“La
revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa,
una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución
socialista.” JC Mariátegui Aniversario y balance
El
artículo que publicamos aquí forma parte de la edición nro. 6 de la
revista América Socialista, aparecida a fines de 2012 (y que se
encuentra a la venta). Analiza el pensamiento de José Carlos Mariátegui
sobre la estrategia de la revolución en los países capitalistas
atrasados.
Una
gran paradoja envuelve el pensamiento de José Carlos Mariátegui. El
hombre que buscó el camino de la revolución latinoamericana sin “calco
ni copia” de otras experiencias de emancipación, compartió, “calco y
copia”, el destino de otros grandes revolucionarios: perseguidos,
calumniados y acogidos con odio en vida, para ser luego convertidos en
iconos inofensivos “castrando el contenido de su doctrina
revolucionaria” después de su muerte. Esta su misma famosa invocación a
construir la revolución latinoamericana como “creación heroica” y no
repetición a pie de la letra de ejemplos revolucionarios que irradiaban
de Europa, ha sido utilizada no para impulsar el estudio concreto de la
realidad concreta de nuestra América, como Mariátegui quiso e hizo
aplicando de manera brillante el método del marxismo, sino para cometer
ciegamente los mismos errores que se habían cometido en otros lugares,
persiguiendo utopías reformistas.
Las
aportaciones de Mariátegui conservan toda su fuerza y siguen siendo
imprescindible para quienes afronten los grandes problemas de la
revolución latinoamericana, sus características y destino, además de sus
peculiaridades como la cuestión nacional indígena. Mariátegui cometió
errores muy comunes en su época como el despreocuparse por la escisión
que maduraba en el Partido Comunista de la Unión Soviética, la
concepción del incario como “comunismo primitivo” o el afrontar la
cuestión nacional como una cuestión de “raza”, una concesión verbal a
teorías positivistas e idealistas que sin embargo no mengua su visión
concreta y política del problema.
Sin
embargo, la lectura atenta de sus obras, en que, como una vez dijo
Gramsci, Mariátegui demostraba de ser aquellos que aprenden un libro a
la vez y son mejores que los que olvidan un libro a la vez, no justifica
la imagen de “marxismo romántico” con que se ha pretendido liquidar al
marxista peruano. Valga para él el epitafio que Lenin escribió para Rosa
Luxemburgo: “Puede suceder que las águilas vuelen más bajo que las
gallinas, pero una gallina jamás puede remontar vuelo como un águila”.
El camino al marxismo
Mariátegui
nació el 14 de junio de 1894 en Moquegua, en el extremo sur del Perú,
una región agrícola e indígena, tierra de pisco y minería, la capital
del cobre peruano. Su familia era muy humilde y a pesar de que José
Carlos se convertiría muy pronto en el teórico fundamental del
movimiento obrero peruano, su infancia pobre le obligó a interrumpir los
estudios de manera muy temprana. Un accidente ocurrido a los 8 años lo
forzará por toda su breve vida a sufrir problemas en la pierna
izquierda, que le fue posteriormente amputada. Aun así logró comenzar
una carrera en el periodismo, empezando primeramente como ayudante
linotipista y luego, en 1914, como articulista de La Prensa.
En
1919 funda con Cesar Falcón un diario, La Razón, desde cuyas columnas
propagandiza una oposición radical al gobierno de Leguía que había
disuelto el Congreso auto-nombrándose Presidente provisorio. El
periódico La Razón fue cerrado y algunos de sus redactores, entre los
cuales se encontraba Mariátegui, obtuvieron becas para viajar al
exterior, que eran realmente condenas al exilio. Así Mariátegui pudo
viajar a Italia donde llegó para vivir el proceso revolucionario
recordado como “bienio rojo”, marcado por una oleada de huelgas obreras
en las ciudades del norte y ocupaciones de tierras en el centro y en el
sur.
En
1920 tras una serie de inútiles negociaciones por el aumento salarial,
la Confederación General de la Industria, el gremio de los empresarios
italianos, decidió recurrir al Lock Out, el cierre patronal de las
empresas. La organización sindical de los metalúrgicos (FIOM) respondió
con la ocupación de las fábricas. Alrededor de 400 fábricas en el norte
del país fueron tomadas por obreros armados y organizados en milicias de
autodefensa (las guardias rojas) y en los Consejos de Fábricas, los
organismos de poder obrero que Gramsci había prefigurado desde las
páginas de la revista L’Ordine Nuovo (Nuevo Orden) de Turín.
Sin
embargo ni la central sindical ni el Partido Socialista supieron
aprovechar esta situación orientando, organizando y dirigiendo el
proletariado y los campesinos a la toma del poder, como hizo en Rusia el
Partido Bolchevique. Mientras por un lado el Partido Socialista y la
dirección del sindicato negociaban con el gobierno, por el otro lado los
industriales y terratenientes intensificaban su apoyo a las bandas
fascistas de Mussolini, dispuestos a cederles el poder político para
salvaguardar el régimen capitalista de explotación.
Las
vacilaciones de la dirección política del proletariado sembraron
frustración en la clase media la cual, si bien en un inicio simpatizaba
con la revolución socialista fue luego acercándose a la demagogia
fascista que combinaba la represión violenta de las organizaciones del
movimiento obrero con una fraseología anti burguesa. Era la demagogia
del orden opuesto al caos, provocado no por la revolución sino por su
vacilación a la hora de lanzarse a la conquista del poder. En 1921 tras
un acuerdo, que nunca fue aplicado, sobre el tema salarial y del control
obrero que sirvió a la dirección reformista del PS para desmovilizar la
revolución, el propio PS sufrió una escisión en la que las corrientes
filo soviéticas encabezadas por Gramsci y Bordiga, abandonaron el
Congreso de Livorno para fundar el Partido Comunista de Italia.
Mariátegui
vivió en primera persona todos estos acontecimientos, relatándolos para
los lectores peruanos del diario El Tiempo de Lima. En sus artículos,
recopilados y publicados con el titulo Cartas de Italia, Mariátegui se
muestra todavía neutral respecto a los hechos que vive y narra sin
expresar sus convicciones, aun manifestando una profunda admiración para
Gramsci y un gran interés por todos los temas que acompañaron la
escisión de Livorno y el ascenso del fascismo. La experiencia italiana
será fundamental en el aprendizaje de Mariátegui, lo familiarizará con
cuestiones centrales para el marxismo como la imposible colaboración de
clases, la táctica del frente único, la conquista del poder, la amenaza
del fascismo. En Italia conoce también a la mujer que será su esposa, la
genovesa Anna Chiappa. El periodo italiano completa un proceso de
maduración y acercamiento al marxismo que el propio Mariátegui describió
con estas palabras: “ desde 1918,
nauseado de política criolla me orienté resueltamente hacia el
socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado
de decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno apogeo[1]”.
Todavía
en Italia funda la primera Célula Comunista Peruana, junto a otros
exiliados como Falcón. Regresado a Perú empieza su febril labor de
publicista y organizador político, primeramente como director de
Claridad, el periódico cofundado por Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la
Torre – exiliado en México – para luego ser el principal impulsor y
teórico de la constitución del Partido Socialista Peruano en 1928 y de
la Confederación General de los Trabajadores de Perú el año siguiente.
Es precisamente en la cúspide de su actividad política cuando empiezan
las fricciones con la Internacional Comunista, en pleno proceso de
degeneración. Una recaída de la enfermedad que lo había privado de una
pierna y las maniobras burocráticas del Buró Político de la
Internacional en Sudamérica, impiden a Mariátegui afrontar personalmente
esta batalla política y por su supervivencia.
Mariátegui
planificaba participar en la Iª Conferencia Comunista Latinoamericana
celebrada en junio de 1929 en Buenos Aires, ciudad en la cual pensaba
poder recibir las curas necesarias para su salud. Incluso en sus planes
proyectaba trasladarse por un tiempo a Buenos Aires y hacer de esta
ciudad la sede de su revista Amauta. Sin embargo esta posibilidad le fue negada. Sus “Tesis sobre el problema de la raza”
fueron defendidas por su amigo Hugo Pesce y rechazadas por la
Internacional. En ellas, Mariátegui trataba de manera absolutamente
original el problema de la cuestión indígena en América. La cuestión
nacional había sido justamente una de las causas que desencadenaron la
escisión de la Internacional Comunista.
Aprovechando
la enfermedad de Mariátegui, el entonces responsable de la
Internacional Comunista en Sudamérica Eudocio Ravinez asumió la
dirección del Partido Socialista Peruano. Dejado solo a afrontar sus
problemas de salud, Mariátegui seguía con sus planes de viajar a Buenos
Aires, cuando, a fines de marzo de 1930, fue internado de emergencia en
el hospital limeño donde murió el 16 de abril con solo 36 años de edad.
Cuando había transcurrido apenas un mes de su muerte, la dirección del
partido que Mariátegui había fundado, decidió cambiar el nombre de este a
Partido Comunista Peruano. Por diferentes motivos Mariátegui se había
siempre opuesto a cambiar el nombre del partido como le exigía la
Internacional Comunista. El cambio de nombre del partido, decidido solo
por sus vértices, fue el repentino principio de un proceso de
“desmariateguización”, de castración de la fuerza de la doctrina
revolucionaria de Mariátegui para convertirlo en el icono inofensivo de
la ideología oficial de la Internacional Comunista.
La degeneración de la Internacional Comunista
Mariátegui
no puede ser reivindicado orgánicamente por ninguna de las corrientes
que llevaron a la escisión de la Internacional Comunista. Menos que
nadie por la corriente estalinista, que convirtió primeramente el
partido mundial de la revolución en una agencia de política exterior en
defensa de los intereses de la burocracia en el poder en la URSS, para
luego liquidarlo en un extremo acto de sumisión a los aliados durante la
Segunda Guerra Mundial. Lo que nos interesa aquí es evidenciar como,
por los derroteros de un pensamiento original, independiente y mediante
la aplicación del método marxista, Mariátegui había llegado a las mismas
conclusiones generales que Lenin y Trotsky en cuanto a la revolución en
los países coloniales, enriqueciéndolas desde el punto de vista de las
peculiaridades de la revolución latinoamericana. La lectura de la
diatriba entre Mariátegui y la Internacional Comunista, que lo
consideraba un “hereje” fuera del control, no deja lugar a dudas al
respecto de ésta afirmación.
Mariátegui subestimó y no comprendió plenamente el proceso de degeneración en la Internacional. Todavía en 1925 escribía “ pero los resultados de la polémica[entre la Oposición de Izquierda de Trotsky y el bloque mayoritario Stalin-Bujarin-Zinoviev, NdR] no
engendrarán un cisma. Los leaders de la vieja guardia bolchevique… ya
han dado explícitamente su adhesión a la tesis de la necesidad de
democratizar el partido[2]”.
Estas afirmaciones y pronósticos estaban totalmente alejados de la
realidad, una realidad que Mariátegui, hay que recordarlo, nunca conoció
personalmente.
La
Internacional Comunista fue fundada en 1919. Sus primeros años de vida
fueron años de guerra civil, de lucha por la defensa de la Revolución
Rusa que pasaba inevitablemente por la victoria de la Revolución
Mundial. Incluso en esta situación objetivamente difícil la
Internacional celebró un Congreso cada año hasta 1922, congresos en que
se discutieron y afrontaron con la máxima democracia divergencias para
nada secundarias, como por ejemplo la cuestión del Frente Único y la
revolución en los países coloniales. Después de la muerte de Lenin la
Internacional realizó su Vº Congreso en junio de 1924 y su VIº Congreso
recién en 1928, cuatro años después, un periodo utilizado por la
mayoría al poder para liquidar la Oposición de Izquierda de Trotsky de
manera burocrática e impidiéndole cualquier contacto con el resto de la
Internacional.
Las
medidas excepcionales dictadas en 1921 en el X Congreso del Partido
Comunista de la URSS, fueron utilizadas para expulsar a la Oposición de
Izquierda y desterrar a sus dirigentes. En aquel Congreso se decidió
vetar temporalmente la formación de fracciones al interior del partido.
Sin embargo ésta era para Lenin una medida de carácter temporal y de
interpretación flexible. Frente a una moción presentada por Riazanóv que
pretendía extender el veto a futuros congresos, Lenin se opuso con esta
argumentación: “ Este Congreso no
puede tomar decisiones vinculantes que afectarían a las elecciones al
próximo congreso. Si las circunstancias provocan desacuerdos
fundamentales, ¿cómo se puede prohibir su presentación para la
consideración del partido en su conjunto? ¡No podemos![3]”.
La
discusión democrática había sido sustituida por la maniobra burocrática
de una dirección más atenta a cuidar su supuesta infalibilidad, su
prestigio y poder que a la formación y educación de los cuadros. La
misma selección de los cuadros se resentía.. El servilismo y el
oportunismo eran premiados por encima de cualquier otra capacidad.
Gramsci, en cierto sentido maestro de Mariátegui, envío en 1926 una
carta en nombre de la Oficina Política del Partido Comunista de Italia,
en la cual, justificando la línea de la mayoría del PCUS conformada por
el bloque Stalin – Bujarin con argumentaciones con las que no estamos de
acuerdo y en cuyo análisis no podemos aquí ahondar, apelaba a la unidad
del “partido dirigente de la Internacional” en nombre de la cual expresaba su ingenua convicción que Stalin no hubiese recurrido a “medidas excesivas”
como las expulsiones. Este simple llamado junto a una línea en que
Gramsci reconocía que Trotsky, Zinoviev y Kamenev son los que “han
contribuido poderosamente a educarnos para la revolución, nos han
corregido algunas veces muy enérgica y severamente y han sido nuestros
maestros”, fue suficiente para que su carta nunca fuese leída por el
delegado del PCdI en la Internacional, aquel Palmiro Togliatti que
Gramsci consideraba un mediocre y que Stalin promovió a máximo dirigente
de la Internacional. Esta carta fue ocultada al mismo Partido Comunista
de Italia hasta 1964.
Mariátegui y las “figuras” de la Internacional Comunista
Mariátegui,
a diferencia de Gramsci, no conocía personalmente a ninguno de los
dirigentes de la Internacional. Es interesante destacar como su
apreciación de la escisión en la URSS maduró a medida que pudiese
documentarse. El mismo Mariátegui nos dice que solo pudo leer El Nuevo Curso ,
el largo artículo con el que Trotsky empezó su batalla en el partido,
enfocándose en la defensa de su democracia interna. Todavía en 1925, en
el artículo antes citado, Mariátegui se hace eco de las calumnias
vertidas contra Trotsky. Considera a este último el líder de una “una fracción o una tendencia derrotadas dentro del bolchevismo”, más aun uno que “no
ha sido nunca un bolchevique ortodoxo. Perteneció al menchevismo hasta
la guerra mundial… y sólo en julio de 1917 se enroló en el bolchevismo”; y concluía “la opinión de Lenin divergió de la opinión de Trotsky respecto a los problemas más graves de la revolución”.
Sin
embargo tan solo tres años más tarde y en medio de su propia disputa
con la Internacional Comunista, Mariátegui corrige radicalmente sus
valoraciones, escribiendo:
“ Trotsky,
desterrado de la Rusia de los Soviets: he aquí un acontecimiento al que
fácil- mente no puede acostumbrarse la opinión revolucionaria del
mundo. Nunca admitió el optimismo revolucionario la posibilidad de que
esta revolución concluyera, como la francesa, condenando a sus héroes… La
opinión trotskista tiene una función útil en la política soviética.
Representa, si se quiere definirla en dos palabras, la ortodoxia
marxista, frente a la fluencia desbordada e indócil de la realidad rusa.
Traduce el sentido obrero, urbano, industrial, de la revolución
socialista. La revolución rusa debe su valor internacional, ecuménico,
su carácter de fenómeno precursor del surgimiento de una nueva
civilización, al pensamiento de Trotsky… Lenin,
apreciaba inteligente y generosamente el valor de la colaboración de
Trotsky, quien, a su vez, —como lo atestigua el volumen en que están
reunidos- sus escritos sobre el jefe de la revolución—, acató sin celos
ni reservas una autoridad consagrada por la obra más sugestiva y
avasalladora para la conciencia de un revolucionario. Pero si entre
Lenin y Trotsky pudo borrarse casi toda distancia, entre Trotsky y el
partido mismo la identificación no pudo ser igualmente completa. Trotsky
no contaba con la confianza total del partido... su posición singular
—equidistante del bolchevismo y del menchevismo— durante los años
corridos entre 1905 y 1917, además de desconectarlo de los equipos
revolucionarios que con Lenin prepararon y realizaron la revolución,
hubo de deshabituarlo a la práctica concreta de líder de partido[4]”.
Sin embargo incluso en este escrito Mariátegui sigue considerando que “en
la mayor parte de lo que concierne a la política agraria e industrial, a
la lucha contra el burocratismo y el espíritu NEP, el trotskismo sabe
de un radicalismo teórico que no logra condensarse en fórmulas concretas
y precisas. En este terreno, Stalin y la mayoría, junto con la
responsabilidad de la administración, poseen un sentido más real de las
posibilidades”.
La Oposición de Izquierda
En
1928, a solo un año del destierro de Trotsky y la expulsión de la
Oposición de Izquierda, los hechos se habían encargado de demostrar la
validez y necesidad de su batalla. Ya en 1926 el 60% de todo el trigo a
la venta estaba en manos de los campesinos ricos, kulaks, que
representaban apenas el 6% de la población y acumulaban un poder cada
vez mayor. En 1928 las provisiones de trigo adquiridas por el Estado se
habían reducido de 428 millones de pud (equivalente a 16 kilos) a 300
millones [5]. El peligro de carestía en las ciudades era inminente.
La
guerra civil, la Nueva Política Económica (NEP) y los errores de la
dirección, alimentados por las presiones de un aparato burocrático cada
vez más famélico y poderoso, habían cambiado la fisionomía del mismo
partido. Como había denunciado la Oposición de Izquierda en su
plataforma de agosto de 1927, en aquel año “ al
1º de enero solo una tercera parte de nuestro partido eran obreros de
las fábricas (en realidad, solo un 31 por ciento)… después del XIV
Congreso el partido ha dado ingreso a 100.000 campesinos, la mayoría de
los cuales son campesinos medios… al celebrarse el XIV Congreso, el 38%
de los que ocupaban puestos responsables y de dirección en nuestra
prensa eran personas que habían venido a nosotros de otros partidos[6]”.
Mariátegui
no conocía la plataforma de la Oposición de Izquierda. Este documento
empezó a circular fuera de la URSS solo cuando un delegado del Partido
Comunista de los EEUU encontró una copia traducida de la misma en su
carpeta, colocada ahí por error por una secretaria de la Internacional.
Contrariamente a la opinión expresada por Mariátegui, la plataforma
contenía un análisis realista y proposiciones concretas para revertir el
proceso degenerativo de la URSS y rescatarla a su dirección proletaria.
Propuestas
en el ámbito económico, que exigían menos conservadurismo a los planes
quinquenales de Stalin-Bujarin y una política de industrialización que
favoreciese al campesinado pobre y la colectivización voluntaria de la
tierra; propuestas sobre temas concretos como la vivienda, la
prohibición de los desahucios, la reducción del horario de trabajo,
escuelas y servicios sociales en los barrios obreros para poner
realmente al proletariado en condición de dirigir su Estado; propuestas
sobre la composición social del partido, la cuestión nacional y las
cuestiones internacionales. Propuestas que iban en la misma línea de la
batalla de Lenin en los últimos años, cuando sugería ampliar la base
obrera en el partido y su presencia en el Comité Central para combatir
lo que él mismo definió como “degeneraciones burocráticas”.
La
Oposición de Izquierdas no combatió contra la teoría del “socialismo en
un solo país” en nombre de un radicalismo abstracto, sino mediante la
crítica de sus bases analíticas y consecuencias prácticas. “ Toda
la teoría del socialismo en un país se deriva fundamentalmente de la
suposición de que la estabilización del capitalismo ha de durar una
serie de décadas…. [esta teoría] está
desempeñando ahora un papel disgregante y obstruye notoriamente la
consolidación de las fuerzas internacionales del proletariado en torno a
la Unión Soviética[7]”.
Cabe recordar que solo un par de años más tarde el mundo se precipitaba
a la crisis más aguda y profunda que el capitalismo haya conocido hasta
la actual. La “teoría” del socialismo en un solo país no educaba los
cuadros de la Internacional ni del partido para afrontar las tormentas
que se acercaban.
Mariátegui y los zigzags de la Internacional
Frente
a la crisis del grano de 1928 la burocracia se asustó y dio un profundo
viraje a la izquierda, pasando del oportunismo al sectarismo. La
liquidación de los kulaks se realizó con métodos criminales, al precio
de millones de muertos y de un colapso de la producción agrícola del que
la URSS nunca se recuperó. Los planes de industrialización ahora eran
osados: un plan quinquenal debía concluirse en cuatro años. Solo
Trotsky, exiliado, entendió que la asunción de una caricatura de lo que
fue el programa de la Oposición de Izquierda era una manera de
estabilizar el poder de la burocracia, poder que residía en la economía
planificada amenazada por la NEP.
En
los años ’30 la maquinaria represiva se dirigió definitivamente contra
cualquier resabio de bolchevismo. Si en los años ’20 la disputa era
entre quienes habían sido realmente bolcheviques, en los años ’30 haber
sido bolchevique era la mejor garantía para conseguir una condena a
muerte. Los liquidadores de la vieja guardia bolchevique eran hombres
como Vishynski, juez de los juicios farsas de Moscú, que había sido
menchevique hasta 1920 y había firmado en verano de 1917 la orden de
detener nada menos que a Lenin. El 80% del Comité Central del PCUS que
dirigía los procesos eran mencheviques. El proceso de expropiación del
poder político de la clase obrera soviética se había concluido
victoriosamente a favor de la burocracia, que se convertiría en agente
mundial de la contrarrevolución.
Si
en aquellos años incluso dirigentes más expertos e informados como
Preobrazhenski y Zinoviev capitulaban frente al giro a izquierda de la
burocracia, no se puede acusar a Mariátegui por haber expresado los
juicios que expresó sobre el “realismo” de las políticas de Stalin. Más
que el propio Gramsci, Mariátegui entendió que las “medidas” utilizadas
contra la Oposición en la URSS no eran un simple “exceso”, un adorno
superfluo, sino la sustancia y la expresión de la lucha de clases dentro
de la URSS, lucha en la que colocó a Trotsky a lado del “marxismo
ortodoxo” y del “proletariado urbano”. Estas intuiciones son señales
claras de una inteligencia viva alimentada por el marxismo. Fueron las
circunstancias del giro a la izquierda en la URSS que lo mantuvieron al
margen de la escisión de la Internacional y solo la muerte repentina
interrumpió su ávido proceso de formación e información sobre los
hechos.
La
resistencia del hombre que, de exiliado, había conformado la primera
Célula Comunista Peruana, a cambiar el nombre de su partido en Partido
Comunista del Perú, puede explicarse solo como desconfianza hacia la
Internacional. La que Mariátegui conoció no fue la de Lenin y Trotsky
sino la que expresaba y premiaba a figuras deslucidas como Ravinez,
luego convertido en acérrimo anticomunista, y Codovilla, dirigente del
Partido Comunista de la Argentina que será recordado solo por sus
errores frente al peronismo y su meticulosa persecución de los
“trotskistas”. Estos eran quienes rechazaban las tesis de Mariátegui,
cuyo núcleo fundamental es en definitiva una reformulación en clave
latinoamericana de la Revolución Permanente.
La teoría de la Revolución Permanente
Esta
teoría, tan mistificada y falsificada, puede resumirse así: en los
países coloniales y semicoloniales la plena y definitiva solución de los
problemas pendientes de la revolución democrática burguesa solo es
posible por la acción revolucionaria del proletariado, que, en alianza y
dirigiendo a las masas campesinas, incursionaría en el terreno de la
propiedad privada dando así a la revolución un carácter permanente hacia
el socialismo, cuya victoria definitiva – aun más en los países de
capitalismo atrasado – depende en última instancia de la victoria de la
revolución mundial. Es decir que la revolución en los países coloniales y
semicoloniales es socialista e internacional o es simplemente un
aborto.
El
signo distintivo de los países coloniales y semicoloniales es el atraso
y la dependencia económica. La burguesía de estos países apareció tarde
en la escena de la historia, cuando el mundo ya había sido repartido
entre las grandes potencias capitalistas. Es una burguesía parasitaria
en la medida que participa como socia menor del imperialismo al saqueo y
vive de la renta y la demanda generada en los enclaves de inversión
imperialista. Es una burguesía conservadora por los miles lazos que la
atan al gamonalismo y la gran propiedad agraria.
Es
en definitiva una burguesía incapaz de llevar a cabo las tareas de la
revolución democrático burguesa, es decir la liquidación del feudalismo,
la reforma agraria, el desarrollo de las fuerzas productivas, la
solución de los problemas nacionales al interior de los Estados y la
independencia nacional. La amalgama de intereses de esta burguesía con
el imperialismo y el latifundismo hacen de ella un adversario que,
incluso cuando maneje una fraseología anti-imperialista, capitula frente
al imperialismo cuando se trata de defenderse del ascenso
revolucionario de las masas.
La
teoría de la Revolución Permanente ha sido corroborada en un sinfín de
ejemplos históricos, tanto negativos como positivos. La misma revolución
rusa fue el primer ejemplo. Una vez derrocado el zar, la burguesía rusa
no supo ni pudo cumplir con ninguna de las expectativas de las masas e
incluso defendió y continuó en la guerra imperialista. Hasta abril de
1917 el periódico oficial de los bolcheviques Pravda, dirigido en aquel
momento por Stalin, daba apoyo crítico al gobierno provisional presidido
por el aristócrata liberal Georgi Lvov, defendiendo además la
continuación de la guerra e incitando a los soldados rusos a responder
con balas a las balas alemanes.
Fue
solo en abril, cuando Lenin mismo rectificó su vieja fórmula de la
“dictadura democrática de obreros y campesinos” para reorientar el
partido hacia la toma del poder, que los bolcheviques empezaron el
proceso de ganar la mayoría de los soviets y la revolución. La vieja
fórmula de Lenin había jugado un papel propagandístico importante, sin
embargo se demostraba inútil a la hora de definir el curso de la
revolución, . Sólo la toma del poder por parte de la clase obrera podía
empezar a resolver las tareas democrático burguesas pendientes. Las
mismas sucesivas revoluciones victoriosas, China y Cuba, pudieron
defenderse y solucionar la acuciante cuestión agraria solo rompiendo con
los límites de una revolución democrático-burguesa y con la
nacionalización plena de la economía y el consiguiente apoyo de las
masas, rompiendo con el capitalismo.
Por
otro lado, en negativo, la concepción estalinista de que la revolución
en los países semicoloniales necesita una etapa democrático-burguesa en
que la emancipación del imperialismo y el desarrollo de las fuerzas
productivas debiesen conseguirse con el apoyo a la “burguesía
progresista”, provocó una serie innumerable de derrotas. La Revolución
China de 1927 fue ahogada en sangre por aquel mismo Chang Kai Shek,
caudillo del Kuomintang (Partido del pueblo nación), que Stalin había
invitado como delegado chino a la Internacional Comunista, en nombre de
una política de bloque, alianza y colaboración entre todas las clases
basada en la idea de que todas ellas se oponían al imperialismo por
igual. Chang respondió a esta alianza participando junto a las cañoneras
imperialistas en el bombardeo de Shanghái donde los obreros se habían
levantado, y a la masacre de un millón de comunistas.
Mariátegui y la revolución permanente
Mariátegui
escribió muchos artículos sobre la situación china. En ellos se hallan
algunas brillantes intuiciones sobre el trasfondo de la revolución en
China y la influencia jugada por la penetración imperialista. En estos
escritos, como en otros, particularmente sobre la India, se nota el vivo
interés de Mariátegui por las cuestiones internacionales y su proceso
de maduración como marxista. En los primeros artículos – particularmente
sobre China – Mariátegui hace algunas concesiones al nacionalismo y a
algunos de sus exponentes, como Sun Yat Sen o el mismo Chang Kai Shek
considerado el hombre que tenía en su poder ser el libertador o el
traidor de su pueblo, con una visión todavía romántica de la
revolución. Pero ya en los escritos de 1929 y 1930, particularmente
sobre la India, no escatima críticas a Gandhi, al que considera un
colaborador de los ingleses, apoyando las esperanzas de la lucha por la
independencia India en el naciente movimiento obrero organizado de este
país.
Sin
embargo es en los escritos sobre cuestiones peruanas y
latinoamericanas, que Mariátegui conocía y había estudiado
personalmente, dónde destaca su autentico pensamiento sobre la
revolución en los países coloniales. En su tesis presentada a la primera
Conferencia Comunista Latinoamericana de junio de 1929 en Buenos Aires,
Mariátegui por ejemplo escribe: “ el
anti-imperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir,
por sí solo, un programa político, un movimiento de masas apto para la
conquista del poder. El anti-imperialismo, admitido que pudiese
movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y
pequeña burguesía nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta
posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su
diferencia de intereses[8]”.
Compárense estas líneas con estas otras, con las cuales Trotsky se opuso a la política de colaboración de clases en China: “ Es
un burdo error creer que el imperialismo, como agente externo, funda en
un solo bloque a todas las clases sociales de la sociedad china… La
lucha revolucionaria en contra del imperialismo no debilita, más bien
fortalece la diferenciación política entre las clases sociales[9]”.
Trotsky no negaba la posibilidad de una alianza anti-imperialista con
el Kuomintang, lo que combatía frontalmente fue el haber considerado a
Chang Kai Shek un aliado estable, haber disuelto el partido comunista y
haberlo sometido a la disciplina del Kuomintang, medida que contravenía a
todas las resoluciones de Lenin sobre la revolución colonial en los
cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista.
La realidad peruana
No
es sorprendente que las tesis de Mariátegui, correctas en forma y
contenido, fuesen rechazadas por la Internacional. Su experiencia con el
que el mismo Mariátegui definió como “Kuomintang latinoamericano”,
es decir la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y su
fundador, Haya de la Torre, además de sus estudios sobre la realidad
peruana, le permitían ahora enfocar de manera científica el problema de
la colaboración de clases defendida por la Internacional. Y lo llevaban a
chocar con ella.
En sus “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”,
de 1928, Mariátegui da la siguiente caracterización de la burguesía
peruana, un fresco que se podía fácilmente aplicar a la burguesía de
todo Latinoamérica: “La clase
terrateniente no ha logrado transformarse en una burguesía capitalista,
patrona de la economía nacional. La minería, el comercio, los
transportes, se encuentran en manos del capital extranjero. Los
latifundistas se han contentado con servir de intermediarios a éste, en
la producción de algodón y azúcar. Este sistema económico, ha mantenido
en la agricultura, una organización semifeudal que constituye el más
pesado lastre del desarrollo del país”.
¿A
quien correspondía entonces la tarea de resolver los problemas de la
revolución democrático-burguesa frente a esta burguesía intermediaria,
parásita y solo incidentalmente anti-imperialista¿ Mariátegui lo explica
tajantemente: “ el destino
colonial del país reanuda su proceso. La emancipación de la economía del
país es posible únicamente por la acción de las masas proletarias,
solidarias con la lucha anti-imperialista mundial. Sólo la acción
proletaria puede estimular primero y realizar después las tareas de la
revolución democrático-burguesa, que el régimen burgués es incompetente
para desarrollar y cumplir[10]”.
Estas conclusiones a las que llega Mariátegui son las mismas a la que había llegado Trotsky en Balance y perspectivas de 1905 y en la Revolución Permanente de 1929-30 – libros que Mariátegui no conocía – y el propio Lenin en las Tesis de Abril y
varios discursos y resoluciones de los primeros cuatro congresos de la
Internacional Comunista. Es más, Mariátegui era plenamente consciente
del indispensable carácter internacional de la revolución. EnAniversario y Balance, editorial del número 17 de su revista Amauta, publicado en septiembre de 1928, Mariátegui escribía: “La
misma palabra Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones,
se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e
intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y
cabal. La
revolución latinoamericana, será nada más y nada menos que una etapa,
una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la
revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos,
todos los adjetivos que queráis: "anti-imperialista", "agrarista",
"nacionalista-revolucionaria". El socialismo los supone, los antecede,
los abarca a todos”.
La cuestión nacional indígena
Una
de las críticas más torpes y que más se hicieron y se siguen haciendo a
la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky es que esta
supuestamente descuida o minimiza el problema de las masas campesinas,
relegándolas a un papel auxiliar basado en la desconfianza del potencial
revolucionario del campesinado. Como el mismo Trotsky explica en
cambio, la teoría de la Revolución Permanente afirma simplemente que la
solución plena y definitiva de la cuestión agraria y de la cuestión de
la opresión nacional, en su “ diferentes combinaciones” solo podía llegar con la adopción de las “ más audaces medidas revolucionarias[11]”.
Es por esto mismo que Trotsky en el Programa de Transición insistía en
que los obreros llevasen la lucha de clases al campo, proponiendo al
proletario agrícola y el campesino pobre un pacto de lucha común contra
los explotadores y por un gobierno obrero-campesino [12].
Mariátegui,
y en esto consiste su absoluta originalidad, fue más allá, rompió
prejuicios liberales e incluso de cierta izquierda, al afrontar el gran
problema revolucionario constituido por la opresión nacional de las
mayorías indígenas de países como Perú, Bolivia, Ecuador, Guatemala,
México etc. Aunque su énfasis sobre la cuestión nacional indígena lo
llevó a cometer algunos justificables errores teóricos, el valor
práctico y concreto de su visión mantiene inalterada toda su vigencia.
Para
Mariátegui la cuestión nacional indígena, lejos de ser un problema
histórico, representaba un enorme potencial revolucionario. Pero “ la
reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se
mantiene en un plano filosófico o cultural. Para adquirirla -esto es
para adquirir realidad, corporeidad,- necesita convertirse en
reivindicación económica y política. El socialismo nos ha enseñado a
plantear el problema indígena en nuevos términos. Hemos dejado de
considerarlo abstractamente como problema étnico o moral para
reconocerlo concretamente como problema social, económico y político. Y
entonces, lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado.[13]”
El
problema del indio es el problema de la tierra, el problema de un
gamonalismo que es poder económico y político semifeudal y que no ha
sido liquidado sino se ha fortalecido en la Independencia y sus
sucesivos desarrollos marcados por la penetración imperialista. Para
Mariátegui los indios son nación oprimida y clase explotada, inclusive
por aquel “ indio alfabeto, al que la ciudad corrompe, [y que] se convierte regularmente en un auxiliar de los explotadores de su raza[14]”.
La
opresión nacional y explotación social de los indios es para Mariátegui
un problema político concreto antes que una cuestión teórica. Como
problema político concreto su solución pasa por los propios indios que
Mariátegui justamente considera el aliado natural del proletariado
urbano en la lucha por el socialismo, única vía para la emancipación
tanto del obrero como del indígena.
En sus tesis sobre el Problema de la raza anotaba que “no
menos del 90 por ciento de la población indígena así considerada,
trabaja en la agricultura. El desarrollo de la industria minera ha
traído como consecuencia, en los últimos tiempos, un empleo creciente de
la mano de obra indígena en la minería. Pero una parte de los obreros
mineros continúan siendo agricultores. Son indios de "comunidades" que
pasan la mayor parte del año en las minas; pero que en la época de las
labores agrícolas retoman a sus pequeñas parcelas, insuficientes para su
subsistencia”.
Esta
situación sigue repitiéndose en países como Bolivia y Perú. Para
Mariátegui la vía concreta para la solución de la cuestión indígena era
la formación de vanguardias entre los indígenas proletarizados o
semiproletarizados, para que puedan organizar a sus comunidades,
venciendo la resistencia de estas frente a “predicadores” mestizos,
hispanohablantes y blancoides.
Era necesario en primer lugar educar a los cuadros políticos a vencer sus prejuicios hacia los indios. “ No es raro – escribía Mariátegui – encontrar
entre los propios elementos de la ciudad que se proclaman
revolucionarios, el prejuicio de la inferioridad del indio y la
resistencia a reconocer este prejuicio como una simple herencia o
contagio mental del ambiente[15]”. Y
una vez más combatir las políticas erróneas de la Internacional
Comunista que se orientaba hacia la reivindicación de la
autodeterminación indígena, es decir la formación de Estados indígenas
independientes que para Mariátegui “no
conduciría en el momento actual a la dictadura del proletariado indio
ni mucho menos a la formación de un estado indio sin clase, como alguien
ha pretendido afirmar, sino a la constitución de un Estado indio
burgués con todas las contradicciones internas y externas de los Estados
burgueses[16].
La naturaleza del incario
Mariátegui
consideraba que el hábito a la cooperación de las comunidades indígenas
podía convertirse en base solida para la edificación del socialismo en
las zonas rurales, representando así un impulso poderoso a la batalla
por el comunismo y contra las tendencias capitalistas. Es la misma
posición que Marx expresó en una carta de 1881 a la revolucionaria rusa
Vera Zasulich, a cuyas preguntas sobre la posibilidad de una revolución
en la atrasada Rusia y sobre el futuro de la comunidad agraria rusa,
Marx respondía lo siguiente:
Y,
a la vez que desangran y torturan la comunidad, esterilizan y agotan su
tierra, los lacayos literarios de los «nuevos pilares de la sociedad»
señalan irónicamente las heridas que le han causado a la comunidad,
presentándolas como síntomas de la decrepitud espontánea de ésta.
Aseveran que se muere de muerte natural y que sería un bien el abreviar
su agonía. No se trata ya, por tanto, de un problema que hay que
resolver; tratase simplemente de un enemigo al que hay que arrollar.
Para salvar la comunidad rusa hace falta una revolución rusa. Por lo
demás, el Gobierno ruso y los «nuevos pilares de la sociedad» hacen lo
que pueden preparando las masas para semejante catástrofe. Si la
revolución se produce en su tiempo oportuno, si concentra todas sus
fuerzas para asegurar el libre desarrollo de la comunidad rural, ésta se
erigirá pronto en elemento regenerador de la sociedad rusa y en
elemento de superioridad sobre los países sojuzgados por el régimen
capitalista.
Para
fortalecer su posición, otra demostración de aplicación lúcida del
método marxista a una realidad concreta, Mariátegui defendió la idea que
el incario pudiese caracterizarse como “comunismo primitivo” y que de
éste descienda el hábito de la cooperación de las comunidades agrarias.
Para él se trataba del comunismo posible en el estadio de desarrollo
dado de las fuerzas productivas de la época del incario.
Una
sociedad donde una casta liberada del trabajo manual se dedicaba a
mirar las estrellas y a prohibir al pueblo comer determinado alimentos;
donde existía la esclavitud, un problema de infrautilización de la
tierra y necesidad de nuevas tierras que empujaba hacia guerras
expansivas, donde el ejército estaba profesionalizado y las divisiones
internas impidieron la defensa del imperio frente a los conquistadores,
no puede ser considerada “comunismo primitivo”.
Se
trata más bien de una expresión de “modo de producción asiático”,
categoría de Marx que describe una formación social caracterizada
sustancialmente por una división social poco desarrollada, donde una
casta – símbolo de la unidad de las comunidades agrícolas – consume el
excedente y garantiza una distribución de la producción agrícola y las
grandes obras, viales y de riego, necesarias para mantenerla. Recordemos
que los Grundrisse de Marx, donde se expone de manera exhaustiva el
concepto de modo de producción asiático, fueron publicados por primera
vez a finales de los años ’30 y por lo tanto el concepto era desconocido
para Mariátegui.
Otros
autores han considerados que este error teórico de Mariátegui afecta
toda su elaboración. No estamos de acuerdo. El habito de cooperación en
las comunidades indígenas, la reciprocidad del trabajo, existen
realmente. Más allá de la cuestión de la naturaleza del incario, queda
vigente la lectura revolucionaria de la cuestión indígena que hace
Mariátegui y su vinculación concreta a la lucha revolucionaria por el
socialismo.
Mariátegui y el APRA
La
cuestión indígena fue una de las razones del acuerdo madurado entre
1926 y 1928 entre Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. Mucho se ha
especulado sobre esta breve colaboración entre Mariátegui y el APRA que
en aquel periodo no era todavía un partido. Se reivindica a Mariátegui
como uno de los fundadores del APRA, hecho que no parece molestar
demasiado a las organizaciones del campo comunista que se pretenden
mariateguistas. En fin, esto demostraría, contrariamente a la lectura
que hemos hecho hasta el momento, que Mariátegui no era contrario a
políticas de colaboración de clases.
Ya
hemos explicado que el periodo entre su regreso a Perú y 1927/28 fue un
periodo en que Mariátegui iba consolidando su adhesión al socialismo y
el marxismo madurada en su exilio italiano. La ruptura con el APRA
cuando este pasaba de ser movimiento anti-imperialista a constituirse
como partido y la contemporánea participación en la fundación del PSP y
de la CGTP, demuestran por lo menos que las intenciones de Mariátegui
respecto a esta organización no eran de delegar a su dirección pequeño
burguesa los destinos de la revolución peruana.
Para
Mariátegui quedaba clara desde un primer momento la necesidad de la
organización revolucionaria e independiente del proletariado. Necesidad
que la experiencia de la traición del Kuomintang y de Chang Kai Shek
fortaleció, porque es exactamente en la comparación entre el APRA y el
Kuomintang que se desarrolla la polémica sucesiva con Haya de la Torre,
como se ve claramente en las tesis de Mariátegui a la Conferencia
Comunista Latinoamericana.
En una carta a Nicanor De la Fuente del 20 de junio del 1929 (publicada en el tercer tomo de sus Correspondencias) Mariátegui explica sus relaciones con el APRA: “Nosotros
trabajamos con el proletariado y por el socialismo. Si hay grupos
dispuestos a trabajar con la pequeña burguesía por un nacionalismo
revolucionario, que ocupen su puesto. No nos negaremos a colaborar con
ellos, si representan efectivamente una corriente, un movimiento de
masas.” Era la misma posición que Trotsky había defendido contra el servil oportunismo de la Internacional hacia el Kuomintang.
En su escrito más polémico contra el APRA, y más polémico con la misma política de la Internacional Comunista bajo Stalin, Punto de vista antiimperialista, Mariátegui afirmaba: “¿Qué
cosa puede oponer a la penetración capitalista la más demagógica
pequeña-burguesía? Nada, sino palabras. Nada, sino una temporal
borrachera nacionalista. El asalto del poder por el anti-imperialismo,
como movimiento demagógico populista, si fuese posible, no representaría
nunca la conquista del poder, por las masas proletarias, por el
socialismo. La revolución socialista encontraría su más encarnizado y
peligroso enemigo, -peligroso por su confusionismo, por la demagogia-,
en la pequeña burguesía afirmada en el poder, ganado mediante sus voces
de orden”. Estas líneas, escritas en 1929, tienen un carácter
profético no solo respecto al APRA, sino a los varios experimentos
populistas, de Terceras Vías nacionalistas que desde el peronismo al MNR
boliviano han marcado la lucha revolucionaria del siglo pasado.
No
está lejos en cambio el tiempo en que el verdadero pensamiento de
Mariátegui, su vigencia y ejemplo animen la revolución latinoamericana y
su efigie sea enarbolada y reivindicada como maestro del marxismo por
trabajadores, jóvenes, campesinos e indígenas en lucha por una
Federación Socialista de América Latina. Una lucha en que las palabras
de Mariátegui que tanto asustaron a los filisteos seguidores de los
zigzags y las degeneraciones de la Tercera Internacional, serán aliento y
consigna para los revolucionarios de nuestro continente. Como
Mariátegui “somos
anti-imperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios,
porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico,
llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos
extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas
revolucionarias de Europa”.
[1] Apuntes autobiográficos, 1927.
[2] El partido bolchevique y Trotsky, Publicado en Variedades, Lima, 31 de Enero de 1925.
[3] Lenin, Obras Completas, Volumen 33, pág. 63 de la edición inglesa.
[4] El exilio de Trotsky, publicado en Variedades, Lima, 23 de Febrero de 1929
[5]
Alec Nove, An economic history of the URSS, pág. 149, citado en Ted
Grant, Rusia de la Revolución a la Contrarrevolución.
[6]
Plataforma de la Oposición de Izquierda, en La Oposición de Izquierda
en la URSS, págs. 90 y 91, Editorial Fontamara, Madrid, 1977.
[7] Ibídem, págs. 121 y 129.
[8] Punto de vista anti-imperialista, escrito el 21 de mayo de 1929.
[9] Trotsky, La revolución china y las tesis del camarada Stalin, abril de 1927.
[10] Principios programáticos del Partido Socialista Peruano, octubre de 1928.
[11] Citas de Trotsky, La revolución permanente, capitulo séptimo.
[12] “ La
participación práctica de los campesinos explotados en el control de
las distintas ramas de la economía permitirá a los campesinos decidir
por sí mismo el problema de saber si les conviene o no sumarse al
trabajo colectivo de la tierra, en qué plazos y en qué escala. Los
obreros de la industria se comprometen a aportar en este camino toda su
colaboración a los campesinos por intermedio de los sindicatos, de los
comités de fábrica y, sobre todo, del gobierno obrero y campesino”. Trotsky, Programa de Transición.
[13] Mariátegui, Prologo a Tempestad en los Andes de L. Valcárcel, 1927.
[14] Mariátegui y Hugo Pesce, El problema de la raza en América Latina, 1930.
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