domingo, 21 de octubre de 2018
Hay
quienes sostienen que criticar a un gobierno de izquierda es lisa y
llanamente hacerle el juego a la derecha. No admiten ningún tipo de
crítica, y defienden a quienes consideran “los suyos” tal como
defiende la mafia a “la familia”.
Pues
lo confieso: me cuento entre quienes han venido criticando desde hace
ya mucho tiempo al gobierno del PT y a Lula. Y como es sabido que la
gran mayoría de los brasileños me leen, el resultado está a la
vista: Bolsonaro será el próximo presidente del Brasil.
Algunos
pastos que di a las fieras
En
abril de 2010 escribía lo siguiente:
“El
nuevo presidente del PT, Eduardo José Dutra (ex senador y ex
presidente de Petrobrás) fue elegido por el voto directo de unos 500
mil afiliados. No es poca cosa, pero hay que recordar que en 1989,
cuando Lula disputó por primera vez la presidencia del Brasil, el PT
tenía unos 800 mil afiliados, sobre una población de 150 millones
(hoy son más de 190 millones)”.
Es
decir, hace ya ocho años se me ocurrió observar que el PT, luego de
8 años de gobierno estaba perdiendo apoyo dentro mismo de su propia
base. En 8 años había bajado sus afiliados a la mitad en proporción
a la población. Y por otra parte estaba perdiendo a muchos de sus
principales líderes, fundadores del PT.
En
comparación, el Partido Socialista Unido de Venezuela, contaba en
ese entonces con más de siete millones de afiliados (Venezuela tiene
unos 28 millones de habitantes), y un casco permanente de alrededor
de un millón y medio de militantes.
Mencionaba
hace 8 años lo que decía Luis Bilbao (otro que le hacía el juego a
la derecha): “Dos períodos de gobierno petista en Brasil
significaron un salto adelante en la historia de los de abajo. Sus
logros sólo pueden ser desconocidos por ideólogos de la reacción.
No obstante, al cabo de ocho años, aparte de no haber resuelto
innumerables problemas básicos, el PT no fortaleció la estructura
partidaria, no desarrolló un proceso de organización de masas con
ejercicio concreto del poder, no ganó más espacio social en capas
explotadas y oprimidas y, en consecuencia, no cuenta seguro siquiera
el voto de la masa beneficiada por su gobierno”.
Escribía
yo por esos días, luego de destacar los indudables logros de los
gobiernos del PT: “como contracara, entre otras
cosas, luego de 30 años de vida del PT, ya no se percibe en su seno
la abrumadora presencia obrera, sindical y juvenil de sus comienzos.
Hoy en día, casi todas las empresas consultoras señalan algo que
resulta impactante para todo el mundo: más del 80% de la población
brasileña respalda a Lula. Algunos señalan que hasta ahora, en el
mundo Brasil era sinónimo de Pelé; ahora el símbolo nacional es
Lula. Pero la misma opinión pública (sin distinción de clases) que
pone por el cielo la figura de Lula, denuesta al PT, lo cual
constituye una carga demasiado peligrosa y pesada en la próxima
campaña electoral. De hecho, la candidata del PT, Dilma Rouseff (una
ex militante del socialdemócrata PDT de Leonel Brizola) cuenta con
el 25% de aceptación, según las encuestas, 10 puntos por debajo de
José Serra, el candidato del PSDB. No estamos diciendo que las
elecciones estén perdidas”.
Por
cierto, Dilma ganó las elecciones gracias a su alianza con la
derecha de Temer y cía. Y así le fue.
Esa
ha sido otra característica de los gobiernos progresistas, el
lavantamiento de liderazgos personales, más allá de programas o
proyectos.
Señalaba
por ese entonces:
“Michelle
Bachelet entregó el mando a Sebastián Piñera con una popularidad
de 84%. Pero luego de 20 años de gobierno progresista, la inmensa
mayoría de los chilenos (46%) no simpatiza con ningún partido: un
26% simpatizaba con la Concertación, un 18% con la Alianza, y un 7%
con la izquierda extraparlamentaria. Uno de cada cuatro chilenos no
se identifica ideológicamente (38%): es decir, no sabe si es de
derecha, centro o izquierda. Pero eso no es lo más grave. Las cifras
de participación dicen mucho más. Chile es una democracia peculiar:
si no te registras en el censo, no votas. De algo más de doce
millones de potenciales votantes, sólo se inscribieron 7.145.485;
menos que los inscritos para el plebiscito de 1988 (7.251.930). El
censo lleva estancado veinte años. Si miramos a la juventud: ¡sólo
un 19% de jóvenes hasta los 34 años se registró para votar!”
Lo
mismo decía de Tabaré Vázquez: “Al finalizar el mandato de
Tabaré Vázquez, su popularidad ascendió al 80%, la mayor con la
que culmina su gestión un gobernante uruguayo desde que existen
estudios estadísticos. Y sin embargo, a pesar de esos avances y de
la popularidad del presidente, el Frente Amplio no pudo obtener el
triunfo en primera vuelta, y descendió su votación con respecto al
2005”.
Y
traía a colación lo que decía otra que le hace el juego a la
derecha, María Luisa Battegazzore: “Lo que aquí interesa es
que el peso del elemento personal aumenta en razón directa a la
devaluación de lo colectivo y de lo programático. Quién lo hará
importa más en la medida que se percibe menos claro, definido y
firme el qué se hará.”
Y
hace dos años escribía lo siguiente:
“Lo
que ha venido ocurriendo desde mediados de 2015 hasta ahora ha
mostrado la caída lenta pero sin pausa de los progresismos de la
región, presagiando tal vez el fin de una “era progresista”.
Algunos
analistas apostaban a la continuidad del gobierno Kirchnerista con
una victoria de Scioli en Argentina, un triunfo de los candidatos del
PSUV y del Gran Polo Patriótico en las elecciones legislativas
venezolanas, y a una consolidación del gobierno de Dilma en Brasil.
Nada
de esto sucedió, como es público y notorio, sino todo lo contrario.
En Argentina triunfó la derecha macrista, en Venezuela la oposición
obtuvo la mayoría, y en Brasil el PT perdió el gobierno al ser
destituida Dilma en medio de un gran escándalo de corrupción del
que no se salva nadie”.
RESPONSABILIDADES
Y
en mi desenfrenado juego a la derecha señalé responsabilidades:
“Ahora
bien, la derecha hace su juego, y está en todo su derecho. Las
responsabilidades por las derrotas electorales o institucionales ya
ocurridas y por venir, son de las élites progresistas.
En
Brasil, es en donde se ha producido el debate más a fondo sobre los
años de gobiernos del PT, encabezados por Lula y por Dilma, y es sin
duda el más importante a analizar por su proyección global y porque
representa -en términos de población y de producción- más de la
mitad de la región.
El
PT surgió como producto de ex guerrrilleros, sindicalistas,
comunidades eclesiales de base, etc, llegó a ser el mayor partido de
izquierda de América Latina e impulsó los foros sociales como el de
Sao Paulo.
El
filósofo Paulo Arantes, referente de esos debates, sostuvo que el
país y la izquierda están exhaustos: “Agotamos por depredación
extractivista el inmenso reservorio de energía política y social
almacenada a lo largo de todo el proceso de salida de la dictadura”.
Y
esa reflexión de Arantes tal vez sea más que válida para muchos de
los procesos de los que hablamos, en donde el mayor pecado es haber
desperdiciado esa enorme energía social y política que llevó
décadas de construcción paciente y permanente.
Como
afirma este filósofo brasileño, la energía agotada es de carácter
ético, un deterioro social jamás visto, y la resume en «el derecho
de los pobres al dinero», lo cual es en su opinión la clave del fin
de este ciclo. La izquierda que siempre había priorizado la dignidad
de los trabajadores como clase, aparece ahora con una gama de
preocupaciones que se centran en administrar en vez de transformar,
apostando todo al crecimiento de la economía, a los grandes números,
al grado inversor, a los equilibrios macroeconómicos, sin más
objetivos.
Un
intelectual muy respetado, el sociólogo Francisco de Oliveira
(fundador del PT, y cuando el gobierno de Lula puso en práctica
reformas neoliberales fundó el PSOL), sostiene algo que también sin
dudas es aplicable a los demás procesos de AL; dice que los
gobiernos de Lula y Dilma provocaron una gran despolitización de la
sociedad, en gran medida porque la política fue sustituida por la
administración y porque “se cooptaron centrales sindicales y
movimientos sociales”.
De
Oliveira habla de una “hegemonía al revés”, para
explicar como los ricos aceptan ser políticamente conducidos por los
dominados, con la condición de que no cuestionen la explotación
capitalista.
El
sociólogo brasileño sostiene que “el lulismo es una regresión
política”. De hecho, en las elecciones de 2006, cuando Heloísa
Helena fue expulsada del PT por negarse a votar la reforma
previsional), obtuvo 6,5 millones de votos como candidata del PSOL,
casi el 7%.
Finalmente,
todos sabemos como terminó la experiencia del PT, envuelto en un
escándalo mayúsculo de corrupción, con Dilma destituida y con
cientos de procesos judiciales que abarcan a todo el espectro
político del Brasil, Lula incluido”.
NO
SOLO LA CORRUPCIÓN
Decía
también por esos días:
“De
todas formas, además del fenómeno de la corrupción, otros
elementos deben tenerse en cuenta al evaluar si el progresismo fue
una regresión o un paso adelante.
Hay
quienes sostienen que los progresismos fueron un avance puesto que
redujeron la pobreza llevándola a niveles muy bajos en comparación
con la historia reciente de todos nuestros países. Esto fue posible
por el crecimiento económico (basado fundamentalmente en el valor de
las materias primas) que incorporó mas personas al mercado de
trabajo, más la aplicación de políticas sociales.
Pero
otros, somos de los que evaluamos los avances o retrocesos en
términos políticos, además de los económicos. Así como evaluamos
las victorias sindicales no por el monto económico de la conquista,
sino por el avance en conciencia de los trabajadores a través de la
lucha.
En
ese sentido, es claro que no hubo cambios significativos en la
igualdad (los ricos siguen siendo tanto o más ricos que antes), no
hubo reformas estructurales, y en cambio sí se produjo
desindustrialización y reprimarización de las economías. Además
de una gran extranjerización y concentración de los medios de
producción, especialmente de la tierra.
Y
desde el punto de vista político, es en donde más se puede sostener
-desde mi punto de vista- que los progresismos han significado un
retroceso. La política, desde una mirada de izquierda, debe
significar el avance en la capacidad de los sectores populares de
organizarse y movilizarse para debilitar el poder económico y
político de los poderosos, generando las posibilidades de cambio.
En
este punto, la energía popular ha sido desgastada por el
progresismo. Las críticas a las grandes movilizaciones de 2013 en
Brasil por parte del PT porque supuestamente favorecen a la derecha,
son un claro ejemplo, pero ya es parte del paisaje progresista la
crítica a las movilizaciones de los trabajadores con ese desgastado
argumento.
Claro,
el problema ahora es como enfrentar a las derechas que vienen por la
revancha, con sociedades desmovilizadas y despolitizadas, con una
energía social dilapidada por el progresismo”.
Y
las derechas vinieron, y encontraron un pueblo desmovilizado. El PT
no fue capaz de organizar ni una sola movilización ante el ascenso
de Bolsonaro, salvo para alcahuetear a Lula, su líder preso. Las
mujeres le dieron en ese sentido un cachetazo al PT con la
movilización ELE NAO.
EL
AÑO PASADO
El
año pasado continué alimentando a las fieras brasileñas (que cada
vez me leían más) y dije cosas como estas:
“Los
hechos están ahí: el PT está mezclado con el PMDB, el PSDB, el PP
y otros de la misma calaña, en un enorme proceso de corrupción.
Esa
alianza y otras, más o menos coyunturales, que Lula se vio obligado
a tejer para garantizarse una gobernabilidad que le permitiese sacar
adelante su Presidencia, fue el peaje que los poderes fácticos le
impusieron; y no es retórica. Los votos que Lula consiguió durante
años para sus propuestas legislativas se obtuvieron a cambio de
dinero. En algo así de ‘simple’ consistió el mensalao, el gran
escándalo de corrupción que azotó las presidencias de Lula
(2003-2010).
No
es útil defender a las personas por lo que dicen sino por lo que
hacen. Y lo hecho por Lula y el PT deja mucho que desear. Dicen que
“el que se acuesta con niños amanece mojado”. Muchos de los
corruptos comprobados que están ahora en el gobierno Temer, fueron
también parte de los gobiernos del PT, son sus aliados. La dirección
del PT traicionó el sueño de la clase obrera brasileña al resolver
gobernar el sistema junto con la burguesía y para la burguesía.
La
derecha internacional siempre estará coordinando acciones para echar
abajo gobiernos progresistas o de izquierda, así como las izquierdas
siempre estarán coordinando acciones para luchar contra los
gobiernos de derecha (las izquierdas internacionales también
coordinan sus acciones, no otra cosa es el Foro de San Pablo, por
ejemplo). Pero las caídas de estos gobiernos no necesariamente son
el producto de estas coordinaciones. Muchos caen por su propio peso,
porque no cumplen con sus promesas, porque se muestran incapaces de
transformar lo que se suponía que iban a transformar, porque se
corrompen, etc".
Señores
que se creen de izquierda: el arma más poderosa que tienen es la
autocrítica, para corregir desvíos y errores; los pecados más
siniestros que están cometiendo son la autocomplacencia y la
arrogancia. Después no se quejen.
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