organización y
las modalidades del trabajo, hasta las técnicas de gestión empresarial,
pasando por los procedimientos de control e incentivación de los
trabajadores, pero dentro de esta multiplicidad de cambios tan solo
mencionaré algunos de los más decisivos. Por una parte, la consabida
perdida de centralidad del proletariado industrial, y la progresiva
disminución de su peso relativo frente al auge del sector servicios, se
suman a la fragmentación de las grandes unidades de producción y al
incremento de la heterogeneidad de los contratos y de las situaciones
laborales para dificultar la confluencia de los intereses inmediatos de
los trabajadores.
Si añadimos a esta reconfiguración de
mundo del trabajo la creciente tendencia a crear capas de trabajadores
en situación precaria que no encajan fácilmente en la forma clásica de
la estructura sindical, vemos como se va reduciendo cada vez más el
espacio laboral en el cual se dan las condiciones para el desarrollo de
una actividad sindical, y más aun si esta actividad es de tipo
anarcosindicalista.
Por
otra parte, la mayor facilidad con la cual el capitalismo contemporáneo
puede desplazar geográficamente las estructuras de producción en busca
de condiciones más competitivas debilita la resistencia que pueden
oponer los trabajadores frente a la degradación de sus condiciones de
trabajo y fragiliza la respuesta sindical frente a medidas tales como
los recortes de plantillas y de sueldos.
Además de reducir significativamente el
espacio de la actividad sindical y de disminuir la fuerza que puede
ejercer el movimiento obrero estos cambios apuntan a la dificultad, por
no decir la imposibilidad, de que una organización anclada básicamente
en el ámbito laboral, como lo es por definición la organización
anarcosindicalista, pueda alcanzar la potencia necesaria para impulsar
una transformación del conjunto de la sociedad.
Paralelamente a las modificaciones que
afectan al mundo del trabajo un segundo conjunto de cambios tiene que
ver con la constitución de la sociedad-red, con los nuevos dispositivos
tecnológicos, y con lo que algunos han dado en llamar la modernidad
liquida. Este conjunto de cambios articula unas condiciones sociales y
políticas que requieren y que suscitan unas formas de lucha distintas de
las que caracterizaron las luchas obreras, sindicales y políticas en el
pasado. Hemos visto recientemente en Túnez, en Egipto y en otros países
de esa área geopolítica el papel desempeñado por las nuevas tecnologías
en unas movilizaciones populares cuyo éxito descansa más sobre el
carácter multitudinario de las convocatorias que sobre la capacidad de
paralizar la producción, ya lo habíamos visto anteriormente en Seattle o
en las elecciones generales tras los atentados del 11M, como también
hemos podido apreciar hace bien poco el papel desestabilizador de
Wikileaks, o la fuerza de Anonymous. Pero lo que quiero referir aquí es
solo uno de los efectos de este conjunto de cambios, se trata de la
creciente dificultad para constituir y mantener organizaciones de lucha
que sean estables y duraderas.
No es solamente que los espacios donde
cristalizan los enfrentamientos sociales se hayan esparcido fuera del
ámbito laboral por todo el tejido social, es, además, que las
estructuras sobre las que se asientan muchas de las luchas, sobre todo
en las sociedades occidentales, se han vuelto fluidas y movedizas.
Podemos lamentarlo pero es un hecho que los núcleos activistas suelen
ser efímeros, inestables y cambiantes. Su tiempo de permanencia se agota
generalmente en el corto plazo como si estuviesen marcados, ellos
también, por las características de esa modernidad líquida en la que ya
hemos entrado y donde todo fluye con creciente rapidez. Es como si se
viesen arrastrados por la misma velocidad de cambio que se impone a los
objetos de consumo o a las posiciones laborales. El anarcosindicalismo
contemplaba la necesidad de organizaciones estables con afiliaciones
duraderas y masivas pero no parece que sea precisamente ese el tipo de
organización que se corresponde con las nuevas circunstancias sociales.
En posible que la volatilidad y la fluidez de las estructuras de lucha
sea ya un hecho irreversible e incluso que se vaya acentuando con el
tiempo, podemos lamentarlo y derrochar esfuerzos para intentar aglutinar
la militancia en unas estructuras fijas, pero también deberíamos pensar
en cómo adaptar nuestras formas de luchar a esa nueva realidad.
Por fin, las dificultades con las que
topa el anarcosindicalismo no provienen únicamente de las modificaciones
estructurales acaecidas en el mundo del trabajo y de la transformación
de los escenarios y de las formas de las luchas, sino que provienen
también de los cambios que han afectado al imaginario subversivo. El
imaginario anarcosindicalismo se basaba en la convicción de que serían
los trabajadores quienes protagonizarían una revolución social que se
anunciaba como inevitable y que estaba llamada a abarcar la totalidad de
la sociedad. Hoy esa convicción ha desertado casi por completo el
imaginario popular y la perspectiva de una revolución social
protagonizada por el proletariado ha perdido toda credibilidad. El
actual imaginario subversivo no solo ha dicho adiós al proletariado como
sujeto revolucionario, sino que también se ha despedido de la
revolución pensada como un evento brusco situado en el horizonte de un
trayecto que solo tiene sentido si conduce hacia él. Para el nuevo
imaginario subversivo ya no existe un sujeto revolucionario claramente
definido y la revolución ha dejado de ser un evento y una meta situados
en el futuro para pasar a ser una dimensión que se encuentra presente en
cada acción que consigue arrebatar algún espacio a la dominación y
logra subvertir algún dispositivo de poder. Las acciones no son
revolucionarias en función de que nos vayan acercando progresivamente al
momento de un estallido social generalizado y definitivo, sino en
función de lo que se consigue y lo que se vive, aquí y ahora, en el
proceso mismo de esas acciones.
Este
cambio respeto al imaginario de los años treinta es especialmente
relevante para el anarcosindicalismo porque era precisamente la
perspectiva de una transformación revolucionaria de la sociedad
protagonizada por los trabajadores la que daba sentido al conjunto de su
proyecto. ¿Se puede sostener un anarcosindicalismo desprovisto, no del
deseo de una transformación radical de la sociedad, este deseo es
absolutamente irrenunciable, pero sí de la idea clásica según la cual la
finalidad de las luchas consiste en organizar y en concienciar a los
trabajadores para llevar efectivamente a cabo la revolución social?
El reto para el anarcosindicalismo
Está claro que frente a las nuevas
condiciones sociales el anarcosindicalismo deberá ser capaz de proceder a
una profunda renovación si quiere volver a ser un instrumento eficaz
para incidir en la sociedad. Más tarde o más temprano será preciso
desembocar sobre un nuevo concepto de organización que responda a las
nuevas coordenadas del siglo XXI. ¿Qué forma tomara esa nueva
organización? Obviamente, resulta imposible prefigurar un tipo de
organización que nacerá desde las luchas y que, por lo tanto, se irá
dibujando en la práctica, pero lo que sí es factible es caminar en la
dirección adecuada y para ello se pueden vislumbrar algunas pistas.
Pero evitemos malentendidos, no se trata
ni de abandonar las prácticas anarcosindicalistas que desarrollamos en
la actualidad, ni mucho menos de desmantelar lo
que ya se ha construido, a la espera de
hipotéticos nuevos instrumentos de lucha. Está claro que hay que seguir
volcando esfuerzos en ampliar tanto como sea posible el espacio ocupado
por la organización anarcosindicalista en el mundo del trabajo y
fortalecerla tanto como se pueda. Además, resulta que las medidas que
está tomando el capitalismo estos últimos años para hacer retroceder las
conquistas sociales, para desregular el mercado laboral y para empeorar
las condiciones laborales contribuyen a ensanchar de manera
significativa la receptividad ante propuestas sindicales más radicales,
con lo cual el espacio para una organización anarcosindicalista se
amplía en el corto plazo y sería insensato desaprovechar esta
oportunidad para impulsar el crecimiento de la organización.
Ahora
bien, desde una perspectiva a medio y largo plazo la deseable expansión
de nuestra organización no debería constituir un objetivo prioritario.
En un contexto social marcado por la amplitud y la aceleración de los
cambios, la prioridad no puede consistir en crecer sino en
transformarnos.
La prioridad debe ser la de construir el
instrumento adecuado a los nuevos tiempos, y es claro que en su forma
actual la organización anarcosindicalista no es el instrumento que estos
nuevos tiempos requieren, y que la tentación de limitarnos a fortalecer
y ampliar la organización podría constituir un error fatal de cara al
futuro.
Dicho con otras palabras, lo prioritario
no es ocupar un espacio laboral que, aunque aún tiene cierto margen de
expansión, también tiene unos límites que se irán estrechando cada vez
más con el paso del tiempo, sino que consiste en saber conectar con el
nuevo espacio alternativo que se está creando y contribuir a construirlo
para que llegado el momento el anarcosindicalismo pueda fundirse en ese
nuevo espacio subversivo y en las nuevas formas de organización y de
luchas que hayan emergido.
Las pistas se hallan en nuestro pasado: profundizar en la hibridación.
Nuestra prioridad debe ser la de
conectar con las exigencias del presente y anticipar el futuro, pero
resulta que la memoria de las luchas pasadas aporta a veces valiosos
elementos para vislumbrar los caminos a seguir, y en el caso del
anarcosindicalismo esto es efectivamente así.
Lo es porque resulta que las nuevas
condiciones sociales requieren unas formas de lucha cuyas
características ya se perfilaban en ese anarcosindicalismo de las
primeras décadas del siglo XX que siempre desbordó la esfera
estrictamente laboral y que supo efectuar una hibridación entre la
acción social y la acción sindical.
La diferencia es que esa acción social
que en el primer tercio del siglo XX era algo así como un valor añadido
que acompañaba una acción predominantemente sindical se perfila hoy como
un elemento que está llamado a disolver la propia separación entre
ambos tipos de acciones. En efecto, aunque el anarcosindicalismo de los
años veinte y treinta comportaba una importante vertiente de acción
social, su estructura básica era sin embargo de carácter marcadamente
sindical, y es precisamente esa estructura corporativa centrada en el
mundo del trabajo la que irá perdiendo sentido en los tiempos futuros.
Por supuesto, el fin del mundo del
trabajo no se perfila en ninguno de los escenarios que podamos
contemplar y, por lo tanto, seguirá existiendo una conflictividad
laboral que deberá ser alimentada y radicalizada por quienes rechazamos
la actual configuración de la sociedad. Pero puede que las nuevas
características del trabajo y de las condiciones laborales marquen la
obsolescencia de la estructura sindical y requieran otras formas de
organización que sean transversales en relación con la problemática
laboral y con la problemática social, fundiéndolas en un mismo
entramado.
No se trata de descuidar los problemas
laborales para pensar únicamente en términos de activismo social, al
contrario, se trata de avanzar hacia una auténtica hibridación donde una
misma forma de lucha y una misma forma organizativa abarquen
indistintamente ambas problemáticas, realizando su simbiosis.
Podemos encontrar algunas razones que
avalan esta línea de pensamiento en el hecho de que la propia expansión
del capitalismo en toda la esfera de la vida social tiende a romper la
neta separación entre lo laboral y lo social. En efecto, estamos
asistiendo desde hace ya bastantes años a un fenómeno de totalización
capitalista que extiende la lógica del mercado y del beneficio económico
a todos los aspectos de la existencia humana, infiltrando y colonizando
nuestros deseos, nuestro imaginario, nuestras motivaciones, nuestras
relaciones sociales y, en definitiva, nuestro modo de existencia. El
capitalismo juega sus cartas simultáneamente en el tablero de lo laboral
y en el de lo social, desdibujando cada vez más sus fronteras.
Así, por ejemplo, en la esfera laboral
el capitalismo procura sacar provecho de todas las facetas de la persona
contratada, no se limita a utilizar sus habilidades técnicas o su
fuerza de trabajo, sino que procura movilizar la totalidad de sus
recursos, es decir, sus motivaciones, sus deseos, sus angustias, sus
recursos cognitivos y sus lazos afectivos para obtener mayores
rendimientos. Mientras que, fuera de la esfera propiamente laboral,
resulta que son todas las actividades que el trabajador lleva a cabo al
margen de su puesto de trabajo las que son instrumentalizadas por el
capitalismo para que produzcan beneficios, ya sea en el ámbito de la
salud, en el de la educación, en el de los cuidados, en el del ocio, por
no mencionar, claro está, la vorágine consumista. No es la economía la
que es capitalista es toda la sociedad, y es nuestra propia vida la que
se encuentra apresada por su lógica, por sus parámetros y por sus
valores.
Ante esta realidad la conclusión parece
imponerse con claridad: puesto que el capitalismo trasciende el mundo
laboral, desdibuja su especificidad y expande su propia lógica a todo el
ámbito de lo social, nuestra lucha contra el capitalismo debe
trascender, ella también, el mundo laboral y adoptar unas formas que
abarquen la realidad social en toda su extensión.
La necesaria diversificación de los
terrenos de intervención de nuestras organizaciones, y la indispensable
polivalencia de sus luchas, cobran una relevancia aun mayor cuando
observamos la proliferación de las interconexiones que el capitalismo
está tejiendo entre los distintos componentes de la realidad social a
nivel mundial sin que importen ni las distancias ni los lugares ni los
aspectos de la realidad que se ponen en relación. Si todo está cada vez
más estrechamente interconectado, si lo global marca las coordenadas de
nuestra época tanto en lo económico como en lo político, entonces
también hace falta imprimir a nuestro modo de luchar y de organizarnos
el sello de una perspectiva global que interconecte los diversos frentes
de lucha.
Algunos pasos que se pueden dar en el momento actual
Basta
con mirar a nuestro alrededor para ver que por fuera de las estructuras
del sindicalismo alternativo y de las minúsculas organizaciones
políticas radicales, se está moviendo una rica pluralidad de núcleos
activistas que abarca desde movimientos sociales puntuales como durante
el período de la guerra de Irak, hasta organizaciones ecologistas,
parados, colectivos de trabajadores precarios, asociaciones vecinales,
núcleos de economía alternativa, cooperativas, asociaciones de
emigrados, jóvenes sin vivienda propia, cyberactivistas, prensa, radio y
editoriales alternativas, ateneos, asociaciones memorialistas,
colectivos que luchan contra las más diversas discriminaciones, centros
ocupados etc. etc. El anarcosindicalismo deberá mezclarse con las
variadas formas de resistencia que se encuentran esparcidas por todo el
tejido social para inventar conjuntamente nuevas formas de lucha.
No resulta fácil vislumbrar cual será el
resultado sobre el que desembocará el proceso de hibridación y la forma
concreta que esta tomará, pero si se pueden intuir cuales han de ser
los pasos que conviene dar para que la hibridación se produzca
efectivamente y para que se fragüe la osmosis entre lo laboral y lo
social.
Desde luego, esos pasos no van en
dirección a construir un cajón de sastre y a abrir la organización
anarcosindicalista para que pueda dar cabida hoy a todos los activismos.
Por una parte, es obvio que las
dificultades para establecer unas estructuras de debate y de decisión
que fuesen comunes desembocarían sobre la más absoluta inoperancia.
Por otra parte, resulta que la
dispersión de los núcleos activistas en tantos lugares del tejido social
como sea posible constituye uno de los activos más importantes de las
luchas subversivas. Y resulta, además, que las perspectivas de futuro no
apuntan hacia una forma de organización que disponga de estructuras
fijas y estables, aunque solo sea porque la aceleración del ritmo de los
cambios y de los acontecimientos exige una rapidez de adaptación y de
reacción que solo pueden proporcionar las redes.
En el momento actual los pasos que
conviene dar consisten simplemente en crear las condiciones adecuadas
para favorecer el proceso de hibridación. No es suficiente con que los
militantes anarcosindicalistas estén presentes, como suele ser
frecuente, en las actividades de otros núcleos activistas además de los
propiamente sindicales. Se trata de que la organización
anarcosindicalista sea, ella misma, un factor de sinergia, de
vigorización y de multiplicación de las diversas resistencias, volcando
explícitamente sus esfuerzos en la creación de un denso tejido de
conexiones con los componentes del espacio alternativo. Se trata de
fomentar la interacción, el intercambio, el roce, la producción de
pensamiento en común, la confluencia en la acción, la participación en
experiencias comunes, multiplicando las ocasiones para compartir
solidaridades. En esta línea, como ya lo está haciendo Rojo y Negro,
nuestras publicaciones deben cubrir todos los campos de la
conflictividad social, dando voz propia a tantos núcleos activistas como
sea posible, y nuestras acciones deben desbordar sin reservas el ámbito
estrictamente laboral, como ya ocurrió por ejemplo con la reciente
huelga del consumo. Pero sería un error garrafal plantear esta apertura
sobre el activismo social simplemente como un medio para suscitar
simpatías y para atraer militantes que refuercen la incidencia de la
organización anarcosindicalista en el mundo del trabajo. Esa apertura
debe ser impulsada por su propio valor, porque constituye, en sí misma,
una forma de lucha y porque representa una de las condiciones para que
el anarcosindicalismo avance hacia su necesaria transformación.
Tomado de: http://librepensamiento.org
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