Miércoles, 19 de Septiembre de 2012 18:57
La forma que tome el nuevo modelo cubano dependerá de la influencia
relativa de maneras diferentes de entender el socialismo y visualizar el
futuro de Cuba.
La forma que tome el nuevo modelo
cubano dependerá de la influencia relativa de maneras diferentes de
entender el socialismo y visualizar el futuro de Cuba. Aunque estas
posiciones o corrientes de pensamiento, por lo general, coinciden en que
el principal objetivo a largo plazo debe ser una sociedad más justa y
liberada de las dificultades económicas que hoy enfrentamos, difieren
notablemente en su manera de entender la justicia y la libertad, y, por
lo tanto, el socialismo. Comparten en gran medida el diagnóstico
sintomático de la situación actual, pero identifican distintas causas de
fondo y soluciones para esos problemas. Asimismo, tienden a establecer
disímiles metas a corto y mediano plazo, y, más importante aún, a
proponer diversos medios para alcanzar esos objetivos, por lo que
—aunque no siempre se reconoce— nos conducen hacia diferentes estadios.
Este trabajo identifica las tres
principales posiciones o visiones del socialismo en Cuba que están
influyendo en los cambios actuales: la estatista, la economicista y la
autogestionaria. Estas no son más que herramientas de análisis para
caracterizar a grandes rasgos los enfoques existentes en la Isla sobre
lo que es necesario para salvar el proyecto socialista cubano.[1] El
único propósito de su uso es señalar las ideas que más los identifican,
pues en realidad aun las personas que pueden caracterizarse más
claramente por una de las posiciones, comparten algunos puntos con las
otras. Los contrastes de las tres corrientes de pensamiento pueden
observarse cuando se analizan los objetivos que persiguen sus visiones
de socialismo. Ello se refleja en los problemas fundamentales que
identifican en la sociedad cubana de hoy y en las soluciones que
proponen, al evidenciar sus disímiles estrategias para la construcción
socialista.[2]
Las observaciones expuestas aquí se
basan en el análisis desprejuiciado del discurso público —declaraciones
oficiales, debates formales e informales, afirmaciones en medios de
comunicación— y publicaciones —académicas, periodísticas— de cubanos en
los últimos años. El objetivo de este trabajo es contribuir al debate
esclareciendo las posiciones más importantes, para así facilitar
consensos sobre cuestiones tan centrales como cuáles son los objetivos
de los cambios que se están experimentando y qué medios son más
efectivos para lograrlos.
Visiones que emergen de varias corrientes de pensamiento
Estatistas: Perfeccionemos el socialismo de Estado
El principal objetivo del socialismo
para los estatistas es un Estado representativo bien administrado, que
controle la sociedad. Su énfasis está en lograr un Estado fuerte; no uno
más grande, sino uno que funcione correctamente y asegure que los
subordinados cumplan con las tareas asignadas. Los representantes de
esta corriente hacen hincapié en que el cubano es un Estado distinto del
de los países capitalistas: que es «socialista» porque responde a los
intereses de los trabajadores y no a los de los capitalistas.
Según los estatistas, la forma más
adecuada para proporcionar los bienes y servicios que todos los
ciudadanos necesitan para satisfacer sus necesidades básicas es un
Estado centralizado a través de una estructura vertical. Para ellos, la
coordinación horizontal de actores autónomos, individuales o colectivos,
no es posible y genera caos. Aunque, ante las deficiencias de la
planificación autoritaria, algunos han aceptado cierta presencia de las
relaciones de mercado como algo inevitable. Las organizaciones autónomas
—sobre todo las gestionadas democráticamente— generan conflictos y
promueven la desintegración social. Según esta vertiente del socialismo,
los ciudadanos no están preparados para administrar sus propios
asuntos, y si se les da la oportunidad de participar en la toma de
decisiones únicamente tendrán en cuenta sus intereses individuales
estrechos y cortoplacistas, lo que resultaría en ineficiencia económica y
desintegración social.
Al centro de los cambios propuestos
por los estatistas está llevar el control y la disciplina a la sociedad
cubana y en particular a la economía. La reducción del déficit fiscal y
comercial parece ser la prioridad número uno. Esto se ha traducido en la
tendencia a imponer impuestos demasiado altos, tanto para las empresas
estatales como no estatales, y a reducir gastos mediante el recorte de
servicios sociales o el cierre de empresas sin considerar si las
comunidades afectadas y los colectivos de trabajadores pueden asumir su
gestión y, por lo tanto, disminuir su necesidad de subvenciones.[3]
Esta corriente de pensamiento no
considera necesario hacer cambios profundos: con mayor control y
exigencia por los directivos y el Partido,[4] junto con cierta
descentralización y consulta con las masas, las instituciones actuales
pueden funcionar adecuadamente; sobre todo si el Estado se descarga de
la gestión de pequeñas y medianas empresas y los gobiernos locales
tienen sus propios recursos para resolver problemas en sus territorios.
En su opinión, si los salarios estatales pudieran satisfacer las
necesidades básicas, la mayoría de los problemas estarían resueltos.[5]
Repiten el llamado del presidente Raúl Castro de «cambiar los métodos de
trabajo», pero no incluyen en ello permitir a las instituciones ser más
autónomas y democráticas, y ni siquiera establecer niveles mínimos de
transparencia que posibiliten hacer público el presupuesto de los
gobiernos locales y las empresas estatales.[6]
Según los estatistas, los principales
problemas de la sociedad cubana son la indisciplina y la falta de
exigencia por los administradores, funcionarios de ministerios y
miembros del Partido. Ello ha resultado en bajos niveles de
productividad y calidad, descontrol y desorganización, lo que ha
permitido que el desvío de recursos del Estado se haya hecho natural y
que se haya expandido la corrupción. Ciertamente, el control, la
disciplina y, más aún, la sistematicidad son realmente necesarios para
que cualquier proyecto tenga éxito, y estas prácticas no han sido
comunes en los trabajadores y administradores cubanos durante décadas.
Sin embargo, aunque las tres
posiciones coinciden en lo dañino que es el descontrol en las
instituciones estatales, difieren en cuáles son sus causas de fondo, así
como en el tipo de métodos de control que consideran eficaz y justo y,
por lo tanto, que debería ser implementado. Los estatistas insisten en
el carácter cultural del problema, que podría ser resuelto con educación
por medios tradicionales directos o indirectos. Un «cambio de
mentalidad» es presentado como la solución de fondo sin precisar cómo se
va a llevar a cabo. Mientras que los economicistas señalan como causa
del problema los bajos salarios y proponen instaurar incentivos
materiales adecuados; para los autogestionarios se trata de la forma en
que las instituciones cubanas están organizadas, y proponen establecer
modelos de gestión con relaciones sociales menos alienantes que permitan
el sentido de petenencia y liberen las capacidades creativas de las
personas.[7]
Es decir, la solución para los
estatistas es un mayor control y supervisión en la estructura vertical, y
algo —tan poco como sea posible— de autonomía para los
administradores.[8] Se piensa solo en órganos de control externo al
grupo que debe ser supervisado, como los directivos sobre los
trabajadores, o la recién creada Contraloría General de la República
sobre los directivos. Parece no reconocerse los límites de la
supervisión externa y vertical, ni las ventajas del control interno o
autosupervisión por parte de los colectivos —de trabajadores o
comunidades— que realmente se ven como dueños, y del control social de
las personas sobre sus superiores mediante una real rendición de cuentas
—transparente, directa y permanente— en las instituciones públicas.
Sería un error suponer que la mayoría
de los funcionarios del aparato estatal se identifica con la posición
estatista. En todos los niveles del Estado cubano hay quienes están
realmente interesados en reducir la intervención de este en la vida de
las personas;[9] se acercan más a las tendencias economicista o
autogestionaria, en dependencia de su experiencia de vida y su
exposición a ideas alternativas. Sin embargo, el estatismo tiene una
buena representación en los administradores y funcionarios estatales de
nivel medio que temen perder sus puestos de trabajo y por tanto su vida
profesional (estatus, reconocimiento social) y/o su capacidad de
beneficiarse del Estado a través de la corrupción.
Esta posición es además respaldada por
muchos cubanos que, cansados de burócratas incompetentes, quieren que
regrese el orden. También por aquellos preocupados por el descontrol
social de las últimas décadas que se manifiesta en comportamientos
antisociales dañinos económica y culturalmente. Algunos cubanos rechazan
cambios más sustanciales por temor a perder los logros sociales de la
Revolución. Además, hay unos cuantos intelectuales educados en el
marxismo de tipo soviético que se oponen a cualquier tipo de
descentralización y a la apertura a organizaciones que no estén directa y
estrechamente controladas por el Estado, tanto privadas como
colectivas. Aunque se podría pensar que los oficiales de las Fuerzas
Armadas están más cerca del estatismo, algunos —en especial, gerentes de
empresas militares— consideran la posición economicista como más
pragmática, mientras que otros entienden las ventajas de la
participación y los riesgos de promover lo privado y el mercado para la
cohesión social.
Economicistas: el socialismo de mercado es el único camino factible
De acuerdo con los economicistas, el
objetivo principal del socialismo debe ser el desarrollo de las fuerzas
productivas, entendidas como la capacidad tecnológica para crear más
riqueza material, es decir, crecimiento económico.[10] El socialismo es
entendido como redistribución de la riqueza; por lo tanto, los
representantes de la corriente economicista sostienen que la
construcción de este no es posible hasta que las fuerzas de producción
se hayan desarrollado lo suficiente: si no hay riqueza no hay nada que
distribuir.[11] De ahí que los actuales cambios en Cuba deban buscar,
sobre todo, un mejor desempeño de la economía cubana con el fin de poner
al país en una senda de desarrollo capaz de satisfacer las necesidades
materiales crecientes de la población. Además, argumentan que, con una
redistribución efectiva de la riqueza, todas las instituciones y modelos
de gestión eficientes y productivos son útiles para la construcción del
socialismo: «no importa el color del gato mientras que cace
ratones».[12]
Según los economistas, la
privatización y mercantilización son esenciales e imprescindibles para
el desarrollo económico de cualquier sociedad, socialista o no; mientras
que para los estatistas las empresas privadas y las relaciones de
mercado son males riesgosos pero necesarios, que pueden ser domesticados
por el Estado, y para los autogestionarios estos pueden ser superados
gradualmente con la expansión de organizaciones alternativas que
fusionen objetivos económicos y sociales.
Los economicistas identifican las
principales causas del bajo rendimiento de la economía cubana en la
centralización, el monopolio estatal del comercio y la producción de
bienes y servicios, las restricciones blandas de presupuesto y la
ausencia de incentivos materiales resultantes de la iniciativa privada y
las relaciones de mercado. Aunque no siempre es reconocido
públicamente, consideran que el modelo de gestión privada capitalista
(empresa autónoma, autoritaria, guiada por intereses privados) es la
forma más efectiva de dirigir una empresa, y que los mercados son la más
eficaz de coordinar las actividades económicas. Asimismo, subrayan la
importancia de la eficiencia y argumentan, con razón, que la
ineficiencia del sector empresarial estatal, al hacer insostenible las
conquistas sociales alcanzadas por la Revolución, afecta a todos los
cubanos.
Según esta postura, para que los
agentes económicos se comporten de manera óptima —es decir, para que los
gerentes tomen las decisiones correctas y los trabajadores aumenten la
productividad— son ineludibles, y en gran medida suficientes, los
incentivos materiales y la «disciplina del mercado».[13] Los productores
y los consumidores deben sufrir las consecuencias de sus acciones en la
forma de mayores/menores ingresos, incluso si no tienen control sobre
sus propias opciones. Los economicistas están en contra de las
relaciones paternalistas entre los cubanos y las instituciones del
Estado, que han provocado que muchos esperen que sus problemas se los
resuelvan otros. Pero los representantes de esta tendencia parecen
olvidar que el papel del Estado —aun en una sociedad capitalista— es
proteger a sus ciudadanos; no satisfacer directamente sus necesidades,
sino asegurar que cuenten con las condiciones y capacidades para
hacerlo, si fuera posible, por sí mismos.
Esta posición resta importancia a las
preocupaciones de que la privatización y mercantilización resultarán en
aumentos en la desigualdad, la marginación de grupos sociales, la
explotación de los trabajadores asalariados, y el deterioro del medio
ambiente. Tales inquietudes sociales, se nos dice, deben dejarse para
más adelante, y no interferir en el avance de los cambios. Las
consecuencias colaterales de las reformas son naturales, y se pueden
tomar algunas medidas para reducirlas, arguyen los economicistas.
Además, hacen un llamado a aceptar el hecho de que habrá «ganadores» y
«perdedores» en función de sus capacidades de lidiar con las nuevas
reglas del mercado.[14] La justicia social parece ser una expresión
incómoda. Para los economicistas, los objetivos sociales son demasiado
abstractos, y será suficiente con un sistema de impuestos que controle
la brecha de ingresos junto con legislaciones que proteja a los
clientes, los trabajadores asalariados y el medio ambiente.
Buscando la manera de lograr un
crecimiento económico acelerado, defienden la necesidad de insertar a
Cuba en el mercado internacional y atraer la inversión extranjera.
Insisten en el hecho innegable de que Cuba no puede prescindir de
financiación externa, y apuntan hacia el éxito de China y Viet Nam en
promover el crecimiento mediante la atracción de inversión extranjera
directa. Pero no mencionan los efectos negativos de las reformas en esos
países: la creciente desigualdad, el abuso de empresarios y gobiernos
locales, el descontento social, la degradación ambiental y el vacío
espiritual.
Influenciados por el pensamiento
económico hegemónico neoclásico, los economicistas han aceptado muchos
de sus reduccionismos y supuestos, así como su inclinación a ignorar las
condiciones y demandas sociales, y a pasar por alto las ventajas de la
asociación y la cooperación sobre la privatización y la competencia de
mercado. Al rechazar el argumento marxista central de que el trabajo
asalariado es una relación donde hay explotación, evitan llamar como lo
que son a los cuentapropistas que contratan mano de obra: empresas
privadas, porque ello les permite ignorar también los efectos sociales
de este tipo de empresas.[15] No teniendo en cuenta que las fallas de
mercado no se deben a la falta de competencia, sino que son inherentes
incluso a los mercados competitivos, esperan que una mayor competencia y
una menor regulación solucionen el comportamiento cortoplacista,
cuasi-cartel y antisocial que muchos cuentapropistas ya manifiestan.[16]
Esta tendencia tiende a desestimar los
argumentos que apuntan a la complejidad del comportamiento humano y los
componentes sociales de la individualidad que explican la eficacia y la
viabilidad de las empresas gestionadas democráticamente. La democracia
es buena, pero es un extra; no es realmente esencial para una sociedad
mejor: los expertos deben ser los que tomen las decisiones. Las llamadas
a utilizar otros instrumentos de realización humana además de los
bienes materiales, como las relaciones armónicas con los demás, el
desarrollo profesional o el reconocimiento social, y las advertencias
sobre los peligros del consumo irresponsable y compulsivo, les parecen
retrógradas, opresivas a la libertad individual y, por tanto,
limitadoras del avance de la economía cubana.
Al igual que con los estatistas, sería
un error identificar como suscriptores de esta posición a todos los
académicos o profesionales graduados de Economía o que ejercen
ocupaciones afines. Hay economistas que no subvaloran las metas sociales
porque reconocen la necesidad de mirar integralmente todo el sistema
social y ver las actividades económicas como interdependientes y, por
tanto, responsables de sus efectos sobre él.[17] Por otra parte, el
economicismo tiene un terreno fértil en los tecnócratas estatales y
burócratas a cargo de diseñar nuevas políticas, pues es más fácil para
ellos asumir que los agentes privados se van a auto-regular a través del
funcionamiento de las leyes del mercado, y, por lo tanto, pueden pasar
por alto las preocupaciones sociales. Los economicistas más fervientes
seguramente son aquellos administradores de las empresas estatales que
esperan que se les transfiera su gestión —saben que la propiedad legal,
al menos inicialmente, seguirá en manos del Estado—[18] para finalmente
poder administrarlas según sus intereses, así como evitar todos los
obstáculos y el sin sentido que el sistema de «planificación» actual
significa para ellos. Más autonomía y menos control, menos seguridad
laboral y solo participación formal de los trabajadores, les parece una
situación casi perfecta.
Sin embargo, el economicismo no solo
está presente entre los economistas, tecnócratas y directivos estatales.
Muchos cubanos, expuestos a la idea de que los objetivos sociales son
irreconciliables con la eficiencia y la sostenibilidad económica, así
como a que el crecimiento económico de China y Viet Nam se basa en su
amplia privatización y mercantilización, ven las propuestas
economicistas como las únicas soluciones posibles a las deficiencias
actuales de la economía cubana.
Autogestionarios: solo un socialismo democrático es verdadero y sustentable
Al igual que los estatistas —y a
diferencia de los economicistas más puros— los autogestionarios
defienden la necesidad de un orden social más justo y sustentable[19]
que el capitalismo. Sin embargo, prevén un camino diferente del
«socialismo estatista» que ha marcado fuertemente la versión cubana y
que los estatistas intentan renovar, y del «socialismo de mercado» que
los economicistas presentan como el único factible. Los autogestionarios
argumentan que no puede haber socialismo verdadero, sin solidaridad,
sin igualdad —no igualitarismo—, sin participación sustantiva de las
personas en la toma de decisiones en todos los ámbitos de organización
social —política, económica, cultural, etc. Para ellos, la esencia del
socialismo es la autogestión o autogobierno por las personas en sus
lugares de trabajo y sus comunidades y hasta el nivel nacional; y
eventualmente hasta abarcar toda la familia humana. Es decir, socialismo
es control social, de la sociedad, sobre el Estado, la economía, el
sistema político y todas las instituciones sociales.[20]
Inspirados en las conceptualizaciones
del socialismo del siglo XXI, y reafirmando los ideales humanistas,
emancipadores e igualitarios que han marcado la revolución cubana desde
sus inicios,[21] los autogestionarios sostienen que el objetivo del
socialismo debe ser el desarrollo humano integral de todas las
personas.[22] Esta suprema felicidad, autorrealización, libertad plena
puede lograrse, básicamente, permitiéndole a cada persona desarrollar
todas sus capacidades mediante la participación activa en las
actividades sociales cotidianas, sobre todo en la toma de decisiones que
les afectan.[23] Construir el socialismo es, por tanto, democratizar o
socializar los poderes; es liberar a los individuos de toda forma de
opresión, subordinación, discriminación y exclusión que interfiera en la
satisfacción de sus necesidades materiales y espirituales. Los
autogestionarios buscan la emancipación tanto de un Estado opresivo,
como de instituciones económicas no democráticas que no satisfacen las
necesidades de las mayorías; como las empresas privadas y estatales
convencionales, y los mercados o mecanismos de distribución
verticales.[24]
Para ellos, el objetivo del socialismo
cubano no debe ser cubrir las necesidades materiales crecientes de sus
ciudadanos, sino también establecer las condiciones que les permitan
desarrollar plenamente sus capacidades como seres humanos y así
satisfacer sus necesidades materiales y espirituales; y asumen que las
primeras van a cambiar cuando la vida cotidiana sea más liberadora.
Aunque las relaciones de trabajo asalariado y de mercado son también
formas de opresión, la mayoría de los autogestionarios concuerda en que
no deben ser prohibidas, y que la sociedad puede avanzar hacia su
gradual superación o eliminación —no absoluta— haciendo que las empresas
gestionadas democráticamente y las relaciones horizontales socializadas
(o «mercados socializados»[25]) sean más efectivas y atractivas.[26]
El principal problema del socialismo
cubano no es que la política haya superado a la economía, como plantean
los economicistas, sino cómo esa «política» ha sido definida. Los
autogestionarios argumentan que las decisiones, a nivel central del
Estado e incluso en los gobiernos locales y las empresas, han sido
tomadas muy a menudo sin una verdadera participación del pueblo, y que
por ello los beneficios de la participación han sido perdidos.[27] Las
condiciones para el éxito de la actividad económica —o las «leyes
económicas» que siempre nos recuerdan los economicistas— habrían sido
tenidas en cuenta si la toma de decisiones hubiera permitido la
participación de todos los grupos sociales afectados por estas y los
criterios de los expertos hubieran sido escuchados.
Es la escasa o nula participación
democrática en las instituciones políticas y económicas, el insuficiente
control democrático de los órganos ejecutivos y de dirección, lo que
—además de los bajos ingresos— resulta en la poca motivación hacia el
trabajo, las decisiones gerenciales equivocadas y la corrupción en todos
los niveles del Estado.[28]
Aunque los autogestionarios concuerdan
con los estatistas en la necesidad de ejercer un mayor control y con
los economicistas en la de establecer un sistema coherente de incentivos
en las instituciones cubanas, identifican diferentes causas de fondo de
los problemas y proponen soluciones diferentes. El magro desempeño de
las instituciones del Estado es principalmente consecuencia del poco
sentido de pertenencia de los trabajadores e incluso de los directivos. A
diferencia de las otras dos tendencias, esta considera que los
problemas en la realización del sentido de propiedad de las
instituciones estatales se derivan, en esencia, de la naturaleza del
proceso de toma de decisiones y de las relaciones sociales que se
establecen dentro de ellos; y no fundamentalmente por la falta de
educación[29] o la necesidad de incentivos privados estrechos.[30] Sin
una verdadera propiedad —que no se equipara a la propiedad legal— de los
trabajadores, no habrá motivación para asegurar que los recursos se
utilicen correctamente.[31]
La posición autogestionaria subraya la
necesidad no solo de redistribuir la riqueza, sino sobre todo de
cambiar cómo ella se produce, de que las instituciones estén organizadas
de modo que permitan el ejercicio de verdaderas relaciones socialistas.
Esto desarrollaría la productividad y creatividad de las personas, y la
riqueza se generaría desde el comienzo de manera más equitativa y
justa.[32] Para los autogestionarios, «democratizar» o «socializar» es
establecer las relaciones sociales de trabajo [libre] asociado y
asociación en general, es decir, la propiedad social que Marx identificó
como la base sobre la que descansa una sociedad que se propone
trascender el orden capitalista.[33] Además, señalan que dichas
relaciones, y no solo salarios más altos o mayor autonomía para los
gerentes, son una fuente importante de incentivos para la productividad y
la eficiencia, y que al mismo tiempo promueven el desarrollo de los
hombres y mujeres «nuevos» sin los que la construcción socialista es
impensable. Los autogestionarios enfatizan la necesidad de promover una
conciencia socialista, solidaria y el compromiso revolucionario con los
históricamente marginalizados, y agregan que ello solo se puede lograr
como resultado de la práctica cotidiana bajo relaciones de asociación y
cooperación.[34]
Según los estatistas y economicistas
la democracia en el lugar de trabajo es en esencia una utopía incómoda
que desafía la superioridad de sus cuadros, expertos o empresarios y
resultaría en un caos que conduciría a la ineficiencia. Sin embargo,
para los autogestionarios los niveles deseables de eficiencia y
productividad (aunque no aquellos logrados mediante la sobrexplotación
de los hombres y la naturaleza) se alcanzan precisamente democratizando
la gestión de las empresas.
Están convencidos de que la
participación —aunque no es fácil de lograr— constituye un medio
indispensable para alcanzar mayores niveles de desarrollo de las
capacidades tanto de los trabajadores (manuales, intelectuales,
espirituales) como de las fuerzas productivas en general, ya que el
control social asegura el uso efectivo de los recursos y ofrece
incentivos positivos para la productividad no disponibles de otro modo.
Rechazan la falsa dicotomía propuesta por economicistas: hay que elegir
entre la eficiencia con inevitable desigualdad y la justicia social con
carencias materiales.[35]
Los que se identifican con esta
posición advierten sobre los riesgos de la descentralización de los
gobiernos locales y las empresas estatales sin democratización, es
decir, que les permita a las nuevas autoridades utilizar recursos según
sus criterios y sin el control de los supuestos beneficiarios.[36] Del
mismo modo, llaman la atención sobre la liberalización de las muy
necesarias relaciones horizontales entre agentes económicos, y sobre la
necesidad de no reducir la coordinación a un conjunto de normas.[37]
Algunos defienden la necesidad de establecer, además de un marco
regulatorio bien diseñado, espacios de coordinación democrática entre
productores, consumidores y otros grupos sociales (ecologistas,
feministas, minorías, etc.) para que la economía local pueda ser
orientada hacia intereses sociales en lugar de hacia la maximización de
ganancias.[38] Mientras que otros reducen la coordinación macroeconómica
a un mercado regulado y no explican cómo evitar el surgimiento de
intereses grupales ajenos a los sociales.
Pero los autogestionarios son
percibidos como voluntaristas cuando no tienen en cuenta que no todos
los cubanos están interesados en asumir la responsabilidad de participar
en la gestión de sus empresas y gobiernos locales. No han argumentado
claramente por qué la democratización es factible y cómo puede resultar
en mayor eficiencia y productividad. No obstante, ello no niega la
posibilidad de establecer políticas públicas que permitan un incremento
gradual de la participación sustantiva en la toma de decisiones en esas
organizaciones, y de educación sobre las ventajas de participar en la
toma de esas decisiones que nos afectan.
Es difícil definir qué sectores de la
sociedad cubana se identifican con esta tendencia. De hecho, ante los
constantes mensajes en defensa de la privatización y la mercantilización
a través de diversos medios nacionales y extranjeros, no es
sorprendente que muchos cubanos vean la propuesta autogestionaria como
utópica. En Cuba ha habido pocas experiencias de empresas y gobiernos
locales gestionados democráticamente, antes y después de 1959. Además,
la idea de la participación democrática puede haber perdido su
significado entre los cubanos porque las autoridades han repetido que el
sistema político cubano y las empresas estatales son lo más
participativos posible, y también porque la autonomía de gestión e
incluso de operación de las «cooperativas» agropecuarias han estado
seriamente limitadas. De ahí que es comprensible que los defensores más
convencidos de esta postura sean intelectuales y profesionales que han
leído acerca de la forma «alternativa» de pensar y construir el
socialismo, o que han estado expuestos a los discursos sobre el
socialismo del siglo XXI.
Sin embargo, la preferencia por la
gestión democrática de organizaciones sociales es intuitiva (resulta de
la intuición o instinto humano) para todos los cubanos que perciben que
la mejor manera de resolver algunos de sus problemas más apremiantes es
mediante el trabajo colectivo, o cooperando con aquellos que sufren las
consecuencias del autoritarismo en sus empleos y sus comunidades, o los
que comienzan a sufrir las consecuencias negativas de la privatización y
mercantilización —incremento de precios, evasión de impuestos, relación
de subordinación de los trabajadores contratados, etc.[39] Además, los
trabajadores estatales, ante la vinculación de los salarios al desempeño
de sus empresas, están cada vez más interesados en tener control sobre
ellas, e incluso han planteado poder elegir a sus directivos.[40]
Algunos incluso están llamando a crear cooperativas en las empresas
estatales no estratégicas.[41] En determinadas localidades (Cárdenas, en
Matanzas, y Santos Suárez, en La Habana), los ciudadanos han intentado
resolver de forma autónoma ciertos problemas de la comunidad.
Consideraciones finales
En Cuba se define actualmente un nuevo
camino para la nación. Se tratará de un socialismo estatista mejor
organizado, uno de mercado, uno realmente democrático, o —más
probablemente— una combinación de los tres. Predecir qué visión va a
prevalecer en los cambios actuales es un mero ejercicio de especulación.
Sin embargo, algunas evidencias permiten evaluar el peso que hoy tiene
cada postura, y las posibilidades de la fluctuación de su influencia.
Sin dudas, el economicismo es lo que
predomina tanto en el Estado como entre la mayoría de los cubanos. Al
presentar la empresa privada y el mercado como los más eficientes, ante
el fracaso de las empresas estatales convencionales y la planificación
autoritaria, y ante el desconocimiento de la factibilidad de otras
formas de socialización de la economía, muchos no creen que existan
mejores alternativas. Sin embargo, muchos cubanos no ven el
funcionamiento de la empresa privada y los mercados como algo natural, y
desean poder evitarse sus irracionalidades —precios diferenciados y
variables, más beneficios para el comercio que la producción,
explotación, etc.— y efectos negativos —desigualdades, contaminación,
discriminación, etc.
El estatismo es abiertamente
reconocido como la corriente de pensamiento que nos ha conducido a la
situación actual, y por tanto de la que tenemos que alejarnos. No
obstante, sobre todo debido a un instinto de conservación, esta todavía
goza de importante apoyo dentro del Estado y entre aquellos que temen
perder los logros sociales de la Revolución. De hecho, la versión final
de los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la
Revolución es menos economicista y más estatista que la inicial.[42]
Otra evidencia de la pérdida de influencia de la tendencia economicista
es la moratoria en el plan que pretendía reubicar o despedir 10% de la
fuerza laboral cubana.[43]
De la visión autogestionaria hay muy
poco en los Lineamientos... y los cambios actuales. Estos no reflejan ni
los objetivos —satisfacción de las necesidades materiales y
espirituales de las personas, es decir, las relativas al desarrollo
humano—, ni los medios —democracia participativa, control democrático de
la sociedad, en particular, de la política y la economía— propuestos
por los autogestionarios.[44] Aunque el presidente Raúl Castro y otros
altos funcionarios del Estado han mencionado varias veces la importancia
de la «participación», el documento partidista solo lo hace tres veces,
y realmente en el sentido de consulta o implementación de decisiones
tomadas por otros.[45] El único acercamiento a la posición
autogestionaria está en el reconocimiento de las cooperativas como una
forma socialista de empresa, aunque no se declara una intención de
darles prioridad sobre las empresas privadas. La decisión de otorgar una
mayor autonomía a las empresas estatales y gobiernos municipales es un
paso positivo, pero aún no se reconoce el imperativo de democratizarlos.
Tal ausencia refleja el hecho de que los autogestionarios están en
minoría —al menos en los actuales espacios de poder—, lo cual en gran
medida es resultado de la cultura verticalista, autoritaria y patriarcal
que ha caracterizado la sociedad cubana antes y después del triunfo
revolucionario.
Sin embargo, el imaginario de justicia
social y emancipación sigue presente en la identidad de muchos cubanos.
Aunque los nietos de la «generación histórica» están menos
familiarizados con los ideales socialistas y revolucionarios, un gran
número también valora la dignidad y la justicia, e incluso rechaza
posiciones de subordinación. La cultura de la solidaridad cultivada por
la Revolución aún perdura, por lo que las diferencias sociales resultan
incómodas e injustas para muchos. Algunas personas han advertido que sin
participación y control social de empresas y sin gobiernos locales
autónomos, Cuba está allanando el camino hacia el capitalismo.[46]
Recientemente han surgido ciertas
señales sobre la creciente presencia de la posición autogestionaria, en
artículos que defienden la necesidad de los trabajadores de participar
realmente en las decisiones de gestión para poder asumir el papel de
verdaderos dueños.[47]
Las tres posiciones analizadas no
pueden reducirse a opciones «buenas» o «malas». Todas plantean
preocupaciones legítimas que deben ser consideradas en cualquier
decisión estratégica. No obstante, la conveniencia de la democracia —no
la representativa liberal, sino una «real» o «participativa»— es
ampliamente aceptada en el mundo de hoy. De ahí que, desde una
perspectiva normativa, la visión que busca mayores niveles de democracia
debe ser más deseable.
Parece más justo que la sociedad
decida democráticamente su destino, en lugar de colocar este poder en
funcionarios estatales que se comprometan a representar los intereses de
la sociedad, o —peor aún— en actores económicos bien dotados para
dirigir desde las sombras «una mano invisible» que nos afecte a todos.
En el actual proceso de definición del
tipo de socialismo que los cubanos estaremos construyendo por las
próximas décadas, debemos saber que hay opciones entre el socialismo de
Estado y el de mercado. Si nuestro objetivo continúa siendo alcanzar una
sociedad lo más justa posible, debería abrirse más espacio a las ideas
autogestionarias en los medios de comunicación; y los líderes deberían
retomar el énfasis en el valor de la igualdad, la justicia y la
solidaridad. También habría que tener en cuenta la importancia que otros
procesos revolucionarios actuales en América Latina le han otorgado a
la democracia participativa en todas las esferas de la sociedad. Así
como las empresas privadas han sido autorizadas, debería suceder con las
cooperativas, de manera que más cubanos puedan experimentar con la
autogestión. Ahora que los gobiernos locales y empresas estatales
tendrán más autonomía, al menos se deben experimentar métodos más
democráticos, como el presupuesto y la planificación participativos. Es
necesario ser pragmáticos, pero desde una noción menos simplista de
nuestra sociedad y una visión menos condescendiente de nosotros mismos.
Los cubanos dispuestos a experimentar con la autogestión deberían poder
hacerlo, para así decidir, a partir de su experiencia, si es un camino
preferible o no.
Una estrategia centrada solo en
sostener un crecimiento económico y en mejorar el desempeño del Estado
cubano puede mejorar las condiciones de vida de una parte de la
población y podría ayudar a mantener el apoyo al proyecto socialista
cubano. Sin embargo, en la medida en que el crecimiento económico venga
fundamentalmente de la privatización y la mercantilización —en lugar de
la democratización o socialización de la economía—, los intereses de los
nuevos empresarios inevitablemente se van a alejar de los sociales, y
van a encontrar el modo de contribuir con menos impuestos, cobrar
precios más altos, externalizar los costos a la sociedad tanto como sea
posible. No demasiado tarde, como ocurre en los países capitalistas y
con economías de mercado, ellos buscarán que el Estado responda a sus
intereses privados. Del mismo modo, en la medida en que los
administradores de los gobiernos locales y empresas estatales tengan más
autonomía sin democratización, se harán comunes los abusos de poder y
los trabajadores más capaces y revolucionarios se van a mover
desilusionados hacia el sector privado u otros países. Por lo tanto, si
los cambios se concentran solo en «perfeccionar la economía», no solo no
se logrará el objetivo de mejorar las condiciones materiales de la
población cubana, sino que la cohesión social que ha sostenido a la
Revolución se verá afectada. Sus principales defensores estarán menos
inclinados a apoyar un proyecto que no tiene en cuenta sus necesidades y
expectativas de justicia y dignidad.
- La autora, Camila Piñeiro Harnecker,
es Profesora, investigadora y consultora de empresas. Centro de
Estudios de la Economía Cubana (CEEC).
*Fuente: Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC)
Notas:
1. Estos nombres no han sido
utilizados por personas o grupos para identificarse como tales. Por
ejemplo, Oscar Fernández («El modelo de funcionamiento económico en Cuba
y sus transformaciones. Seis ejes articuladores», Observatorio de la
Economía y la Sociedad Latinoamericana, n. 154, Málaga, agosto de 2011,
disponible en www.ecumed.net)
identifica dos formas «alternativas» de lidiar con el proceso de cambio
actual en Cuba: el dogmatismo y el pragmatismo, que coinciden en gran
medida con lo que llamo estatismo y economicismo. Fernández también
sugiere la existencia de una tercera posición cuyos objetivos y
propuestas parecen estar en consonancia con la tendencia
autogestionaria.
2. El término «construcción del
socialismo» se entiende de manera diferente por las posiciones
existentes debido a que sus conceptualizaciones de «socialismo» o
«sociedad socialista» son distintas. Se destaca que el avance hacia ese
orden social es un proceso inevitablemente gradual y no lineal. Algunos
consideran el «comunismo» (el concepto propuesto por Carlos Marx, no el
asociado a países gobernados por partidos comunistas) como la etapa más
avanzada del socialismo; mientras que otros lo ven como un horizonte al
que nunca se puede llegar, pero sirve para indicar la dirección del
proceso de transformación poscapitalista.
3. Véanse Gabino Margulla, «Peligra el
verano en el CSO “Marcelo Salado”», Trabajadores, La Habana, 6 de junio
de 2011, disponible en www.trabajadores.cu;
y D. Matías Luna, «Yaguajay: aprovechar lo que tenemos con disciplina,
organización y control» (carta a la dirección), Granma, La Habana, 30 de
septiembre de 2011, disponible en www.granma.cubaweb.cu/secciones/cartas-direccion . En lo adelante, todas las cartas a la dirección de Granma serán citadas de esta página web y se indicará solo la fecha.
4. Véase la carta de J. P. García
Brigos, «Propiedad y socialismo: un binomio inseparable» (8 de noviembre
de 2011), donde sostiene que lo que hizo una panadería mejor que otras
en su municipio fue que los delegados del gobierno local y otros
funcionarios «controlaron y exigieron» fuertemente a los trabajadores un
buen producto. Similarmente, E. Broche Vidal («Falta de sistematicidad y
control: el factor común», 16 de septiembre de 2011) dice que «si los
directores son mejores, entonces sus subordinados serán mejores». Véase
también la carta de Borges Mujica (8 de enero de 2010).
5. Véanse las cartas de López Pagola y Berger Díaz (4 y 12 de febrero de 2010).
6. Véanse Anneris Ivette Leyva, «El
Derecho al estilo de información», Granma, La Habana, La Habana, 7 de
agosto de 2011; y la carta de E. González (15 de julio de 2011).
7. Pedro Campos, «Cooperativa, cooperativismo y autogestión socialista», Kaos en la red, disponible en www.kaosenlared.net/noticia/cooperativa-cooperativismo-autogestion-socialista , 21 de julio de 2008; y la carta de Rodríguez de Pérez (7 de mayo de 2010).
8. La carta de Fleites Rivero (5 de
septiembre de 2011) culpa a los administradores de no controlar y
plantea que tienen que estar motivados por sus ingresos. Véase también
la de Osorio Fernández (30 de abril de 2010). Por su parte, Joaquín
Ortega (Tribuna de La Habana, La Habana, 24 de julio de 2011, disponible
en www.tribuna.co.cu) afirma que es posible «resolver esta situación desde la raíz, con control, exigencia, rectitud y combatividad».
9. Raúl Castro, en el discurso de
clausura del Sexto Período Ordinario de Sesiones de la Séptima
Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 18 de
diciembre de 2010, expresó que «el Estado no se tiene que meter en nada
que sea pretender regular las relaciones entre dos individuos».
Disponible en www.cubadebate.cu/raul-castro-ruz/2010/12/18/raul-castro-discurso-en-la-asamblea-nacional .
10. Véase Omar Everleny Pérez
Villanueva, «Notas recientes sobre la economía cubana», Espacio Laical,
n. 3, La Habana, 2010, p. 81.
11 . Julio A. Díaz Vázquez («Un
balance crítico sobre la economía cubana. Notas sobre dirección y
gestión», Temas, n. 66, La Habana, abril-junio de 2011, pp. 124) afirma
que fue utópico intentar construir el «comunismo», entendiendo este
último como la redistribución de acuerdo con las necesidades. Él
sostiene que China y Viet Nam, con su «puesta en práctica orgánica del
mercado parecen confirmar que» no es posible construir el socialismo sin
pasar por un «período mercantil». Véase también la carta de Labrada
Fernández (23 de julio de 2010); y Orlando Márquez, «Sin miedo a la
riqueza», Palabra Nueva, La Habana, n. 203, a. XIX, La Habana, enero de
2011, pp. 6-7.
12. Véase la carta de Cruz Vento (19 de febrero de 2010).
13. Pavel Vidal Alejandro sugiere
emular a Viet Nam, donde la expansión del sector privado y las
relaciones de mercado han sido las dos medidas más importantes
(«Desarticular el monopolio de la centralización estatal», Espacio
Laical, n. 2, La Habana, 2011, pp. 48 y 52).
14. Félix López, periodista de Granma,
sugiere que la justicia social puede ser «enemigo de la libertad y la
eficacia» («Burócratas vs. cambios», Granma, La Habana, 30 de septiembre
de 2011) y desestima la advertencia de que, aunque la apertura a la
pequeña empresa privada ha sido una decisión correcta, sin medidas para
socializarlas ello implica riesgos importantes sobre los cuales no se
está actuando aún («Paisaje urbano y desafíos futuros», Granma, La
Habana, 23 de septiembre de 2011). Omar Everleny Pérez Villanueva afirma
que no debe haber «miedo a las distorsiones que necesariamente van a
aparecer en la primera etapa de los cambios» (ob. cit., p. 81). Véase
también Orlando Márquez, ob. cit., p. 6.
15. Incluso algunos funcionarios del
Ministerio de Trabajo y Seguridad Social no han reconocido que los
trabajadores contratados se encuentran en una posición de subordinación
ante los que les contratan, aunque ellos también trabajen, situación que
va a agudizarse según disminuya la oferta de empleo estatal. (J. A.
Rodríguez, «Casi se duplican los trabajadores por cuenta propia»,
Juventud Rebelde, La Habana, 4 de abril de 2011) Negar la relación
desigual y en gran medida antagónica entre los propietarios de negocios y
los trabajadores contratados, permite a los tecnócratas ignorar la
necesidad de proteger a los últimos con un código del trabajo o algunas
normas que garanticen sus derechos mínimos.
16. Iliana Hautrive y Francisco
Rodríguez Cruz parecen confiar en que la competencia, más que las
regulaciones, le enseñará a las empresas privadas a ser «más
responsables». Véase «Seriedad define éxito en empleo no estatal»,
Trabajadores, La Habana, 12 de junio de 2011.
17. Véase Oscar Fernández, ob. cit.
18. Algunos gerentes de pequeñas
unidades empresariales estatales están limitando su desempeño a
propósito con la esperanza de que las unidades les serán arrendadas a
ellos en condiciones análogas a lo que ha sucedido con las unidades de
peluquería y barbería.
19. Mientras que «sostenible» implica
que puede sostenerse a lo largo de cierto tiempo, el concepto de
«sustentable» se refiere a la capacidad de tener en cuenta los intereses
de las generaciones presentes y futuras.
20. Ricardo Ronquillo afirma que el
socialismo «solo es posible donde prevalezca un transparente,
democrático y real control obrero» («Decido, luego existo», Juventud
Rebelde, La Habana, 24 de septiembre de 2011). Fernando Martínez Heredia
hace hincapié en que el socialismo es el proyecto de liberación humana
que requiere la acción consciente del pueblo («Socialismo», en Julio
César Guanche, coord., Autocríticas. Un diálogo al interior de la
tradición socialista, Ruth Casa Editorial, La Habana, 2009, p. 37).
Alina Perera y Marianela Martín coinciden con Martínez Heredia en que el
socialismo no resulta automáticamente del desarrollo de las fuerzas
productivas, y que la participación real es una de las «condiciones»
para la aparición de la esperada «conciencia social» («La fuerza
invisible que modela el mundo», Juventud Rebelde, La Habana, 25 de
septiembre de 2011). Véase también Julio César Guanche, «Todo lo que
existe merece perecer (o una pregunta distinta sobre la democracia)», en
Autocríticas…, ob. cit., pp. 227-236, y Pedro Campos, «Democracia para
controlar la burocracia», Kaos en la Red, 6 de julio de 2011, disponible
en www.kaosenlared.net.
21. Baste considerar el pensamiento
humanista de José Martí, así como las obras de Raúl Roa y Fernando
Martínez Heredia que subrayan la esencia emancipadora de socialismo.
22. Véase Julio Antonio Fernández y
Julio César Guanche, «Un socialismo de ley. En busca de un diálogo sobre
el constitucionalismo socialista cubano en el 2010», Caminos, n. 57, La
Habana, 2010, pp. 4, 10-11.
23. La idea de Marx sobre el
desarrollo humano a través de la práctica revolucionaria ha sido
destacada por Michael A. Lebowitz (El socialismo no cae del cielo. Un
nuevo comienzo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009) y se
evidencia en el análisis de cubanos como Pedro Campos («¿Qué es el
socialismo?», 29 de septiembre de 2006, disponible en www.oocities.org/es/amigos_pedroc/Socialismo-1.htm ).
24. La carta de Álvarez López (4 de
agosto de 2011) advierte que «la ley de la oferta y la demanda ha sido
cuestionada en los debates que ha participado» y se pregunta «¿qué es la
demanda?, ¿lo que se necesita o lo que se puede adquirir en realidad?»,
y señala que los ricos siempre van a ser capaces de comprar, mientras
que los que tienen mucho menos, no. Chávez Domínguez y Lugo Domínguez se
quejan en sus cartas (20 de mayo y 11 de septiembre de 2011) de que los
cuentapropistas compran en las tiendas estatales y acaparan para luego
vender a precios más altos.
25. Los «mercados socializados» son
aquellos espacios de intercambio horizontal controlados por
representantes de intereses sociales; promueven que los participantes
autónomos (vendedores y compradores) internalicen esos intereses.
Existen varios modelos de planificación democrática o participativa que
permiten institucionalizarlos.
26. Véase Camila Piñeiro Harnecker,
«Empresas no estatales en la economía cubana: ¿construyendo el
socialismo?», Temas, n. 67, La Habana, julio-septiembre de 2011, pp.
70-6.
27. Véase Mayra Espina, «Mirar a Cuba
hoy: cuatro supuestos para la observación y seis problemas-nudos»,
Temas, n. 56, La Habana, octubre-diciembre de 2008, p. 137; y Carlos
Alzugaray, en dossier «Cuba: ¿hacia un nuevo pacto social?», Espacio
Laical, n. 2, La Habana, 2011, pp. 20-1.
28. Pedro Campos, ob. cit.
29. Para Fidel Vascós González, la
conciencia socialista es resultado no de las relaciones sociales en que
viven, sino sobre todo de la educación (Socialismo y mercado, Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, p. 104).
30. Según José R. Fabelo (citado en
«Trabajo. Llave maestra», Bohemia, La Habana, 13 de octubre de 2010):
«Si no tengo posibilidad de decidir sobre lo que produzco, ni sobre su
destino, ni intervengo en la gestión, en la planificación y muchas veces
tampoco gano en dependencia de lo que hago, ¿qué sentimiento de
propietario voy a tener...?». Fabelo propone armonizar incentivos
morales y materiales y señala que los mecanismos económicos por sí solos
no son adecuados.
31. Véase Rafael Hernández, Espacio
Laical, n. 1, La Habana, 2011, p. 19; José Antonio Fraga Castro,
director de la empresa estatal Labiofam, «llamó a establecer mecanismos y
métodos que motiven a los trabajadores a que sientan que sus empresas
son realmente suyas y participen de manera sustantiva en el proceso de
gestión» como la mejor manera de resolver los problemas actuales
(«Orden, disciplina y exigencia», Tribuna de La Habana, La Habana, 12 de
julio de 2011). La carta de Manso de Borges (23 de julio de 2010)
advierte que la privatización no es la solución, y defiende socializar
la propiedad con 1) la verdadera participación en la gestión de los
trabajadores, 2) la educación económica y política, y 3) el desarrollo
de sus capacidades guiados por los intereses colectivos y los
individuales.
32. Véase Alina Perera y Marianela
Martín, ob. cit.; Fernando Martínez Heredia, ob. cit., p. 33-4; Rafael
Hernández, ob. cit., p. 4; Mayra Espina, ob. cit., pp. 134-5.
33. Véase Pedro Campos, «¿Qué es el socialismo?», ob. cit.
34. Véase Carlos Tablada, «El
socialismo del Che», en Autocríticas..., ob. cit., pp. 141-5, 148-9;
Mayra Espina, ob. cit., pp. 135-7. La carta de Aledo Roller (4 de
septiembre de 2011) plantea que «es la forma en que organizamos nuestra
vida económica y material lo que, en última instancia, determina la
conciencia social», propone a las cooperativas, y explica que en el
socialismo no debe haber trabajo asalariado y que la competencia de
mercado y la anarquía no deben «gobernar nuestras vidas».
35. Julio César Guanche, «Es rentable
ser libres», Espacio Laical, n. 2, La Habana, 2011, pp. 50-5; Armando
Chaguaceda y Ramón Centeno, «Cuba: Una mirada socialista de las
reformas», Espacio Laical, n. 1, La Habana, 2011, pp. 50-3.
36. Véase Ovidio D’Angelo, «¿Qué
conferencia y lineamientos necesitamos? Conferencia del pueblo para la
nueva sociedad», Compendio de la Red Protagónica Observatorio Crítico,
12 de julio de 2011, disponible en http://observatoriocriticodesdecuba.wordpress.com ;
y la carta de Martín (22 de octubre de 2010) que alerta que la
incapacidad de los trabajadores de participar realmente en el proceso de
disponibilidad podría dar lugar a que los jefes abusen de su poder.
37. Arturo López-Levy alerta sobre las
limitaciones objetivas inherentes a los mercados reales (no los
descritos en los libros de texto). Se pronuncia en contra de «las
concepciones economicistas» y que el objetivo no debe ser el crecimiento
económico, sino un desarrollo sostenible con objetivos sociales y
ambientales (en dossier «Cuba: ¿hacia un nuevo pacto social?», ob. cit.,
p. 30).
38. La carta de Sandoval López (30 de
septiembre de 2011) se queja de que los nuevos taxis privados no se
preocupan por la gente, y sugirió que «incentivar la solidaridad»
disminuyendo los impuestos para aquellos que cobren precios más
asequibles y permitan la supervisión social de las personas. Véase
también Camila Piñeiro Harnecker, ob. cit.
39. Véanse Fariñas Carmona, Granma, La
Habana, 23 de septiembre de 2011; Pastor Batista Valdés, «Prestos para
el disfrute, escurridizos en el aporte», Granma, La Habana, 4 de octubre
de 2011; Lenier González, en dossier «Cuba: ¿hacia un nuevo pacto
social?», ob. cit., pp. 22-3.
40. Véanse las cartas a Granma de González Cruz (7 de enero de 2011) y de Marichal Castillo (14 de mayo de 2011).
41. Véanse las cartas a Granma de
Rodríguez Vega (23 de septiembre de 2011), Paéz del Amo (9 de septiembre
de 2011) y Arteaga Pérez (20 de mayo de 2011).
42. De combinar la planificación y el
mercado, se pasó a mantener la planificación como herramienta central y
«teniendo en cuenta el mercado» (Lineamiento n. 1). De que las empresas
del Estado pudieran fijar los precios libremente, se cambió a «revisar
integralmente el Sistema de Precios» (Lineamiento n. 67), aunque sin
decir cómo se va a hacer. Véase Partido Comunista de Cuba, Lineamientos
de la política económica y social del Partido y la Revolución
(Resolución aprobada en el VI Congreso del PCC, junio de 2011,
disponible en www.congresopcc.cip.cu).
43. De los quinientos mil trabajadores
estatales que iban a ser declarados «disponibles» solo lo han sido
menos de ciento cincuenta mil (Reuters, 10 de mayo de 2011).
44. Rafael Hernández, ob. cit., p. 29.
45. Lineamientos…, pp. 21-2 y 38.
46. La carta de Regalado García (12 de marzo de 2010) alerta sobre el riesgo de «volver al pasado».
47. Muchas de las cartas a la
dirección de Granma ya citadas que proponen la creación de cooperativas
defienden que es la mejor manera de lograr el sentido de pertenencia.
Isabel Castañeda y Gonzalo Rubio («Una opinión: mirar adelante con
sentido crítico y con ciencia», Granma, La Habana, 2 de septiembre de
2011) proponen la «co-propiedad» o cogestión en las empresas estatales
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