El presente texto corresponde al
uso de la palabra, llevado a cabo por Víctor Orellana, en
representación de la Fundación Nodo XXI, en el marco del encuentro
“Ciudadanúa y Política”, realizado en el Ex Congreso Nacional.
Hablamos como Fundación Nodo XXI,
somos un nuevo esfuerzo para contribuir a la construcción de una
sociedad mejor. Hemos sido parte de esfuerzos de reimaginar una
izquierda para el siglo XXI, y hemos estado presentes en las luchas
populares de los últimos años, en particular en las estudiantiles.
Hoy se nos ha invitado, como actores de
la sociedad civil, a un diálogo con la política, con los partidos de la
oposición. El hecho de que esta instancia exista, y sobre todo en el
contexto en que se da (de movilizaciones sociales y un profundo malestar
con las desigualdades y la política), muestra con claridad que entre
política y sociedad existe un abismo. Una distancia que cada semana que
pasa parece más insalvable. La política no oye los reclamos de la
sociedad. El devenir de esta política, así como se da, no interesa
mayormente a las personas. Nuestros vecinos, nuestros compañeros, dicen a
menudo, “quien sea que gane, yo tengo que trabajar igual”. Y sin
defender la “despolitización”, este argumento tiene un punto.
¿Cuál puede ser el sentido del diálogo
entre los partidos políticos y la sociedad civil? Nosotros podríamos
venir aquí a repetir las demandas que distintos actores sociales han
planteado. Como fundación, entre otras actividades, hemos promovido
diálogos y encuentros para debatir estas cuestiones, sus contenidos, sus
alcances. De hecho, somos parte de esos movimientos. Llevamos años
comprometidos con su construcción y proyección política. No obstante,
las demandas sociales son claras. Todos acá las conocen. Están en la
calle. Son de conocimiento público.
Creemos que es mejor hacernos otra
pregunta: ¿Por qué hay un abismo tan grande entre sociedad y política?
¿Por qué hoy los partidos nos dicen “cuéntenos sus demandas, sus
planteamientos”?. Nuestra pregunta es qué pasó durante todo este tiempo.
Por qué, los mismos que optaron por contener y desarticular al
movimiento social, hoy lo convocan. Así, más que comentarles nuestras
demandas, que se han planteado en la calle y en múltiples espacios,
venimos a hacerles una pregunta a ustedes. ¿Qué pasó en todo este
tiempo? Y esperamos que la respondan con seriedad.
Esto porque la mayoría de las veces se
le hace el quite al problema. Después de 2011, el mundo político
auto-catalogado de progresista se ha lanzado a repetir muchas de las
consignas lanzadas por el movimiento social. Se le convoca a engrosar la
“oposición política”. Se critica la desigualdad social, la
mercantilización de la educación y de la salud, la depredación de los
recursos naturales, etc., pero no se dice nada sobre cómo llegamos acá.
Pareciera que salimos de la dictadura directamente al gobierno de
Piñera. Una profunda amnesia –esta vez, de otro signo- parece invadir a
muchos.
Hay muchas frases críticas dando
vueltas. Pero no vemos una crítica sustantiva a la Concertación desde sí
misma. Nos cuesta ver los contenidos políticos de su autoevaluación, su
sentido profundo. Nos cuesta ver más que acomodos mediáticos, que
discursos para la ocasión. Varios han dicho “la Concertación ha muerto”.
Se lo escuchamos a JP Letelier y Girardi. Pero claro, los certificados
de defunción siempre se extienden para otros, jamás para sí mismos.
Ximena Rincón discrepa con el Pdte de su partido en un diálogo
organizado por nuestra fundación, nos reclama que evaluemos su posición
política exclusivamente en términos personales, y no la del partido político en el que milita. Nos cuesta entender esta dinámica, dónde está su racionalidad.
Lo cierto es que no ha habido un examen
serio de cómo llegamos a las condiciones que generan este seminario. Y
el problema es que eso es justamente lo que invalida el presupuesto que
opera en este espacio: que pueden ser los representantes políticos de la
sociedad civil que quiere cambiar Chile. Los partidos de la
Concertación no han asumido la responsabilidad que le cabe en la actual
injusticia y desigualdad, tras ser la fuerza gobernante en las últimas
décadas. Elude su responsabilidad en la creación de las condiciones que
hoy generan el conflicto social y la crítica a la política. Hay varias
maneras en que esta evasión se expresa, explicaciones que nos parecen
débiles.
Algunas de ellas son mediáticas
simplemente. Caen por su propio peso. Pero hay otras que han tenido
cierta difusión, y que parecen plausibles.
1. “La DC no nos dejó”
Las posiciones más pro-mercado de los
últimos gobiernos no se concentran necesariamente en la DC. Esto se
sabe. Son parte sustancial del llamado “partido transversal”, del
círculo de conducción de la Concertación que se construyó desde los
ochenta hasta hoy, de muchos de quienes se llaman a sí mismos
progresistas. Los inventores del Crédito con Aval del Estado fueron
Lagos y Bitar, socialista y PPD. Es difícil encontrar el eje
izquierda-derecha al interior de la Concertación. Además, ya sabemos, es
de público conocimiento tras el evento de los “correos electrónicos”,
que el mundo progresista de la Concertación sigue creyendo en la
estratégica alianza con la DC.
Si hay una cuestión de fondo en este
argumento es la idea que la única forma de construir una mayoría social
en Chile es la alianza entre el centro y la izquierda. Aquello se nos
muestra como el gran aprendizaje de la evolución política del siglo XX,
cuando la izquierda era fuerte en el mundo popular, en los trabajadores,
y el centro (DC) articulaba a las capas medias y tenía influencia
social-cristiana. Hoy Chile es distinto. El reclamo que levanta el
movimiento social no puede reducirse ni al viejo mundo popular ni a los
deseos de los antiguos sectores medios de distinguirse. En gran medida,
el propio neoliberalismo concertacionista anuló las diferencias entre
clases medias y mundo de los trabajadores. Al extenderse la
mercantilización de la vida, la precariedad y el dolor ante la
injusticia del mercado es no sólo condición de la pobreza y los
excluidos, es propio, de hecho, de la mal llamada clase media. La
extrema concentración de la riqueza ha abierto un abismo entre la enorme
mayoría de los chilenos y una pequeña élite. Hoy una gran mayoría
social, que tiene un profundo malestar con la política, comienza a
emerger lentamente. Recurrir a la vieja idea del acuerdo entre el centro
y la izquierda no es más que un relato ad-hoc para ocultar lo que en
realidad son negociaciones corporativas entre grupos de interés de una
política decrépita, que no tienen nada que ver con el eje
izquierda-centro-derecha.
2. “Es culpa del binominal, de los enclaves autoritarios, de las leyes de amarre, etc.”
Esta explicación es incompleta. Sin duda
todos esos escollos para la democracia nos han puesto las cosas más
difíciles. De hecho hubieran resistido una iniciativa concertacionista
para producir transformaciones. No obstante, esa iniciativa nunca la
vimos. Al contrario. Lo que vimos en los hechos fueron medidas de
profundización del modelo neoliberal. Hoy más cuestiones que ayer son
mercancía. Hoy Chile es más desigual que en la época de Pinochet.
Sobre todo, la Concertación hizo suya la
idea de Estado subsidiario, cuestión estratégica para la dictadura. No
sólo no la combatió. La tradujo a “lenguaje” progresista. JJ Brunner
dijo, para justificar la política de un Estado subsidiario, que el
Estado debía ser el “intelectual orgánico” del Mercado. Eso sí hizo la
Concertación. Llenó de fraseología socialdemócrata o de izquierda
conceptos de derecha. Tomó, en este caso, un concepto del socialista y
revolucionario Antonio Gramsci para justificar el capitalismo. Lagos
llamó a la focalización del gasto social “discriminación positiva”.
Bachelet le puso “bonos” a los vouchers más neoliberales. Estas no son
ideas progresistas. Son las ideas de la dictadura.
El problema, en definitiva, no es lo que
no se pudo hacer, lo que no se alcanzó a hacer. El problema radica en
lo que sí hicieron. La derecha no puso pistolas en cabeza alguna para
ahondar la privatización de los derechos sociales. Se optó
conscientemente por ello.
3. Que la profundización del modelo de mercado en contra de los derechos sociales universales (salud, educación, previsión) es “una tendencia internacional, un proceso estructural del que no podemos restarnos”.
Este es un argumento falaz. Lo cierto es
que más allá de las críticas que levantaron los neoliberales hacia las
políticas de bienestar, los modelos de derechos universales siguen
existiendo en la mayoría de los países desarrollados, y Chile
constituye, en efecto, un caso de privatización de derechos muy singular
en el mundo, criticado por instituciones que a nivel global aparecen
como adalides de las políticas des-regulacionistas (BM, FMI, etc.). Lo
que a menudo se discute en los países centrales es la forma específica
del modelo universalista, y desde ésta, el espacio y condiciones que se
deja a la iniciativa privada. Se debate la aplicación de políticas
focalizadas sobre la base de un modelo universalista, o bien, respecto
de la posibilidad del sector privado de participar en el contexto de
modelos centralmente públicos. Y esto, a pesar que se quiera mostrar
como antecedente de la situación chilena, es exactamente lo opuesto que
sucede en nuestro país, donde existe un modelo de política
focalizada y no algunas de éstas aisladas. Se sabe, en esta misma línea,
que Chile es uno de los países donde la mercantilización de la vida ha
llegado más lejos. Defender esto con el argumento de que mercado hay en
todas partes es demagógico. En Chile tenemos una forma específica de
mercado que es singular, y que transforma en bien “de consumo” áreas que
la modernidad había situado como derechos universales de la comunidad.
Nuestra situación no es una tendencia inexorable, nuestros dolores no
son consustanciales a toda modernización. Acá hay una aplicación extrema
del mercado, impulsada por 20 años de Concertación. Es imposible eludir
esto.
4. Se dice también, por último, que la Concertación
hizo las cosas bien, nos permitió ser el país que somos, pero que ahora
es pertinente un giro porque “la época” lo demanda”.
Este argumento es lamentable. El
supuesto “cambio de época” lo marca justamente la aparición en la escena
de intereses sociales históricamente excluidos, lo marca la irrupción
de todo lo que se intentó desarticular por 20 años. ¿Qué hay de distinto
entre 2011 y 2006? ¿Qué evento trascendental en la historia del mundo
ha pasado de 2006 a 2011? ¿Es porque acaso transitamos de la era de
Piscis a la de Acuario? Este es un discurso oportunista.
El argumento del “cambio epocal” es
quizás el más denigrante de todos. Primero, porque esa otra “época” está
a la vuelta de la esquina. Yo me movilicé el 2005, con decenas de miles
de universitarios y secundarios, para intentar evitar la aprobación del
Crédito con Aval del Estado promovido por el presidente Lagos y su
ministro Bitar. No hacerse cargo de esto, es simplemente una falta de
respeto.
Pero más grave aún, es la amnesia
respecto de su propia participación en la configuración del Chile que
nos toca enfrentar hoy en día. Generalmente se señala: “en los noventa
había mucho miedo”, “ustedes no saben lo que era tener a Pinochet de
comandante en jefe”, “en cualquier momento sacaban a los milicos a la
calle”. Y claro que había miedo. Todos tuvimos miedo. El problema es
otro.
El miedo, las condiciones, pueden hacer
alterar el grado y la fuerza de una política. Pero el punto no es el
grado o la fuerza, el punto es su contenido. ¿Cuál era su horizonte?
Basta leer a Boeninger, mentor de muchos de los organizadores de este
foro, para saber que por un lado estaba el miedo, pero por el otro, que
los fundadores de la Concertación estaban convencidos de que su proyecto
era legitimar socialmente las transformaciones económicas y el modelo
implantado en dictadura.
Fue ese, y no otro, el proyecto que finalmente se impuso durante los noventa en el proyecto concertacionista.
Las críticas que hacen hoy, eran tanto o
más necesarias durante los noventa y los dos mil. No era “otra época”,
era este mismo Chile, privatizado, mercantilizado y desciudadanizado.
Nosotros vivimos de cerca su trato a los movimientos sociales. En lugar
de proyectarlos como fuerza de transformación, los contuvieron,
desarticularon y marginaron. Prefirieron apostar a la tesis del
“jaguar”. O se perdieron en pequeña política.
Si todas estas explicaciones sobre por
qué llegamos acá son débiles, es porque en realidad no son
explicaciones, sino excusas, léase, evasiones. Y el problema es que
sobre la base de evasiones y excusas, no es posible construir un futuro
distinto.
Y nuestro afán no es denunciativo. Pasa
que este encuentro parece funcionar sobre un presupuesto un tanto
tramposo: que el rol de la sociedad civil es plantear sus demandas
sectoriales y que son los partidos políticos que comandaron la
transición los encargados de representarlas a nivel institucional. Eso
no lo compartimos.
No lo compartimos porque de inmediato
nos fuerza a nosotros, y a todos los presentes, a inscribirnos en una
falsa dicotomía: o somos actores sociales irracionales que reclaman
demandas pero niegan la política, o bien le suministramos ideas y
preocupaciones a ustedes y sus programas para que las representen, en la
llamada “unidad de la oposición”. ¿Y cuál es el mensaje que entre
líneas plantea esta dicotomía? Que un nuevo ordenamiento de los mismos
partidos políticos de la transición es la fórmula política necesaria
porque es la única forma posible. Se nos llama a discutir muchas cosas,
pero no la política. Así no se puede construir.
Nosotros no creemos que la sociedad
civil organizada, ni la ciudadanía en general, deba caer en esta falsa
dicotomía. Ni querer ponerse arriba, o menos debajo. Debe simplemente
construir una alternativa política distinta y propia. Amplia, por
supuesto, pero comprometida con cambios sustantivos. No constituida
sobre excusas, evasiones, discursos mediáticos y discusiones pequeñas.
Los movimientos sociales ya han hablado. En las calles, durante años, y
ahora último, con mucha más fuerza. Son ustedes los políticos que deben
dar explicaciones. Lo decimos con el mejor ánimo, porque el país se lo
merece. Sin una explicación genuina, poco de nuevo puede salir de un
diálogo como el que nos convoca.
Es en ese sentido que queremos fundar un
verdadero diálogo político, amplio, donde no se cerrará la puerta a
nadie que enfrente con honestidad y seriedad política el desafío que
tenemos. Que quede claro: los actores sociales no deben temerle a la
política. No hay que tenerle miedo a construir amplias alianzas sociales
y políticas. Sabemos que el dilema hoy es sumar fuerzas para la
transformación de nuestro país. La pregunta es cómo sumar y no ser
sumados.
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