lunes, 16 de julio de 2012

Condiciones para debatir una refundación de la política en Chile



El presente texto corresponde al uso de la palabra, llevado a cabo por Víctor Orellana, en representación de la Fundación Nodo XXI, en el marco del encuentro “Ciudadanúa y Política”, realizado en el Ex Congreso Nacional.
Hablamos como Fundación Nodo XXI, somos un nuevo esfuerzo para contribuir a la construcción de una sociedad mejor. Hemos sido parte de esfuerzos de reimaginar una izquierda para el siglo XXI, y hemos estado presentes en las luchas populares de los últimos años, en particular en las estudiantiles.
Hoy se nos ha invitado, como actores de la sociedad civil, a un diálogo con la política, con los partidos de la oposición. El hecho de que esta instancia exista, y sobre todo en el contexto en que se da (de movilizaciones sociales y un profundo malestar con las desigualdades y la política), muestra con claridad que entre política y sociedad existe un abismo. Una distancia que cada semana que pasa parece más insalvable. La política no oye los reclamos de la sociedad. El devenir de esta política, así como se da, no interesa mayormente a las personas. Nuestros vecinos, nuestros compañeros, dicen a menudo, “quien sea que gane, yo tengo que trabajar igual”. Y sin defender la “despolitización”, este argumento tiene un punto.
¿Cuál puede ser el sentido del diálogo entre los partidos políticos y la sociedad civil? Nosotros podríamos venir aquí a repetir las demandas que distintos actores sociales han planteado. Como fundación, entre otras actividades, hemos promovido diálogos y encuentros para debatir estas cuestiones, sus contenidos, sus alcances. De hecho, somos parte de esos movimientos. Llevamos años comprometidos con su construcción y proyección política. No obstante, las demandas sociales son claras. Todos acá las conocen. Están en la calle. Son de conocimiento público.
Creemos que es mejor hacernos otra pregunta: ¿Por qué hay un abismo tan grande entre sociedad y política? ¿Por qué hoy los partidos nos dicen “cuéntenos sus demandas, sus planteamientos”?. Nuestra pregunta es qué pasó durante todo este tiempo. Por qué, los mismos que optaron por contener y desarticular al movimiento social, hoy lo convocan. Así, más que comentarles nuestras demandas, que se han planteado en la calle y en múltiples espacios, venimos a hacerles una pregunta a ustedes. ¿Qué pasó en todo este tiempo? Y esperamos que la respondan con seriedad.
Esto porque la mayoría de las veces se le hace el quite al problema. Después de 2011, el mundo político auto-catalogado de progresista se ha lanzado a repetir muchas de las consignas lanzadas por el movimiento social. Se le convoca a engrosar la “oposición política”. Se critica la desigualdad social, la mercantilización de la educación y de la salud, la depredación de los recursos naturales, etc., pero no se dice nada sobre cómo llegamos acá. Pareciera que salimos de la dictadura directamente al gobierno de Piñera. Una profunda amnesia –esta vez, de otro signo- parece invadir a muchos.
Hay muchas frases críticas dando vueltas. Pero no vemos una crítica sustantiva a la Concertación desde sí misma. Nos cuesta ver los contenidos políticos de su autoevaluación, su sentido profundo. Nos cuesta ver más que acomodos mediáticos, que discursos para la ocasión. Varios han dicho “la Concertación ha muerto”. Se lo escuchamos a JP Letelier y Girardi. Pero claro, los certificados de defunción siempre se extienden para otros, jamás para sí mismos. Ximena Rincón discrepa con el Pdte de su partido en un diálogo organizado por nuestra fundación, nos reclama que evaluemos su posición política exclusivamente en términos personales, y no la del partido político en el que milita. Nos cuesta entender esta dinámica, dónde está su racionalidad.
Lo cierto es que no ha habido un examen serio de cómo llegamos a las condiciones que generan este seminario. Y el problema es que eso es justamente lo que invalida el presupuesto que opera en este espacio: que pueden ser los representantes políticos de la sociedad civil que quiere cambiar Chile. Los partidos de la Concertación no han asumido la responsabilidad que le cabe en la actual injusticia y desigualdad, tras ser la fuerza gobernante en las últimas décadas. Elude su responsabilidad en la creación de las condiciones que hoy generan el conflicto social y la crítica a la política. Hay varias maneras en que esta evasión se expresa, explicaciones que nos parecen débiles.
Algunas de ellas son mediáticas simplemente. Caen por su propio peso. Pero hay otras que han tenido cierta difusión, y que parecen plausibles. 
1. “La DC no nos dejó”
Las posiciones más pro-mercado de los últimos gobiernos no se concentran necesariamente en la DC. Esto se sabe. Son parte sustancial del llamado “partido transversal”, del círculo de conducción de la Concertación que se construyó desde los ochenta hasta hoy, de muchos de quienes se llaman a sí mismos progresistas. Los inventores del Crédito con Aval del Estado fueron Lagos y Bitar, socialista y PPD. Es difícil encontrar el eje izquierda-derecha al interior de la Concertación. Además, ya sabemos, es de público conocimiento tras el evento de los “correos electrónicos”, que el mundo progresista de la Concertación sigue creyendo en la estratégica alianza con la DC.
Si hay una cuestión de fondo en este argumento es la idea que la única forma de construir una mayoría social en Chile es la alianza entre el centro y la izquierda. Aquello se nos muestra como el gran aprendizaje de la evolución política del siglo XX, cuando la izquierda era fuerte en el mundo popular, en los trabajadores, y el centro (DC) articulaba a las capas medias y tenía influencia social-cristiana. Hoy Chile es distinto. El reclamo que levanta el movimiento social no puede reducirse ni al viejo mundo popular ni a los deseos de los antiguos sectores medios de distinguirse. En gran medida, el propio neoliberalismo concertacionista anuló las diferencias entre clases medias y mundo de los trabajadores. Al extenderse la mercantilización de la vida, la precariedad y el dolor ante la injusticia del mercado es no sólo condición de la pobreza y los excluidos, es propio, de hecho, de la mal llamada clase media. La extrema concentración de la riqueza ha abierto un abismo entre la enorme mayoría de los chilenos y una pequeña élite. Hoy una gran mayoría social, que tiene un profundo malestar con la política, comienza a emerger lentamente. Recurrir a la vieja idea del acuerdo entre el centro y la izquierda no es más que un relato ad-hoc para ocultar lo que en realidad son negociaciones corporativas entre grupos de interés de una política decrépita, que no tienen nada que ver con el eje izquierda-centro-derecha.
2. “Es culpa del binominal, de los enclaves autoritarios, de las leyes de amarre, etc.”
Esta explicación es incompleta. Sin duda todos esos escollos para la democracia nos han puesto las cosas más difíciles. De hecho hubieran resistido una iniciativa concertacionista para producir transformaciones. No obstante, esa iniciativa nunca la vimos. Al contrario. Lo que vimos en los hechos fueron medidas de profundización del modelo neoliberal. Hoy más cuestiones que ayer son mercancía. Hoy Chile es más desigual que en la época de Pinochet.
Sobre todo, la Concertación hizo suya la idea de Estado subsidiario, cuestión estratégica para la dictadura. No sólo no la combatió. La tradujo a “lenguaje” progresista. JJ Brunner dijo, para justificar la política de un Estado subsidiario, que el Estado debía ser el “intelectual orgánico” del Mercado. Eso sí hizo la Concertación. Llenó de fraseología socialdemócrata o de izquierda conceptos de derecha. Tomó, en este caso, un concepto del socialista y revolucionario Antonio Gramsci para justificar el capitalismo. Lagos llamó a la focalización del gasto social “discriminación positiva”. Bachelet le puso “bonos” a los vouchers más neoliberales. Estas no son ideas progresistas. Son las ideas de la dictadura.
El problema, en definitiva, no es lo que no se pudo hacer, lo que no se alcanzó a hacer. El problema radica en lo que sí hicieron. La derecha no puso pistolas en cabeza alguna para ahondar la privatización de los derechos sociales. Se optó conscientemente por ello.
3.  Que la profundización del modelo de mercado en contra de los derechos sociales universales (salud, educación, previsión) es “una tendencia internacional, un proceso estructural del que no podemos restarnos”.
Este es un argumento falaz. Lo cierto es que más allá de las críticas que levantaron los neoliberales hacia las políticas de bienestar, los modelos de derechos universales siguen existiendo en la mayoría de los países desarrollados, y Chile constituye, en efecto, un caso de privatización de derechos muy singular en el mundo, criticado por instituciones que a nivel global aparecen como adalides de las políticas des-regulacionistas (BM, FMI, etc.). Lo que a menudo se discute en los países centrales es la forma específica del modelo universalista, y desde ésta, el espacio y condiciones que se deja a la iniciativa privada. Se debate la aplicación de políticas focalizadas sobre la base de un modelo universalista, o bien, respecto de la posibilidad del sector privado de participar en el contexto de modelos centralmente públicos. Y esto, a pesar que se quiera mostrar como antecedente de la situación chilena, es exactamente lo opuesto que sucede en nuestro país, donde existe un modelo de política focalizada y no algunas de éstas aisladas. Se sabe, en esta misma línea, que Chile es uno de los países donde la mercantilización de la vida ha llegado más lejos. Defender esto con el argumento de que mercado hay en todas partes es demagógico. En Chile tenemos una forma específica de mercado que es singular, y que transforma en bien “de consumo” áreas que la modernidad había situado como derechos universales de la comunidad. Nuestra situación no es una tendencia inexorable, nuestros dolores no son consustanciales a toda modernización. Acá hay una aplicación extrema del mercado, impulsada por 20 años de Concertación. Es imposible eludir esto.
4. Se dice también, por último, que la Concertación hizo las cosas bien, nos permitió ser el país que somos, pero que ahora es pertinente un giro porque “la época” lo demanda”.
Este argumento es lamentable. El supuesto “cambio de época” lo marca justamente la aparición en la escena de intereses sociales históricamente excluidos, lo marca la irrupción de todo lo que se intentó desarticular por 20 años. ¿Qué hay de distinto entre 2011 y 2006?  ¿Qué evento trascendental en la historia del mundo ha pasado de 2006 a 2011? ¿Es porque acaso transitamos de la era de Piscis a la de Acuario? Este es un discurso oportunista.
El argumento del “cambio epocal” es quizás el más denigrante de todos. Primero, porque esa otra “época” está a la vuelta de la esquina. Yo me movilicé el 2005, con decenas de miles de universitarios y secundarios, para intentar evitar la aprobación del Crédito con Aval del Estado promovido por el presidente Lagos y su ministro Bitar. No hacerse cargo de esto, es simplemente una falta de respeto.
Pero más grave aún, es la amnesia respecto de su propia participación en la configuración del Chile que nos toca enfrentar hoy en día. Generalmente se señala: “en los noventa había mucho miedo”, “ustedes no saben lo que era tener a Pinochet de comandante en jefe”, “en cualquier momento sacaban a los milicos a la calle”. Y claro que había miedo. Todos tuvimos miedo. El problema es otro.
El miedo, las condiciones, pueden hacer alterar el grado y la fuerza de una política. Pero el punto no es el grado o la fuerza, el punto es su contenido. ¿Cuál era su horizonte? Basta leer a Boeninger, mentor de muchos de los organizadores de este foro, para saber que por un lado estaba el miedo, pero por el otro, que los fundadores de la Concertación estaban convencidos de que su proyecto era legitimar socialmente las transformaciones económicas y el modelo implantado en dictadura.
Fue ese, y no otro, el proyecto que finalmente se impuso durante los noventa en el proyecto concertacionista.
Las críticas que hacen hoy, eran tanto o más necesarias durante los noventa y los dos mil. No era “otra época”, era este mismo Chile, privatizado, mercantilizado y desciudadanizado. Nosotros vivimos de cerca su trato a los movimientos sociales. En lugar de proyectarlos como fuerza de transformación, los contuvieron, desarticularon y marginaron. Prefirieron apostar a la tesis del “jaguar”. O se perdieron en pequeña política.
Si todas estas explicaciones sobre por qué llegamos acá son débiles, es porque en realidad no son explicaciones, sino excusas, léase, evasiones. Y el problema es que sobre la base de evasiones y excusas, no es posible construir un futuro distinto.
Y nuestro afán no es denunciativo. Pasa que este encuentro parece funcionar sobre un presupuesto un tanto tramposo: que el rol de la sociedad civil es plantear sus demandas sectoriales y que son los partidos políticos que comandaron la transición los encargados de representarlas a nivel institucional. Eso no lo compartimos.
No lo compartimos porque de inmediato nos fuerza a nosotros, y a todos los presentes, a inscribirnos en una falsa dicotomía: o somos actores sociales irracionales que reclaman demandas pero niegan la política, o bien le suministramos ideas y preocupaciones a ustedes y sus programas para que las representen, en la llamada “unidad de la oposición”. ¿Y cuál es el mensaje que entre líneas plantea esta dicotomía? Que un nuevo ordenamiento de los mismos partidos políticos de la transición es la fórmula política necesaria porque es la única forma posible. Se nos llama a discutir muchas cosas, pero no la política. Así no se puede construir.
Nosotros no creemos que la sociedad civil organizada, ni la ciudadanía en general, deba caer en esta falsa dicotomía. Ni querer ponerse arriba, o menos debajo. Debe simplemente construir una alternativa política distinta y propia. Amplia, por supuesto, pero comprometida con cambios sustantivos. No constituida sobre excusas, evasiones, discursos mediáticos y discusiones pequeñas. Los movimientos sociales ya han hablado. En las calles, durante años, y ahora último, con mucha más fuerza. Son ustedes los políticos que deben dar explicaciones. Lo decimos con el mejor ánimo, porque el país se lo merece. Sin una explicación genuina, poco de nuevo puede salir de un diálogo como el que nos convoca.
Es en ese sentido que queremos fundar un verdadero diálogo político, amplio, donde no se cerrará la puerta a nadie que enfrente con honestidad y seriedad política el desafío que tenemos. Que quede claro: los actores sociales no deben temerle a la política. No hay que tenerle miedo a construir amplias alianzas sociales y políticas. Sabemos que el dilema hoy es sumar fuerzas para la transformación de nuestro país. La pregunta es cómo sumar y no ser sumados.

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