El socialismo es una transición hacia otra sociedad, la comunista. Por Germán Sánchez Otero
13-17 minutes
El intelectual y
diplomático cubano Germán Sánchez Otero me ha honrado con
enviarme sus propuestas de modificaciones al Proyecto de
Constitución que por estos días discutimos en Cuba. Por su
extensión y mi escaso tiempo aun no he terminado de leerlas, pero
con su anuencia reproduzco de entre ellas, por su sólida
argumentación, la relacionada con un tema varias veces abordado en
este blog y que ha suscitado no pocas intervenciones en el debate:
La pertinencia de explicitar en dicho documento “la transición
socialista hacia una sociedad comunista”;
PÁRRAFO ORIGINAL
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DECIDIDOS
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a llevar adelante la Revolución triunfadora del Moncada y del Granma, de la Sierra y de Girón que, sustentada en la más estrecha unidad de todas las fuerzas revolucionarias y del pueblo, conquistó la plena independencia nacional, estableció el poder revolucionario, realizó las transformaciones democráticas e inició la construcción del socialismo;
PROPUESTA DE ENMIENDA
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a llevar adelante la Revolución triunfadora del Moncada y del Granma, de la Sierra, del llano y de Girón que, sustentada en la más estrecha unidad de todas las fuerzas revolucionarias y del pueblo, conquistó la plena independencia nacional, estableció el poder revolucionario, realizó las transformaciones democráticas, antimperialistas y anticapitalistas e inició la transición socialista hacia una sociedad comunista;
ALGUNAS RAZONES QUE SUSTENTAN ESTA
PROPUESTA
Primera: Añado a “las transformaciones
democráticas” los conceptos “antimperialistas y
anticapitalistas”, porque son tales cambios sustantivos
realizados de modo ininterrumpido junto a los primeros entre 1959 y
1960, los que permiten crear las condiciones para el
tránsito socialista.
Segunda: Se sustituye “construcción del
socialismo” por “transición socialista” y más adelante
propongo también el verbo “crear” en vez de “edificar” o
“construir”, para enfatizar que la transición
socialista es un proceso creativo, no predeterminado.
A pesar de que se menciona a menudo el
conocido alerta de Mariátegui – el
socialismo no es calco ni copia sino creación heroica– predomina
en el lenguaje político de Cuba la metáfora
“construcción” o “edificación” del socialismo –importada
de los textos soviéticos–, como si este fuese un edificio o un
puente, del que ya tenemos el proyecto diseñado en todos sus
detalles y solo es necesario erigirlo según un cronograma.
Tampoco es fortuito que Fidel, a
principios de este siglo expresara que nuestro mayor error fue haber
creído que alguien sabía cómo se hacía el socialismo. Su
juicio está avalado por las experiencias cubanas de mimetismo y
otros errores propios, y por lo
ocurrido en procesos socialistas fenecidos o existentes. En
el fondo es la misma idea: el socialismo no está escrito en las
tablas de Moisés, es una transición hacia otra sociedad, la
comunista, y hay que crearlo. Y tal certeza, basada en la
teoría original de Carlos Marx, implica realizar
ensayos, cometer errores, tener éxitos y hacer evaluaciones
críticas siempre colectivas y democráticas, nunca complacientes ni
burocráticas.
En consecuencia sugiero cambiar el
término “construir” por el de
“crear” u otro equivalente, y el de “construcción del
socialismo” sería más preciso sustituirlo por
“transición socialista”.
Tercera: Además, recomiendo valorar
la conveniencia de definir el concepto de socialismo que se alude en
la Constitución. Se conoce la diversidad de variantes que
han existido o existen –socialdemócratas, las del llamado
socialismo real, las asiáticas, las del “socialismo
del siglo xxi”… – y entre ellas la de Cuba.
En los años sesenta del siglo pasado
intentamos un curso original, quizás lo que hoy en día se denomina
en otros países “socialismo con características propias”;
luego nos inscribimos durante 14 años en la tradición
del socialismo soviético, aunque sin perder ciertas esencias, entre
ellas la política exterior independiente, y más tarde,
cuando fracasa allende el Atlántico y también en Cuba el modelo
que copiamos hemos estado más de 20 años buscando
redefinir o afinar nuestros conceptos y políticas socialistas.
En mi opinión, el debate en torno al proyecto de
nueva Constitución está generando un bagaje de ideas que puede
permitir sustentar con mayor rigor que todos los documentos previos,
los conceptos hegemónicos en Cuba, o que debieran serlo, sobre un
modelo específico de socialismo. El reto es enorme, la oportunidad
histórica también y corresponde al Partido interpretarla y lograr
esa definición, consensuada entre la abrumadora mayoría
de los ciudadanos que apuestan por la alternativa socialista
cubana. Existe una extensa bibliografía al respecto, y en Cuba hay
varios autores en el campo de las ciencias sociales y en otras
disciplinas, que han realizado excelentes aportes en los últimos
años.
Cuarta: En la acepción original de Marx y
Engels, como es conocido, el socialismo es un período de transición
entre el capitalismo y el comunismo. Desde entonces
llovió mucho y en varias partes. Diversas
teorías y experiencias históricas –fracasadas la mayoría y
otras en curso– se han acumulado en más de un siglo de procesos
autodefinidos de tal modo desde 1917. Y aunque ese “tránsito”
ha sido más complejo y difícil de desarrollar que lo imaginado por
los dos fundadores de la teoría, sigue
vigente la idea original de ese período intermedio de
mutaciones y contradicciones para crear la nueva
sociedad, proceso que hoy sabemos puede
ser reversible y girar otra vez hacia el capitalismo, aunque la
Constitución de uno u otro país declare irrevocable el socialismo.
El peligro de tal fórmula pétrea es que
pueda suponerse inexorable el decurso
socialista, tema sobre el que alertó Fidel en su
memorable discurso de la Universidad de La Habana en noviembre de
2005.
Quinta: Por todo lo expuesto y mucho
más que se podría añadir, recomiendo mantener la
referencia al comunismo donde sea necesario, por ejemplo como está
inscrita en el artículo 5 de la Constitución de 1976, que termina
diciendo: “(…) hacia los altos fines de la construcción del
socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”. Esa es
nuestra genética teórica y política, y no hay razón para dejar
de expresar tal componente definitorio, que funciona
además como la estrella polar en las noches y madrugadas de un mar
proceloso, cuando existen peligros de equivocar el rumbo.
Desde que decidimos declarar en 1961 el carácter
socialista de la revolución, asumimos que el objetivo sería el
comunismo. Nuestro pueblo mayoritariamente así lo
entendió y por esa aspiración hemos luchado y han
muerto miles de compatriotas. Debemos expresar el
objetivo estratégico más importante y la relación de este con lo
que hagamos durante la transición. ¿Transición hacia dónde? El
socialismo no termina en una meta o en el piso 9, 23 o 52, como si
se construyera un edificio.
No existe tampoco una frontera que se cruza entre
el socialismo y el comunismo. La revolución socialista tiene que
avanzar de modo ininterrumpido, y restarle poder de todas
las maneras posibles al capitalismo en sus diferentes
dimensiones, siempre basándose en el consenso del pueblo
y en la hegemonía del proyecto emancipador. Y la Carta Magna
debiera expresar con claridad que el sostén y propulsor
primordial de este es la clase trabajadora en su más
amplia acepción, incluidos sus intelectuales orgánicos.
No hay solución de continuidad entre el
socialismo y el comunismo: es un proceso histórico cuya
naturaleza, energía y posibilidades de éxito radica en
su interconexión y continuidad.
La brújula durante la transición
debiera estar siempre orientada hacia las máximas
aspiraciones, que deben comenzar a conseguirse desde el presente con
resultados pequeños y grandes, aunque no sepamos cuánto tiempo
demorarán en realizarse plenamente, pues además son impredecibles
eventuales retrocesos parciales. Tales aspiraciones no
esperan ya consumadas en un sitio ideal, cual si
fuera el Paraíso al que llegaremos algún día si nos portamos
bien.
A medio siglo de haber expresado Fidel aquella
explosiva idea sobre construir el socialismo y el comunismo en forma
paralela, podría ser conveniente analizar su sentido más profundo.
Marx concibe el socialismo como una transición
entre el capitalismo y el comunismo no solo en el ámbito
económico. Durante la transición los
diferentes procesos forman una totalidad dinámica, interactúan e
influyen entre sí, en la perspectiva medular de largo plazo de
superar (en un sentido hegeliano) el capitalismo, hasta que en esa
larga disputa el universo del trabajo, entendido en todas sus
dimensiones –económicas, ideológicas, políticas y
culturales– lo reemplace. El documento
“Conceptualización del modelo económico y social
cubano de desarrollo socialista” lo expresa de este
modo: “constituye un prolongado, heterogéneo,
complejo y contradictorio proceso de profundas transformaciones en
las estructuras políticas, económicas y sociales”. Útil, aunque
genérico.
Sexta: ¿Por qué los adversarios están de
plácemes con que se haya excluido la mención al
comunismo en el proyecto de la nueva Carta Magna? En las
constituciones de los países que hoy se declaran socialistas ha
sido borrada la palabra comunismo. Incluso en Corea del
Norte sucedió en la reforma de 2009.
Pregunto: ¿Por qué Cuba debe hacerlo también? No creo
que debamos seguir la pauta de las demás constituciones
de países que se declaran socialistas, sino
reafirmar y elaborar con el máximo rigor nuestros conceptos sobre
el socialismo y el comunismo. Son suficientes las
experiencias negativas de haber copiado varios conceptos de
la Constitución soviética, cuando se elaboró y aprobó la nuestra
en 1976.
El argumento de que al mencionarse el socialismo
ya incluimos el comunismo, es discutible. Entre otras razones porque
existen diferentes modalidades de socialismo, por ejemplo los
socialdemócratas siguen llamándose muchas veces de tal modo y la
corriente llamada socialismo del siglo xxi tiene algunos defensores
que solo se proponen reformar el capitalismo, o intentar un híbrido
capitalista–socialista cuyo destino ha sido o será el fracaso.
Debiéramos transitar nuestro derrotero
socialista consciente y explícitamente
hacia el horizonte comunista. Lograr
que tal idea sea hegemónica en la inmensa
mayoría de los ciudadanos, o sea la hagan suya porque están
convencidos, es una responsabilidad primordial del Partido y su
éxito está asociado en primer lugar a que la gente perciba los
avances en todos los ámbitos, materiales y espirituales, y a que
los ciudadanos y ciudadanas sean y se sientan actores del
proceso.
Sabemos que Cuba en
solitario o con un grupo de países no podrá alcanzar la sociedad
comunista, pues esta solo podrá existir a escala
ecuménica. En eso los dos alemanes no se equivocaron.
Pero debemos recordar que ellos desde su primera proclama arrancan
diciendo: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”.
Y en el párrafo final enfatizan:
“Los comunistas no se cuidan de disimular sus
opiniones y sus proyectos”.
Sin el ánimo de utilizar a Fidel en nuestra
argumentación, me siento obligado a referir que él
defendió con especial vehemencia esta idea, en especial durante la
coyuntura de la bancarrota del llamado campo socialista, y en los
años posteriores. Por ejemplo, el 28 de octubre de
1989, cuando se hacía añicos el muro de Berlín expresó: “(…)
tenemos que atrincherarnos en las ideas del socialismo y el
comunismo más que nunca”. Y añadió:
“¡Pase lo que pase!, seguiremos adelante, ¡pase lo que pase!,
seguiremos luchando por el socialismo y por el comunismo; ¡pase lo
que pase en el mundo!”. Y el 3 de junio de
1998 afirmó: “Nosotros sí creemos en las ideas con
una firmeza inconmovible, y las defendemos y las defenderemos; y
creemos en el socialismo, creemos en el comunismo. Hoy, cuando
muchos se asustan de haber hablado alguna vez de comunismo — y
los hay por ahí —, nosotros con qué gusto les decimos a
periodistas y a estadistas: ‘Nosotros somos socialistas, somos
comunistas, y seguimos pensando en el socialismo y en el
comunismo’”.
La principal guerra que nos hace el imperio es de
índole cultural y por ende no es casual que nuestros
enemigos insistan una y otra vez en el fracaso del “comunismo” y
del “socialismo”. Los adversarios hace mucho tiempo
que centran sus ataques en la destrucción de los imaginarios y las
prácticas solidarias de los países que se declaran socialistas y
de los procesos progresistas y revolucionarios en cualquier lugar
del mundo. Es lo que, por ejemplo, hacen hoy contra
la Revolución Bolivariana.
Aunque no se escriba la palabra comunismo
en nuestros documentos, o se mencione en público cada vez menos,
nuestros antagonistas seguirán aludiéndola en relación
con el socialismo, porque pareciera que conocen muy bien
el marxismo de Carlos Marx, Engels, Lenin y Fidel. En sus
códigos, no cesan ni dejarán de decir que el socialismo y el
comunismo es lo mismo, un infierno que ha fracaso en todas
partes. En el caso de China y Vietnam, reconocen sus
éxitos económicos, que atribuyen al predominio
capitalista, pero señalan que es autoritario en lo
político por no practicar la democracia liberal.
Ejercitar y conocer las ideas sobre el comunismo
no es un ejercicio de futurismo o de ciencia ficción, es una
necesidad para contribuir a que el metabolismo de la transición
socialista nos haga funcionar y desarrollarnos de una manera
determinada y no de otra. Por ejemplo en la formación de valores de
solidaridad, equidad, justicia social y democracia, donde cada vez
más se ejercite el autogobierno del pueblo. Además, con ello
estamos contribuyendo desde Cuba a mantener la vigencia
de una utopía de emancipación humana plena, sometida
desde que fue proclamada por el Manifiesto Comunista en 1848 a
la guerra ideológica más completa y perversa de
todas cuantas han realizado y seguirán ejecutando las
burguesías del mundo. Ahí están ahora Trump y sus compinches
reiterándolo cada día y muchos otros en el mundo, como el
troglodita Bolsonaro en Brasil y el infame Macri en Argentina,
aunque también son muy dañinos quienes lo
hacen con estilos más refinados. Son muchísimos, con
rostros y modales diversos, y muy poderosos.
Tener plena conciencia de ello nos obliga aún
más a crear nuestro socialismo rápido y bien, que es entre todas
las formas existentes del internacionalismo la que apenas
se exalta. Y esto es paradójico, pues desde
nuestras “trincheras” podemos suscitar con
el éxito del socialismo en la isla efectos de demostración que
incentiven a otros pueblos en sus luchas y búsquedas.
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